Algo dentro de mí seguía bloqueado. Algunas lagrimas salían de mis ojos, mas no eran proporcionales al dolor que debería de darme esa noticia. ¿Por qué no estaba tan mal cómo mi tía? Ella estaba consolándome, y sollozaba, mientras que yo, en silencio y con la cara algo mojada, me hundía en la confusión. ¿De verdad mi papá había muerto? ¿Cómo era posible si, la mañana anterior, me había dejado en la escuela?
Imaginármelo era solo un trago amargo, no algo que viese como una realidad.
—¿Y mi mamá? —pregunté cuando me soltó. Mi tía parecía igual de extrañada que yo ante mi poca desesperación.
—Están revisándola en el hospital —contestó—. Se descompensó luego de la noticia, pero está bien —me aseguró—. Me pidió que viniera a cuidarte.
Luego de un par de minutos donde yo seguía en un estado de shock, ella se ofreció a hacerme algo de comer. El día no sería sencillo; ella me explicó que estaba comunicándose con los familiares y allegados de mi padre para que asistieran al funeral. Difícilmente vendría mucha gente, pues la mayoría de sus cercanos vivían al otro lado del país. Aún así, ya varios habían confirmado su asistencia.
—Estaré abajo, por si necesitas algo —me dijo antes de irse—. Sé que todo esto es muy fuerte, no te sientas mal si sigues muy impactada —comentó con tristeza—. Si quieres un abrazo, llámame, si prefieres estar sola, dímelo —estaba haciendo su mayor esfuerzo por hacerme sentir bien, apenas comprendiendo mi estado. Entonces cerró la puerta.
Quedé en mi habitación solía. Se sentía como si el tiempo no pasara.
—¿Hola? —escuché la somnolienta voz de Víctor. Eran a penas las ocho de la mañana, un sábado.
—Víctor... Mi papá... Él murió —dije yendo al punto. Salieron otro par de lágrimas.
—¿Qué? —preguntó luego de unos segundos en silencio, tratando de asimilar mis palabras.
—Solo avísale a Loren y a Natha —suspiré secando otra lágrima—. Sólo... sólo diles, adiós —colgué.
Lo siguiente que hice fue dejar el teléfono en la mesa y acostarme en mi cama de nuevo, arropándome con las sábanas, sintiendo la camiseta de mi padre en mi espalda, la cual ya nunca sería usada por él.
En ese momento, existía en un espacio sin sentido alguno. Todo alrededor me parecía ajeno, todo menos el rostro de mi padre.
Busqué el álbum de fotos y me senté en la cama. Al abrirlo, fue como si los recuerdos flotaran en la habitación.
—¡Cuidado, Agnes! Te puedes caer —dijo mi mamá preocupada luego de que me subí a esa roca en la playa donde nos tomamos una foto.
—Esperen, me picó un mosquito —gruñó mi papá rascándose el brazo. Estábamos acampando con mi abuelo Austin. Otra foto más.
—¡Papi! ¡Quiero una foto con los leones! —grité feliz al ver esos enormes animales dentro de sus muy espaciosos espacios de aquel gigantesco zoológico. Más fotos.
Había tantos recuerdos, todos seguían frescos en mi mente como si hubiesen ocurrido ayer. Qué bueno que siempre me gustó imprimir las fotografías, porqué también tenía las más reciente. Fue cuando salimos con Víctor, Loren y Natha. Estábamos los seis muy sonrientes.
Dejé a un lado el álbum y me acosté mirando al techo. A mi lado estaba la arrugada camisa de mi papá, volví a abrazarla. Su perfume aún seguía en ella, era característico suyo.
Todo me pesó más cuando entendí que, luego de un tiempo, ya no habría nadie que volviera a ponerle ese olor, pues ese alguien había muerto.
No sé cuánto tiempo me quedé allí, mirando hacia arriba. Lo cierto es que de un momento a otro tocaron a mi puerta.
—Pasa, tía —dije.
La puerta de abrió, y no era mi tía. Víctor y Loren estaban allí, y cuando entraron se sentaron a cada lado de mí. Loren me miraba triste, pero Víctor tenía los ojos rojos, seguramente por llorar. Él apreciaba mucho a mi papá, y este lo consideraba su amigo.
—¿Cómo estás? —Preguntó Loren—. Es... horrible, ni siquiera sé que decirte.
—No lo sé —me encogí de hombros para luego pasar mi mano por mi cabello—. Es como si... como si todo fuese falso, y supiera que voy a despertar pronto.
Ellos quedaron en silencio, en momentos como este nadie quiere hablar, o sólo no encuentran que decir. El silencio me tenía harta, así que decidí hablar yo.
—Tuvo un accidente ayer —dije recordando que Víctor me preguntó qué había pasado—. Mi mamá me dijo que estaba consciente cuando pudo verlo, y me dio su anillo para que la próxima vez que lo viera se lo diera —solté aire con lo último—. No he hablado con ella desde entonces, están revisándola en el hospital porque se desmayó.
Loren ahora tenía los ojos aguados también. Víctor dejó salir algunas lágrimas.
—¿Por qué no estoy tan mal como mi tía? ¿Por qué apenas he soltado algunas lágrimas? —de alguna manera, estaba enojada conmigo misma.
—Debe ser porque fue muy repentino —dijo Víctor en casi un susurro—. No todos reaccionan igual...
Ellos se quedaron allí conmigo durante varias horas. Mi tía nos trajo desayuno a los tres, y así nos quedamos un buen rato, comiendo en silencio. Ellos solo abrieron la boca para decirme que Natha no había podido venir con ellos, dado que estaba fuera de la ciudad con sus padres, pero que cuando volviese vendría a verme de inmediato.
—En un rato hay que ir a la funeraria —anunció mi tía más tarde—, así que báñate y vístete, ¿sí?
—Yo no quiero ir —respondí cortante. Tanto Víctor como Loren se me quedaron viendo algo sorprendidos.
Yo crucé los brazos y miré a otro lado, cabizbaja.
—Es tu padre, Agnes, tienes que ir —insistió, tratando de no salir de sus cabales—. Hazlo por tu madre, aunque sea.
—No quiero —me mantuve.
Yo no quería ir por nada del mundo, yo no quería aceptar que mi papá estaba muerto.