Ahora me arrepiento

56

Pasaron dos semanas antes de que sintiera que volvía a vivir. Pasó bastante rápido, a decir verdad, y los días se sentían repetidos de vez en cuando: la misma rutina, visitas de mi tía a mitad de semana y al final de esta, visitas de Víctor, de Natha; de eso se trató mi existencia hasta que por fin decidí que era hora de volver a mi hogar.

Mi madre seguía con mi tía, mal. Era todo lo que me decía esta cuando me visitaba. No entraba en detalles porque, según sus palabras, no quería que me preocupase por su salud mental cuando debía de pensar en la mía.

—Necesita estar sola, ella misma te explicará por qué después —fue lo último que me dijo antes de irse de nuevo a su casa a estar con ella.

Horas más tarde los padres de Loren me llevaron a mi casa, y a pesar de haber pasado unas tres semanas sin pisarla, era como si ayer mismo hubiese estado ahí. Me despedí de ellos y de mi amiga, no sin antes agradecerles todo lo que habían hecho por mí y lo mucho que me habían ayudado. Eran grandes personas.

Toqué la puerta de mi casa, como si fuese la de un extraño, y minutos después me encontré a mi abuelo Austin del otro lado de la puerta, quien me abrazó con solo verme.

—Bienvenida a casa, hija —me apretó en sus brazos. Siempre me decía así.

Mi abuela, antes de ser abuela y madre, era la novia de un joven de familia adinerada. Luego de algún tiempo y de cometer algunos errores, quedó embarazada a los 19 años. Ella, si bien no lo planeó, se prometió a si misma luchar por darle una buena vida a su futuro bebe. Su novio, por otro lado, rechazó totalmente al niño y dejó a mi abuela sola.

Eso fue hasta que apareció mi abuelo, que antes de ser mi abuelo, estudiaba en la academia de bomberos. Él y mi abuela formaron una amistad inquebrantable, y un amor que iba floreciendo poco a poco, pero su inseguridad era aquel vientre que crecía cada vez más.

El amor que mi abuelo tuvo fue tan grande que la aceptó a ella y a esa pequeña criatura que había de venir. El bebé no tuvo un padre biológico, pero si uno que lo amó como si fuera suyo. Ese Bebé, por supuesto, era mi papá.

Mi abuelo fue el único que, a pesar de que no tenía ningún parentesco genético, se encargó de él sin dudar, y luego hizo lo mismo conmigo.

Siguió abrazándome varios minutos en la entrada de la casa. Yo estaba llorando, verlo a él era como ver a mi papá, pues, aunque no se parecían en nada, mi padre aprendió todo de él. Sus gestos, su forma de hablar, de expresarse... Mismo ser, distinto rostro.

—Aún es difícil creer que se haya ido —dijo él cuando por fin estábamos dentro, en la sala, sentados al lado del otro.

—Lo sé —dije secando mis lágrimas—. Sigue sintiéndose irreal.

Él fue a hacerme algo para cenar, y mientras comíamos me hablaba de cómo le había ido últimamente, ya que, aunque lo había visto hace no mucho, tampoco hablábamos demasiado.

—Perder a mi esposa y a mi hijo ha sido un golpe muy duro —contó con nostalgia—. Así son las cosas, las personas se van, llegan otras nuevas... Eso nos sirve de lecciones —tomó un poco de jugo.

—¿Aún te duele la muerte de mi abuela? —le pregunté.

—Ya no hay tanto dolor, pero todo el tiempo la recuerdo mientras riego las plantas que ella cuidaba con su vida, cuando voy a visitar a tu tío a Inglaterra, cuando duermo... En donde sea, está ella —suspiró—. Y tenerla tan presente me hace ver que todavía sigue conmigo, aunque no esté.

Luego de una poco animada cena subí a mi habitación, que seguía exactamente igual a cómo la dejé, a excepción de la cama. Estaba tendida, con la camisa de mi padre doblada sobre esta. Encima de la camisa relucía el anillo de mi padre. Me acerqué con pesar para tomar ambas cosas y aferrarme a ellas, mas un papel doblado a un lado de estas llamo mi atención. Tenía mi nombre escrito.

Era la letra de mi mamá.

''No sé cómo escribir esto. Justo ahora estoy llorando por el dolor que siente mi corazón, no solo por la muerte de tu padre, sino porque no puedo ser una madre.

Estoy triste, hija, tanto que decidir escribirte una explicación fue todo un desafío. Mover mi mano en este momento sigue siendo un desafío, pero te mereces saber qué me pasa, qué siento y por qué decidí irme un tiempo.

Cada día desde la muerte de tu padre ha sido peor que el anterior, me siento sola, me siento destruida, no quiero hacer nada, las horas pasan como minutos y, solo mirando a la nada, ya es otro día. A veces creo que estoy mejor, pero luego caigo y no hay nada que me haga querer levantarme de la cama.

Debo parecer la niña, la inmadura, la irresponsable, la que debería tragarse su dolor y seguir adelante como si nada porque tiene una hija que cuidar... ¿cómo puedo serte de apoyo si yo misma estoy en el suelo? Pienso que lo más sabio para mi salud y para tu bien es que me aleje hasta estar estable; no lo hubiera decidido de no ser porque tu abuelo y tu tía están dispuestos a cuidarte hasta que me recupere.

Perdóname, por favor. Perdóname por no pensar en ti más que en mí, pero si estando lejos me siento mal, no quiero imaginar el dolor que sentiré al estar en esa casa, mirando tu rostro que es tan parecido al de tu padre.

Cuando me sienta más fuerte te llamaré, cuando mejore lo suficiente volveré. Pero, si me necesitas, si de verdad necesitas que esté contigo, juro que buscaré la manera, sin importar lo que ocasione en mí, porque si algo me terminaría de destrozar es que por mi culpa tu dolor se vuelva más grande.

Te amo, Agnes. Espero que puedas entenderme. Nos vemos pronto.

Con amor, mamá''

Cuando terminé de leer la carta, se me hizo un nudo en la garganta, que se deshizo cuando solté un par de lágrimas. No era la ausencia de mi madre lo que me hacía llorar, sino su condición, su debilidad, y el hecho de que yo no podía hacer nada para sacarla de allí.




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