—¿Tomarán algo? —dijo una voz aterciopelada rompiendo el ambiente que se había creado.
Cuando era pequeña recordaba que muchos cuentos acababan bruscamente para devolver a la realidad a los niños, usualmente con la muerte de los malos, tan drástico era el cambio del ritmo de la historia que era precisamente eso lo que les hacía volver en sí. La voz de la azafata había sido mi "final drástico del cuento" me había sumergido tanto en la historia de mi compañera de asiento de vuelo que todo lo demás había desaparecido para mí.
Me giré para mirarla pues yo iba en el pasillo, y con mi mejor sonrisa negué.
—Nada para mí.
Me volví para mirar a la mujer que iba en el centro con su pequeño nieto que no quitaba la vista de la ventanilla, con un gesto sosegado negó también, aquella mujer derrochaba una elegancia casi sin pensarlo, sus cabellera blanca con la nieva y sus arrugas que no se molestaba en ocultar hacían ver que no le importaba nada tapar para la experiencia que había adquirido con la cuestión de los años.
Alzó uno de sus delgaduchos dedos mientras abría la boca pero volvió a cerrarla rapidamente.
—Vaya, ¿Por dónde ibamos, Angie? —sonreí tiernamente.
El nombre que me fue dado no era Angie, tampoco se parecía nada en cuanto a fonética se refiere, pero me llamaba así porque le recordaba a su nieta cuando era más jóven, quise preguntarle más sobre ella pero deduje rapidamente que cuanto más preguntara menos hablaría asi que decidí que ella sola decidiera de que hablar.
—Iba por la parte en la que se graduó de Turismo...
La mujer hizo varios movimientos con la mano, temí que alguno de sus anillos extravagantes saliera disparado.
—¡Ah, sí, sí, calla, calla! Tampoco soy tan mayor como puedas pensarte, eh, tengo cincuenta años, pero he vivido todo muy rápido, también tuve suerte, ¿sabes?, mi familia era una familia de... —hizo un gesto con el pulgar y el índice— así que fue fácil abrir mi primer hotel, ¿los demás? eso ha sido cosa mía.
—¿Tiene varias sedes en Barcelona? —nada más hacer la pregunta me di cuenta de mi error.
—Meh, solo uno, pero bien que me va. Por cierto, niña, ¿Qué se te ha perdido a ti por allí?, porque no pareces de allí, y menos tener nociones del catalán.
Iba a preguntarle que si ella era de allí pero callé.
—No mucho, mi familia tiene un piso allí, iban a venderlo por la crisis, pero como mi primo estaba sacándose la carrera allí, pues decidieron esperar, para otoño ya estará a la venta asique voy a aprovechar el verano.
—Haces bien, niña, haces bien. ¿Tú que haces?, ¿Estás en la universidad?
—Entro este año, acabo de acabar la selectividad.
—¿Y ha ido bien?
Me encogí de hombros.
—Se ha hecho lo que se ha podido —sentencié.
No me había salido mal porque era una buena estudiante, pero como aún no sabía nada sobre si me daría la nota para la carrera decidí ser sincera.
—Tú pasatelo bien niña, así te despejas, que la universidad no es un paseo, es una carrera.
—Sí, recargar pilas y tal...
En ese momento se encendió la luz de los cinturones, parecía que ibamos a empezar a descender.
—Uff, lo paso fatal con estos momentos y eso que no dejo el culo quieto, a ver niño ponte el cinturón —dijo moviéndole el hombro a su nieto que le hizo caso para volver a girar la cabeza hacía la ventanilla— Siento no haberte dejado leer nada —dijo la señora dirigiéndose ahora a mí.
—Ah —agaché la vista a mi regazo para ver el libro de Patrick Rothfuss que tenía sobre mi bandolera— bah —hice un gesto para quitarle importancia— ya lo he leído no se preocupe, me gustan las historias que no se pueden escuchar todos los días.