La señora y su nieto tomaron caminos diferentes al mío, yo no necesitaba coger mi equipaje de embarque porque no había facturado nada, tenía todo estratégicamente guardado –y arrugado lo más probable- en la mochila que llevaba a hombros, mi bandolera y mi maleta de cabina. Lo suficiente para sobrevivir dos meses.
No fue hasta que me aleje de los increíbles dones de empezar una conversación de aquella emprendedora que me di cuenta de lo infinitamente asustada que me sentía.
Era una persona que le daba muchas vueltas a las cosas, llegaba a ponerme nerviosa pero siempre lo controlaba todo, no me gustaba que la gente pudiera notar mi temor, pero si en aquel momento, alguien se hubiera molestado en observarme por más de cinco minutos probablemente se habría fijado en que estaba temblando; ¿Por qué? Pues no lo sé, quizá porque me gustaba tener todo planeado en mi vida y aquel verano no lo tenía pensando, y todo lo que surgiera en adelante sería algo que no podría controlar.
Crucé torpemente la puerta donde un montón de familias, parejas y amigos esperaban vislumbrar el rostro que tanto ansiaban ver, noté cierta decepción al aparecer yo, teniendo en cuenta que la mayoría aún esperaba su maleta, pasaría mucho hasta que saliera otra persona.
También había chóferes con los nombres de la gente que estaban esperando, me fije en algún que otro nombre ya hecho por si lo cogía para algún protagonista del guión que estaba escribiendo.
Empecé a escribir guiones, hará año y medio, al principio como un hobbie, luego con la esperanza de que mi amiga Abril pudiera colárselo a algún director en alguna de las muchas películas y series amateurs a las que se presentaba como figurante. Podría haber ido y hacerlo yo misma, pero no me había presentado a ningún casting de extras, más que nada por el mal horario que hacía con el del instituto; Abril probablemente haga una Ingeniería de algo, por ende no necesita mucha nota porque no suelen pedirla.
A todo esto, ¿dónde está Oscar?, alzo la mirada de nuevo y hago una vista panorámica ya apartada de la puerta para no molestar a los que van saliendo, como no veo ningún rostro conocido a primera vista me acerco al pasillo que se abre hasta el fondo y resoplo pensando en que me tengo que poner las gafas de lejos. Mientras rebusco en mi bandolera intento recordar si le dije a Oscar que estaría en la T2; la de los vuelos de bajo coste vaya, de todas formas si no lo diviso, lo llamo y si no lo coge pues entonces tendré que ver cuál es el bus que llevará al centro. Es curioso, los cárteles también están escritos en catalán, el mío está muy oxidado, hace un tiempo intenté aprender algo pero no insistí demasiado en ello.
—¡Con que aquí estás!, hija, peor que Wally —dice una voz acompañada de un toque del hombro.
—¿Qué dices? —digo divertida al girarme— ¡sí ni me he movido! y encima mira que azul más llamativo llevo, ¿También quieres que me pinte con rotulador llamar al 112 si se pierde?
—Bueno, bueno, cualquiera te dice nada —bufa.
— Yo también me alegro de verte —digo con sorna.
Hace cuatro años que no lo veía, vamos, lo que lleva de universidad, ha crecido un poco, pero cuando sonríe sus hoyuelos siguen siendo sus hoyuelos. Lleva un collar de conchas alrededor del cuello y una camiseta de pico azul marina, su piel está tostada nunca lo había visto tan moreno, puede incluso que frecuente más la playa que las propias clases.
— ¿Te ayudo con algo? —inquirió haciendo referencia a mi equipaje.
— Voy bien, tampoco llevo tanto, eh.
—Menos mal, porque en Penny no cabe tanto.
—¿Penny? ¿Tu coche?, ¿Tan pequeño es?
— Lo es, ya lo verás, y lo verás antes cuanto más rápido andes. Está en el parking, venga, que eso cuesta dinero, si no aceleras empezaré a pensar que te estás encariñando con El Prat.