Ahora tengo una familia lobuna, ¿qué será lo siguiente?

Todo se queda

Capítulo 20: Todo se queda y al mismo tiempo se transforma

Me he dado cuenta de que tengo muchos problemas escondidos debajo del tapete de mi consciencia. Son tantos que se están acumulando en una gran montaña de polvo que día a día crece más.

Considero que nuestra mente es como una casa, si continúas postergando su limpieza, no saldrá nada bueno de eso. En este caso, me he decidido a limpiar.

Iniciando con mi principal problema, después de este los demás parecerán pan comido.

Eso espero.

Después de colgarle a la «amable» operadora, me acosté en la cama y tomando provecho de mis minutos a solas; cerré los ojos y pensé en muchas cosas. Pude haberme dormido, pero esto no sería más que una forma de separarme de la realidad y eso no es lo que quiero.

Porque claro, no existe mejor mecanismo de defensa que el transportarse a otro sitio, ignorando lo que sucede a tu alrededor. Al principio suena bien, sin embargo, después se torna mal, muy mal. La realidad está ahí, no podemos evitarla.

Le pedí cinco minutos a Imri por una sencilla razón: me conozco. Sé que si seguía hablando enojada, no iba a poder ser capaz de controlar mis palabras y lo terminaría hiriendo; algo horrible porque es lo que menos deseo.

Nadie piensa bien cuando está enojado y yo a él lo quiero. Me dolería verlo triste por mi causa. Comprendo que es difícil cambiar un rasgo clave de la personalidad de la noche a la mañana, pero eso no me quita el derecho de sentirme mal porque sea así.

Quisiera saber más de Imri, de por qué es tan inseguro. ¿Será que algo le salió mal y por eso tiene tanto miedo de que vuelva a ocurrir? No lo sé, me estoy haciendo suposiciones vacías, nuevamente estoy adivinándole.

No quiero adivinar más. Me desgasta hacerlo.

Los cinco minutos se fueron volando y sin que me diera cuenta, ya pasó media hora. Una en la que repasé mis sentimientos, inquietudes y todos mis problemas; la manera en la que los estoy afrontando y el modo en que los he ignorado por tanto tiempo.

En definitiva, es hora de hacer limpieza.

Y claro, primero tengo que hacerle una visita al closet.

Rápidamente, me bañé y regresé a la habitación. En el camino, no me topé en ningún momento con Imri, lo que llamó mi atención. ¿Qué estará haciendo?

Al regresar, entré al closet y rebusqué entre la ropa que hace meses no me ponía porque, puedo estar deprimida, pero nunca mal vestida.

Hablando en serio, de entre las prendas saqué un vestido que mamá me regaló de cumpleaños. Este es uno azul marino, pegado al cuerpo; largo hasta más abajo de las rodillas y sin mangas. Cabe resaltar que tiene un pequeño corte a un lado, lo que le da una vibra seductora y a la vez informal (como me gusta y ella lo sabía).

Es de esos que combinan con unos tenis blancos y por encima de ellos, un abrigo «de mezclilla». Na', ¿qué estoy diciendo? Tela de jean.

En fin.

Ah, no, un momento. Antes de «en fin», tengo que decir que los tenis blancos, son de ley. ¿Rojos? ¿Negros? No. Blancos. Esta clase de vestidos van siempre con unos tenis blancos, ¿quién ha visto a alguien usándolos con tenis de un color diferente? Si es así, esa persona (y no es por ofender, pero sí), está de problemas psiquiátricos.

Ahora sí: en fin.

Después de ponerme el atuendo, me miré al espejo y ay Dios. En la cara se me nota que no estoy del todo contenta. ¿Será por lo que haré? Es obvio que desde el segundo en que empecé a hablar de los tenis, algo no andaba bien en mí. No he dejado de Lualuar desde que cogí el vestido, y mi papá no está aquí para señalarlo.

«Tranquila, Lúa. Todo bien».

Me digo a mí misma en un intento de apaciguar lo que siento. Nada más de pensar en pisar de nuevo esa casa, se me corta la respiración.

¡Ha pasado un año! No es normal que siga evadiéndolo, ¡no lo es!

¡Yo puedo!

Respirando profundo un par de veces, salí de la habitación y entré a la sala. Imri tampoco está aquí, ni mucho menos Ra. Ya estaba por llamarlo cuando escuché el sonido de un rastrillo en el patio. Y es que, el hombre se puso a barrer las hojas del árbol de almendras, mientras que Ra está jugando con los montones de ellas, transformado en lobo.

El cachorro corre para atrás tomando impulso, y luego se tira en las hojas para luego revolcarse dentro de las mismas con una diversión tremenda. Parece que olvidó que hace un rato estaba triste por estar aquí.

Gracias al cielo.

—Desventajas de vivir en un país tropical: hay hojas todo el año. Lo que cambia es la cantidad de las mismas— digo acercándome. Él de inmediato dejó de barrer.

Tampoco es que haya tantas por la temporada, estamos en invierno. Pasa que hace mucho que no se barría.

—Hola— saluda apretando el palo del rastrillo. Ha de sentirse tímido por nuestra discusión.

—Ya dejó de llorar— ver a Ra divirtiéndose, me llena el corazón.

—Sí, y ahora míralo. Jugando con las hojas que con el sudor de mi frente, barrí— reprocha achicando los ojos —Ni modo, encontró entretención.

—Es mejor a que llore.

—Sí.

Nosotros nos quedamos en silencio como por tres segundos, mirándonos y asintiendo sin motivos claros hasta que él lo rompió:

—¿Todavía sigues enojada?

—Un poco, sí.

—Ah— hizo una mueca.

—Pero ahora quiero que me ayudes en algo— bajo las cejas al mismo tiempo que jugueteo con los dedos —¿Me podrías acompañar a mi casa?

—¿Tu casa...?— al principio no lo entendió —¿Te refieres a la casa donde vivías con tu mamá?

—Ump— asiento con la cabeza.

No supuse que mi decisión lo haría tan feliz. Creí que nada más le alegraría, pero la sonrisa que hizo y ese indiscutible brillo en su mirada; dicen algo más.

—¡Estoy orgulloso de ti!— fue tanta su satisfacción, que mandó a volar el rastrillo para levantarme de la cintura con un abrazo —¡Estoy muy feliz por ti!— sí, se nota bastante —¿Por eso te vestiste como una modelo?




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