Ahora tengo una familia lobuna, ¿qué será lo siguiente?

A la cuenta de tres; te quiero ver

Capítulo 39: A la cuenta de tres; te quiero ver

No me acuerdo de cuándo tuve mi primer recuerdo. Me imagino que debió ser cuando abrí los ojos y vi el mundo por primera vez, pero, ¿cómo puede ser el primer recuerdo si ni siquiera lo tengo?

Se dice que olvidamos nuestras aventuras de niños porque el cerebro día tras día elimina las memorias que considera poco importantes, sin mencionar a la nueva producción de neuronas, claro; igualmente, muchas personas consideran que no es hasta cierta edad que adquirimos eso que llamamos «conciencia».

Cuando somos niños, no de tres ni de cuatro años; sino de un año para abajo, ¿somos conscientes? Nuestro cerebro no está desarrollado del todo y combinado con el «borrado cerebral» que tenemos después, yo de mi parte, no estoy segura de qué tan conscientes son los niños, quienes solo parecen existir y ya.

No tienen una motivación, no almacenan experiencias ni mucho menos, son seres pensantes.

Solo existen y ya.

Pienso que somos lo que recordamos, cada segundo vivido es una porción de nosotros.

Y olvidar eso, debe ser fatal.

—Entonces, me dice que usted es del tipo de persona que sangra por la nariz.

El suegris y yo regresamos al baño desde que una buena cantidad de sangre comenzó a bajar de uno de los orificios de su nariz. Él está sentado en la tapa del inodoro, mientras que yo le limpio el rostro haciendo uso de una toallita húmeda.

Es la primera vez que estamos tan cerca, y por ende, que le puedo apreciar la cara con menudo detalle. Imri sacó la mayoría de las facciones de su padre, diría que por eso lo llamaron casi igual que él.

—Sí— asiente sin pensarlo un segundo.

—¿Y el dolor de cabeza?

—Te dije que era por...

—Le pregunté a Imri y él me lo negó rotundamente— no entiendo por qué me mintió —Dijo que era mentira que a ustedes les dolía la cabeza cuando se transformaban por mucho tiempo.

—Sufro de migraña.

Es increíble el modo en que me miente con la mirada fija en mis ojos. Ni loco aparta la vista, casi le creo su descaro.

Mi suegris, un descarado.

—¿Y por qué los ojos brillantes y colmillos más afuera de lo normal?

Una de las diferencias entre un humano y un lobo cambiante es su dentadura; si se le presta atención a sus colmillos, los mismos lucen un poco más grandes y filosos. Ahora bien, cuando sacan sus instintos lobunos, estos crecen aún más, resaltando en sus labios aun con ellos cerrados.

—No me gusta que me hagan muchas preguntas— me toma la mano para que me detenga —Menos con ese tono que usas para hacerlas.

Primero le duele la cabeza, se está por transformar y hasta le sangra la nariz. ¿Cómo quiere que crea que es normal?

—¿Qué tono?— como él me tiene agarrada la mano derecha, me pasé la toalla a la mano izquierda y proseguí con lo que estaba haciendo.

El sangrado parece infinito, no se detiene.

—Ya basta— se pone de pie, acercándose al lavamanos. Allí se sacude la nariz en un intento de acabar con la sangre —Será mejor que me vaya.

No quisiera acudir a ese lado de mí que quería dejar atrás para evitar problemas. Que no me obligue a sacar a la Lúa intensa.

—Usted no se ve bien— no hay que ser un científico revolucionario para darse cuenta.

—Nadie con migraña lo estaría.

Sí, claro.

—Oiga— él iba a salir, pero me le puse en frente para evitarlo —Si insiste en que sus signos son normales, no le molestará que lo discuta con Imri, ¿verdad?

Lo siento, Emre, pero no me deja de otra. Ya van dos veces que pasa lo mismo, por lo que no puedo ignorarlo.

—Jum— tensa el mentón. Su gesto me es suficiente para saber que le desagrada la idea —Dime algo, ¿tú te consideras parte de nosotros?

¿Y esa pregunta?

—Pues... sí— ahora falta que lance un comentario diciendo que no lo soy y que no me compete nada de lo que le pase.

¡Ay, no!, el suegris no sería capaz de eso.

Aunque, si eso es lo que pienso, ¿por qué estoy nerviosa?

—No importa si eres humana, si perteneces a una manada, tienes las mismas obligaciones que los demás lobos; debes obedecer las reglas— acorta la distancia entre ambos —Como alfa te pido que no menciones nada de lo que viste aquí.

Por un lado, me alegra que él haya reafirmado mi posición como miembro de mi manada. Sin embargo, por el otro, no sé qué decir.

Ahora sí me está asustando.

—Pero, oiga...

—La migraña me hace sentir así— asegura con frialdad en su mirada. Será mejor que no le insista, ahora veo que Rem tenía razón y él es peor que Onil.

A diferencia de mi cuñado, con el que sentí que podía acercarme pese a su personalidad chocante; Emre es más sereno, pero las vibras alrededor de él marcan una línea en medio de ambos que siento que no puedo cruzar.

El alfa está del otro lado, sin ninguna intención de dejarme pasar.

—Está bien— suspiro.

Él me da una palmada en el hombro y se marcha a la sala, yo voy detrás de Emre, sin quitarle la mirada de encima. Por mi experiencia, sé que cuando alguien oculta algo en torno a su salud, nunca es nada bueno.

Sangrado de nariz, mareos y dolor de cabeza... ¡¿y si...?! ¡¿Y si tiene cáncer?!

Oh, no. Ahora parezco Google.

¡Pero es que...!

—¿Y Ariangely?— le pregunta Emre a Arissa. La suegris no se encuentra en la sala, solo está la chica con Ra en sus piernas.

—Mami— el niño me extiende los brazos para que lo cargue, cosa que hago colocándomelo en mi cintura.

—Se fue al patio para ver si todo andaba bien con Imri— contesta —¿Por qué duraron tanto en regresar?

—No supe usar el baño. Lúa me repitió mil veces cómo hacerlo, pero fue al final que entendí— es en serio cuando digo que me sorprende la facilidad que tiene para hablar mentiras —Tengo que irme, dile a Ariangely que nos vemos luego.




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