Capítulo 61: Daño colateral
Por más raro que parezca, recuerdo que cuando era niña odiaba las mentiras. Más las que eran por omisión, es decir, las que consistían en ocultar una información de manera intencionada.
No sé de dónde vino ese profundo desagrado, tal vez sea por algún evento ocurrido tiempo atrás y del que no me acuerdo. Lo que sí sé es que aprendí a tener otra perspectiva tras un hecho que pasó:
—Recuerda, no debes decirle nada a tu papá de lo que tenemos planeado esta noche— me dijo mi mamá por quinta vez.
Era el cumpleaños de papi, no me acuerdo de cuántos años tenía, pero no pasaba de los nueve.
Me estuve conteniendo todo el día. No podía soportar el hecho de guardar menudo secreto, mientras que él se mostraba neutral; demasiado neutral.
Por alguna razón, siento que papi sospechaba de lo que pasaba. Digo, la mayoría de cumpleañeros lo hacen, más si las personas a su alrededor se comportaban de manera tan extraña.
Hasta a su amigo de la infancia, con el cual tenía más de treinta años felicitándose por sus cumpleaños, supuestamente se le olvidó hacerlo y no lo llamó.
Y claro, él estaba demasiado ocupado coordinando todo para la fiesta.
La sorpresa se vino abajo para mi papá, porque al menos ningún invitado se enteró de que lo arruiné, cuando no pude soportarlo más y exploté. Le dije que le estaban organizando una fiesta, y que todas las personas que no lo habían llamado para felicitarlo, hacían parte de ella.
Que no estuviera triste, que todos se acordaron de su día especial.
Como era obvio, lloré tras no poder guardar más el secreto. Fue en ese momento que él decidió seguir fingiendo desconocimiento y ocultó que lo sabía para que nadie se sintiera mal.
Ahí aprendí que había secretos que eran necesarios que se guardaran.
La cosa radica en por cuánto tiempo deberían guardarse. Me he preguntado mucho si los secretos deben seguir ocultándose aun cuando existen personas lastimadas de por medio.
Un día, conversando con Rem y Pato, la chica llegó a mencionar que muchas personas nacen sin un manual predeterminado para hacer las cosas; que es como si uno no hubiera nacido con la misma información que el resto.
Así me siento yo. Muchos a mi edad se ven como adultos realizados pese a que nos encontramos a principios de los veinte, pero yo, todavía continúo aprendiendo cosas básicas.
Lo único que me diferencia de Rem, es que mi comportamiento no es tan visible como el de él. En un grupo de personas yo no pasaría como un «bicho raro» como dice el chico, porque he aprendido a fingirlo.
Hay veces en las que la línea de lo correcto es difusa para mí. He intentado mejorar, pero hasta queriendo hacerlo, me ha tentado el deseo de utilizar todo a mi alrededor a favor del bienestar que persigo.
Ahora bien, con todos los platos puestos sobre la mesa, está el hecho de lo que sea correcto para mí.
¿Seguir mintiéndole a alguien que amo porque sufrirá? ¿U ocultarle todo a la persona que amo, para que al final termine sufriendo de todos modos?
Esto no se trata de un cumpleaños sorpresa, es grave. La pregunta de qué debería hacer atormenta mi mente.
—Masita...
Imri y yo nos encontramos a solas. No había dicho nada en todo el camino, solo me he mantenido con la cabeza baja; poniendo todas mis ideas en orden.
Él siempre ha resaltado el hecho de que cuando estoy triste me pongo de cuclillas en posición «de bolita», y ahora mismo es lo que más quiero.
Sin embargo, debo ser valiente. Esto no se trata de mí, sino de él, por lo que debo confrontarlo de frente.
—Im, cariño...— trago saliva. Mis palabras pierden sentido cuando ni siquiera le estoy dando el frente. No soy capaz de verle a la cara y decirle que le he estado ocultando algo tan horrible.
¿Me odiará? Es lo que más temo.
—Escuchaste algo malo, ¿verdad?
En serio cree que estoy así por haber escuchado algo.
La otra Lúa que vive en mí lo hubiera usado a su favor y le habría dicho que sí, que escuché que Emre estaba enfermo. Hubiera convencido al alfa para que no me desmintiera y bueno, lidiaría con Onil o qué sé yo. No obstante, esto solo se queda en mis pensamientos.
—No es eso— suspiro —Imri, hay algo que debes saber. Algo de lo que sospeché y confirmé hace poco.
—Me estás asustando— responde con el mentón tenso —Primero lo de mi hermano, luego la visita de Aremjeth, la furia del alfa... han pasado muchas cosas— ahora es él que se pone de cuclillas —Las cosas no han estado bien últimamente. Desde que te traje a la manada, no has visto nada más que problemas. Me siento avergonzado— susurra con las cejas bajas.
—Por favor, prométeme que, independientemente de lo que te diga, serás fuerte. Yo prometo acompañarte en todo, brindarte todo de mí para que podamos enfrentarlo; juntos— me sitúo frente a él, rodeándole las mejillas con mis manos.
—¿Qué sucede, Lúa?— nos miramos a los ojos. Hay seriedad en cada centímetro de su rostro —Haz como siempre y dímelo sin rodeos. Por favor.
—Es Emre. Él...— por más que quiera, no puedo hacérselo saber como quiere —Lo de esta tarde no fue normal. Toda esa sangre salió de su cuerpo porque se extralimitó. Tal vez las emociones fuertes combinadas con la sobrecarga de su transformación hizo que pasara.
—¿Sobrecarga de su transformación?— arruga la frente —Te dije que no ocurría nada si pasábamos mucho tiempo en este aspecto. A no ser que...
—E-Ese es el punto— titubeo en un hilo de voz.
Imri se quedó en silencio por un momento. Él bajó la vista, moviendo rápidamente sus pupilas a los lados, indicándome que le estaba dando mente al asunto. Sabrá Dios en lo que esté pensando, pero tengo miedo. Mucho miedo.
—Dices que papá tiene problemas con su transformación— sonó como pregunta, pero no lo fue. Él mismo tiene la respuesta, puedo percibirlo —Tu repentino interés por las enfermedades de los lobos se debía a la sospecha de que él estuviera cursando por una. Eso es lo que quieres decirme, que mi papá está enfermo...— levanta la cabeza. Sus ojos están llenos de lágrimas —¿Mi papá...? ¿Él tiene el mal del lobo?