Me paseé por las afueras de una sala de estar, el grito de un Rango Uno o Dos en contra de alguna sirvienta cires me tomó por sorpresa. Todos en aquel pasillo nos sobresaltamos por lo bajo, solo fueron los guardias los que mantuvieron la compostura ante el reclamo.
Cerré mis ojos un momento y seguí caminando; me aliviaba saber que el susto no fue capaz de hacerme perder el control de mi habilidad, pero el miedo constante de ser sorprendida me perseguiría hasta que me encontrara entre las estrellas.
El enorme castillo de la Cuarta Región era un lugar precioso si solo consideraba su aspecto visual. Desde los altos cielos y las terminaciones de mármol coloreado en tonos suaves hasta los pisos relucientes con cerámica de patrones que asimilaban a las constelaciones que nos cubrían por la noche, era precioso. Aun así, todo esto había sido construido sobre los hombros de los cires y no podía olvidarme de eso mientras observaba cada decoración de oro y las joyas que cubrían a los thares que frecuentaban el lugar.
Desde que mi padre obtuvo el permiso para traerme, había comenzado una rutina que, de ser escuchada por algún thares de alto rango, me llevaría a que cortaran mi cabeza y, de paso, la de mi familia. Pero esto era algo que papá quería que hiciera cada vez que veníamos por un chequeo a su sistema de seguridad.
Debía observar, escuchar y buscar todas mis ventajas, salidas e información valiosa. Todo servía con tal de protegerme de cualquiera que quisiera dañarme por lo que era, por eso debía cuidar desde mi actitud hasta la última palabra que saliera de mi boca.
Cithlre era un lugar cruel y más de una vez estando invisible lo tuve que presenciar. Incluso en esos momentos me encontraba más de un ejemplo para retratar la realidad de nuestro planeta.
Llegué a la sala de música y las perlas sobre la tela de mi vestido dejaron de repiquetear contra sí.
Había veces dónde algún músico se sentaba a practicar, pero hoy no había tenido esa suerte. El lugar estaba vacío y los instrumentos guardados.
Del otro lado entró Ahren. Su cabellera roja tan intensa como el sol cargaba la corona de cuatro franjas moldeadas, combinando con su traje blanco con detalles rojos y bordados elegantes y dorados.
Bajé la cabeza de inmediato y le hice una reverencia. No podíamos mirar a la realeza por más de unos segundos sin su permiso, así que prefería seguir manteniendo la relación súbdita-príncipe con una fingida veneración y respeto. Cualquier acción que evitara problemas era bienvenida.
Detrás de él venía Ghemmion. Una piel tan oscura como la mía y gruesas trenzas alargadas de color azul eran su rasgo más característico. Para todos era obvio que, siendo la amiga de infancia de Ahren y una Rango Uno hija del Consejero Real, sería la futura reina.
Ambos vestían con trajes un poco más sencillos de lo que era usual ver en los thares dentro del castillo, pero las joyas y la ropa aparatosa hecha a medida era algo que nunca faltaría, aun si la realeza tendía a ser un poco más recatada.
Aquella idea me hizo recordar lo pesado de las perlas que tenía sobre mí y los tacones punzantes. Estrellas, solo quería llegar a casa.
Pasaron junto a mí y, a una escala de distancia, los acompañaba Seveth. Nunca supe cuál era su habilidad, pero, siendo el guardia personal de Ahren, debía ser endurecimiento o aumento de fuerza. Aunque dudaba de la última sabiendo que el Príncipe ya contaba con ella; un escudo humano sonaba más lógico si yo tuviese que estar a su cuidado.
Continué escuchando sus pasos hasta que se apagaron, fue entonces que pude levantar la cabeza con alivio.
Miré hacia atrás, sus siluetas alejándose. Desde algún punto no había dejado de encontrármelo siempre que venía, invisible o no. Era una tontería pensar en que el Príncipe pudiese estar buscándome, pero sucedía con tanta frecuencia que no podía evitar extrañarme.
Era todo lo contrario con la Reina Ralidhe. Incluso si la buscaba, nunca la veía dentro de este gran castillo; solo en los anuncios reales y eventos.
Afuera de la sala de música, un miembro del Consejo del Comercio, su esposa y un General de la Fuerza Armada conversaban sobre el Cortejo Real que iba a realizarse. Luego de la noticia de la Princesa Dehyanah de la Séptima Región comprometida con Rhailan, Príncipe de la Primera, los cithlreanos necesitaban algo de qué hablar y este tema les cayó de las estrellas.
Aún no daban a conocer a las candidatas y las especulaciones hacían del Cortejo un evento mediático, pero estaba más que claro que la que sería nuestra futura reina era Ghemmion.
Con los mentones elevados y una sonrisa fingida continuaron hablando de que era posible que la hija de aquellos thares fuese seleccionada como candidata.
Pasé por el lado. Cerca de la entrada principal siempre había una hilera de cinco guardias con estrellas de siete puntas en su brazo derecho. Todos mantenían su espalda erguida y su arma en posición en caso de existir algún problema. Entre ellos estaba el androide que formaba parte del sistema de seguridad de papá, solo él y los altísimos rangos sabían cómo lucía cada octena: era como un cambiaformas dotado de la inteligencia tecnológica de Cithlre.
En algún lugar del castillo estaría Zhartek de la misma forma. Sonreí pensando en eso. Había llegado hace muy poco tiempo y ya había agregado una nueva punta a su estrella, subiendo su rango no solo a nivel de guardia. La vida le sonreía y estaba cumpliendo su sueño de niño. Cuando me lo encontraba sus ojos cambiaban a un amarillo aún con su postura rígida, idéntica a la de aquellos guardias.
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Editado: 05.05.2025