Ahris | Constelaciones Perdidas

°• Capítulo 14 •°

Regresar a casa con Vanzze a mi espalda no fue nada fácil, tampoco que todo el planeta nos viera llegar en un I-TR al cual solo la realeza tenía acceso ni a mí con ese vestido. Pero íbamos a huir, así iba a hacer; no haríamos nada que nos delatara frente a Vanzze y estaríamos bien.

Toqué el timbre y mamá abrió casi de inmediato, con la boca abierta, lista para regañarme, hasta que vio al hombre alto a mi espalda y luego a todo el aspecto que traía.

—Areia —sonrió como estaba acostumbrada de niña—. ¿Quién es él? ¿Dónde está tu padre?

Tragué saliva y lo presenté:

—Él es Vanzze, es el guardia que su Alteza dejó para cuidarme. De hecho, ya les hablé de él: tiene el mismo don que yo.

La sonrisa de mi madre no flaqueó mientras observaba al cithlreano de arriba a abajo. Esperaba verla un poco más asustada o al menos que lo demostrara en sus pupilas, pero no hubo señales que fuesen más allá de la desconfianza.

—Bueno, le diré a tu padre. No le avisaron que vendrías en un I-TR, debe estar preocupado. Vamos, que esperas, entra. —Me animó, dándome golpecitos en la espalda de forma cariñosa—. Te tengo una sorpresa que espero te alegre mucho, mi niña. Además, le pondré otro asiento a nuestro invitado. Pasen, pasen.

Le sonreí a mamá, mucho más nerviosa que ella.

Pero cuando entré, no aguanté las lágrimas por más tiempo al ver a todos mis abuelos reunidos en la entrada que daba a la cocina.

Mamá presentó a Vanzze en alto para que todos estuvieran al tanto que era un guardia de Ahren mientras yo corría como podía a abrazarlos.

—Oh, mi niña, mira que vestido estás luciendo —me dijo mi abuela Eyanah mientras me besaba el costado de la frente, admirando con cierta pena lo bonita que lucía por razones equivocadas.

—Luces tan extraña —se rio mi abuelo Dhemie, mi abuela Xhiara a su lado con el ceño a medio fruncir por la presencia de Vanzze.

Los abracé uno a uno, escuchando sus comentarios y saludos cariñosos. Sabía porqué estaban en casa y cómo Vanzze debía estar entorpeciendo todo lo que en realidad querían decirme.

—Areia, mi niña —me dijo mamá, apretujándome entre sus brazos—, supongo que esa ropa es un poco incómoda, así que ¿por qué no vas a cambiarte y bajas? Para entonces tu padre ya debe haber llegado.

Sonreí enjugándome las lágrimas y asentí antes de subir las escaleras sin caer en el intento.

Supuse que era la forma que mi madre tenía para que me relajara un poco después de todo lo que había pasado, incluso si no podía explicarle bien.

Les di una última mirada a mi familia mientras mamá los invitaba a sentarse a la sala con esa energía contagiosa y encantadora que tenía. Incluso invitó a Vanzze, sin importarle que este se rehusase a compartir y que prefiriese quedarse parado junto a la entrada.

Me metí a la habitación y solté un gran suspiro, cubriéndome la cara con las manos, sintiendo un par de lágrimas rodar.

Había pasado lo más terrible hoy…

Estábamos bien, iba a tener una cena familiar como acostumbraba y con toda mi familia. Íbamos a escapar, pero eso podría significar…

Por Xinegya, eso podía significar que ellos morirían.

Pero todo iba a estar bien, ¿no? No, porque los había condenado.

Tragué saliva y me forcé a despegar mi cuerpo de la puerta para sacarme el enorme vestido, no lo soportaba más. Me hacía presión en el pecho y ya no sabía si el enredo en el estómago y la falta de pensamientos coherentes se debían a mi propia cabeza o a la falta de aire.

—Devbah —llamé, lo que sonó más a un ruego—, ayúdame con el vestido, por favor.

Me di la vuelta, dejando a la vista las amarras. Me saqué el collar por mi propia cuenta, dejándolo con brusquedad sobre la mesita del tocador y quité también la decoración de mi cabeza, arrancándome de paso uno que otro cabello.

No me importaba si el valor era igual a las tres lunas de nuestro planeta, no podía tenerlos sobre mí por más tiempo.

Devbah usó sus brazos extensibles y trabajó en mi espalda, de a poco fui sintiendo cómo los huesos de mis costillas ya no me resentían. Cuando el vestido finalmente cayó, lo hizo con las armas, dejándome unas marcas de lo apretado que estaba el lazo.

Me limpié un par de lágrimas más, escuchando a mi robot decir que todo estaba listo.

Con toda esa tela fuera, busqué entre mi ropa algo que recompusiera mi ánimo.

Saqué un pantalón holgado, un abrigo de lana de bher color verde opaco y una de las blusas que usaba para dormir y me las puse con rapidez, buscando calor dentro de aquellas prendas, recuerdos. El abrigo era sencillo, pero me lo había tejido mi abuela Xhiara cuando cumplí dieciséis años solares.

Quité todo rastro de tacón y me puse los zapatos bajos y acolchados que también usaba en la casa, en especial en las temporadas de hielo. Tomé un respiro y arreglé mi cabello como quería, como siempre lo usaba: suelto con las ondas naturales casi cubriéndome los ojos.

Sí, no me veía como una reina ni era lo más costoso que podía usar, pero pude sentirme feliz al verme al espejo. No había amarillo, aunque sí orgullo y un poco de desafío a todo lo que Ahren deseaba para mí.




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