Hace diecisiete años, en Animaná.
Mi vida en esos años era totalmente feliz, vivía en una finca con mis padres, amaba estar ahí, el aire libre y pasar tiempo con los caballos y mis perros. Estaba preparándome para entrar a la universidad, quería ser veterinaria. Tenía mi vida entera programada, pero me toco pasar una tragedia, que hizo que cambiara todas mis perspectivas de la vida y tomase otros rumbos.
Esa tragedia, tenía nombre, Diego Bastella, era mi príncipe azul, el hombre ideal para mi, tenía unos 5 años mas que yo, estaba estudiando para ser ingeniero agrónomo. Era de una familia importante del pueblo, su familia tenía conexiones con la política. Mi familia era de clase media – alta, teníamos muchas comodidades, pero mis padres siempre se esforzaron por ello, trabajando de manera limpia. Mi padre, Luis, era el doctor del pueblo, y mi madre Viviana, era pediatra, ambos trabajaban juntos.
Lo que marcó mi vida empezó cuando cumplí los diecisiete años, Diego llegó de la universidad a las vacaciones de verano. En esas fechas se realizaban muchas fiestas entre las familias del pueblo, en sus fincas, y ahí fue donde coincidimos por primera vez, si bien siempre lo veía por el pueblo cuando era más pequeña, pero nunca hablamos, hasta ese día. Precisamente coincidimos en la fiesta que habían organizado sus padres, para celebrarlo a él, porque ya estaba por recibirse. Sus padres, Antonio y Julia, estaban muy orgullosos de su hijo. Al ser único hijo, se lo notaba bastante consentido. Diego era muy atractivo, y tenía a muchas chicas rondando siempre a su alrededor, pero a su vez nunca se le vio salir con ninguna oficialmente. Decian los comentarios del pueblo, que era por su mamá, que doña Julia no permitía que cualquiera dañara la imagen ni el apellido.
La fiesta era en la casa familiar Bastella, una casa muy hermosa y antigua, tenía viñedos interminables, con un paisaje único. La celebración fue hermosa, estaba prácticamente todo el pueblo invitado. Había mucho para entretenerse, entre música en vivo, los buffets de comida, artistas, y un sinfín de cosas, sin dudas la familia no había escatimado costos para esta celebración. Sería una fiesta que se recordaría por años en el pueblo.
Con mis dieciocho años, era bastante timida, por lo que no estaba en los grupos con los demás, me costaba integrarme y mantener una conversación fluída, prefería quedar a un costado o al margen como quien diría.
Así estaba, mirando los retratos familiares y fotos de vacaciones que habían colgados por la sala, cuando en mi despiste, por estar en mi mundo, choco con la espalda de alguien a quien sin querer le derramo el contenido de la ensalada de frutas que estaba comiendo.
La persona con la que choqué se da vuelta y al contrario de lo que esperaba, se ríe.
Esa voz, era la primera vez que la escuchaba, tan varonil y segura. Ahora si que quería desaparecer, y debía aprovechar ese momento.
Me despedí con un apretón de manos y literalmente hui del lugar.
Seguí las instrucciones tal cual me había dicho don Eduardo, y llegué a las líneas del viñedo, era hermoso, había luna llena, así que se veía bastante bien el camino. Caminé por un buen rato, hasta que decidí que era hora de volver, no tenía idea de cuánto tiempo había pasado, quizás mis padres estarían preocupados, así que regresé a la fiesta. Apenas entré, me topé con mi mamá, que me preguntó dónde estaba, que quería presentarme a alguien. La seguí, y llegamos a una ronda de chicas y muchachos de mi edad.
El primero en darse vuelta fue Diego, y yo quise que me tragara la tierra ahí mismo, en su mirada había conocimiento, sabía que fui yo la que provocó el accidente con el saco de su abuelo. Agache la cabeza esperando algún comentario sobre ello.