Aida

Capítulo 4

Cómo olvidar esa noche de la peña. Nunca había imaginado que Diego, el hijo de la familia más influyente de Animaná, se fijaría en ella.
Pero lo hizo. Esa noche de la fiesta de graduado, Diego la había mirado como si fuese la única persona en el jardín. Habían bailado. Habían reído. Y aunque nadie lo dijo, algo empezó ahí.

Por eso, cuando recibió un mensaje que decía “Diego quiere hablar con vos en el galpón de la finca. Es importante”, Aida no dudó, hacía un buen rato que no lo veía, ya que se había ido con Arturo a ver unos caballos al galpón.

El galpón estaba casi a oscuras cuando llegó. Un par de lámparas débiles iluminaban el polvo suspendido en el aire. Las sombras bailaban en silencio.

—¿Diego? —susurró.

Una risa suave respondió, pero no era de Diego.

De entre las sombras apareció Camila, la hermana de Arturo. La misma que desde que Aida había bailado con Diego no dejaba de mirarla con desprecio.

—Pensé que no vendrías —dijo Camila, cruzándose de brazos.

Aida sintió un escalofrío.
—El mensaje decía que Diego quería verme…

Camila sonrió con un brillo cruel.

—Claro. Diego…

Detrás de ella, se encendió una tablet, mostrando un video.
Un video grabado desde afuera de la casa de los padres de Diego.
Se veía a Diego hablando con Camila, muy cerca, riéndose, y luego… la imagen de ellos abrazándose.
Pero lo que Aida no sabía era que ese abrazo había sido obligado, armado, actuado. Diego no sabía que lo estaban grabando.

—Te voy a contar algo —dijo Camila, apoyándose contra una vieja mesa de trabajo—. A Diego le gustan las chicas de su nivel. Lo tuyo fue… simpático, nada más. Una fantasía de fiesta, un amor de verano.

Aida sintió el suelo moverse.

—Eso no es verdad —murmuró, acercándose al video para verlo mejor. Diego parecía… cómodo. Cómplice.

Camila apretó play de nuevo y dejó correr unos segundos más.
Un audio distorsionado sonó:
—“No puedo estar con una chica que no encaja con mi familia, ella es tan simple, no encaja con nosotros… sería ridículo.”

Aida sintió que algo se rompía.
Camila la observaba con satisfacción.

—¿Ves? Mientras vos soñabas, él ya estaba riéndose de vos.

La puerta del galpón se abrió de golpe.
Era Diego.

—¿Qué hacen acá? ¿Qué está pasando? —preguntó, confundido.

Aida lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
Él dio un paso hacia ella, preocupado.

—Judith… ¿por qué llorás? te estaba buscando

Pero Aida retrocedió, temblando.

—No me toques. Ya sé la verdad —dijo, con la voz rota.

Diego frunció el ceño.
—¿Qué verdad? ¿De qué hablás?

Camila, detrás de él, ocultó con rapidez la tablet bajo un pañuelo. Nadie vio su sonrisa apenas contenida.

Aida hizo un esfuerzo para mantener la voz firme.

—Dijiste que yo era un chiste. Que no encajaba. Que era ridículo que estuvieras conmigo…

—¡¿Qué?! ¡Nunca dije eso! —exclamó Diego, completamente perdido.

Aida bajó la mirada.
Las lágrimas caían sin control.

—No importa. No tenés que explicarme nada. Ya entendí lo que soy.

Y antes de que Diego pudiera detenerla, salió corriendo del galpón.
Corrió entre las viñas, sintiendo el olor a tierra húmeda mezclarse con su angustia.
Corrió hasta que la finca quedó atrás, hasta que el pueblo parecía más pequeño que su dolor.

Esa misma noche, sin que nadie lo supiera, Aida terminó de hacer su valija.
No podía soportar ver a Diego, ni a Camila, ni a nadie.
Necesitaba irse, aunque fuera lejos.

Porque Animaná —su pueblo, su hogar— se había convertido en el lugar donde se había roto el corazón.



#6274 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, romance, deja vu

Editado: 10.12.2025

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