Aiden (orgullo Blanco 1)

Prólogo

No la dejé caminar mucho, la cogí del brazo y con más fuerza de la necesaria la tiré sobre mi cama. Me había provocado, me había cabreado a niveles que jamás debió hacerlo y no la dejaría ir tan campante a como siempre estaba acostumbrada. Esa chica se había convertido en mi pequeño infierno, me volvía loco y desquiciado, me encendía a niveles que solo lo había logrado ella y me enfurecía que fuese así.

— Te veo con él, sales con ese idiota y te juro que lo mato — le advertí con la voz gruesa y cargada de la más pura ira. Sus ojos se ensancharon, pero también sonrió burlona.

Sabía que eso no sería fácil y esperaba lucha de su parte.

— Es tu amigo — me recordó — y te recuerdo que tú no quieres nada conmigo. Lo dejaste más que claro Aiden Pride, así que vete a la mierda y no te metas en mi camino — advirtió. Se puso de pie una vez más y comenzó a ir hacia la salida.

Yo sabía lo que le había dicho, lo seguía teniendo claro, pero no podía evitarlo; cometí el puto error de probarla y ese sería mi castigo eterno.

Toqué a la mujer que no debía haber tocado ni en mis pesadillas y lo iba a pagar caro, mas no podía con la idea de ella con alguien más; me mataba, me enfermaba y asqueaba solo imaginarlo. También tenía una diana colgada en la espalda por parte de mi padre y sabía que su puntería sería certera si volvía a dar un paso en falso, me demostró toda la vida cuanto me amaba, aunque descubrí que no le iba a temblar la mano para castigarme si le fallaba de nuevo. 
Aun así, la cogí del brazo para no permitirle salir.

— No estoy jugando, no me tientes porque sabes de lo que soy capaz — amenacé.

— Es gracioso que tú si puedas tener novia y a mí me quieras prohibir ir a una cita. No me quieres contigo, pero tampoco con alguien más — señaló burlesca —; lo nuestro es prohibido Aiden, mejor aceptémoslo de una buena vez. Será más fácil para ambos — sugirió y se zafó de mi agarre.

La dejé ir entonces, porque sabía que tenía razón.

¡Maldita sea que la tenía!

Y justo eso, era lo que más me enfurecía; papá había tenido razón en lo que me advirtió: haber puesto mis ojos en esa mujer sería mi peor error, el castigo iba a ser tremendo y no sería él mi verdugo por haberme equivocado de esa manera.

Sería yo mismo.




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