[Capítulo 4]
{Leah}
Crecí con la ausencia de mi verdadera madre Amelia Black, pero admitía que mi padre y Lee-Ang — su esposa — hicieron todo para que no sufriera lo peor que una persona podía pasar. Sabía que papá amaba a Lee, pero a veces lo descubría viendo la fotografía de mi madre con su rostro nostálgico; encerrado en su despacho y bebiendo algunos tragos. Cada año también reproducía un vídeo que no me permitía ver, sin embargo, me colaba detrás de la puerta para al menos poder escuchar la voz de la mujer que me dio la vida.
La escuchaba fuerte a pesar de la tristeza que la embargaba y me dolía no haberla conocido.
Tía Isabella — hermana de mamá — tomó también el lugar de Amelia y me crio como a una verdadera hija, esa mujer se convirtió en mi todo y le agradecía el que siempre estuvo para mí en mis buenos momentos y más en los peores. Por esas y muchas otras razones la familia era sagrada para la nueva generación que nació de los Pride, White, Black y D’angelo, mismas por las que sentir lo que sentía me mataba lentamente.
Casi desde que nacimos vivimos en Italia y fui muy feliz durante los años en los que convivimos como una gran familia, hasta que aquella desgracia llegó y tuve que ver partir a la mitad de las personas que me complementaban. Nadie a parte de mi papá y Lee se enteraron de la depresión que sufrí cuando me vi sin mis hermanos y los tíos que casi eran mis segundos padres, les pedí que no dijeran nada y aceptaron ya que me lo debían, pues mi padre se negaba a dejarme ir con mi otra familia y también a acompañarme y mudarse conmigo.
De esa separación sufrí lo que más temía y acepté lo que más terror me daba.
Me había enamorado como una loca del único hombre en el que jamás debí poner mis ojos: Aiden Pride White, mi primo, el niño que siempre me vio cómo su hermanita y me amó como tal. Mi más hermoso tormento, mi más dulce tortura y con el que solo me tuve que conformar a soñar.
«— Papi… ¿Qué opinas de la relación amorosa entre primos? — casi escupió su café cuando un fin de semana decidí hacerle esa pregunta. Me miró serio, asustado y decepcionado a la vez y quise encogerme en mi asiento.
— ¿Por qué me haces esa pregunta Leah? ¿Qué has hecho? — un nudo se formó en mi garganta cuando preguntó tal cosa. Tan poco me conocía que se atrevía a pensar que había hecho algo malo, cuando me tragué por muchos años lo que sentía por mi primo.
— Que malo eres papá, tuvimos esa clase ayer respecto a las personas del pasado y sus maneras para proteger el linaje familiar — me obligué a mentir porque su acusación me dolió más de lo que imaginé.
Lee había escuchado todo ya que estaba cerca y llegó a sentarse con nosotros, rogué para tuviese aquellas palabras tan sabias que siempre sabía decir y que me salvara de aquel momento tan bochornoso.
— Es cuestión de creencias, cariño y de la manera en la que te hayan educado a ti o a tus padres — su voz fue pacífica y miró a papá con advertencia cuando quiso decir algo —. En muchas culturas lo siguen considerando incesto e incluso la mayor aberración que existe, en otras lo han aceptado como lo que es: amor.
— Yo lo considero incesto — zanjó papá y sentí ganas de llorar — En serio respeto tu forma de pensar, amor. Pero para mí es una total aberración y la peor maldición que un padre podría sufrir — se dirigió a Lee y entendí que ambos pensaban diferente respecto a ese tema.
— Soy nacida de dos primos y te aseguro que el amor que mis padres se tuvieron no fue ninguna aberración, pero mi crianza fue muy distinta a la de tu padre y por lo mismo nuestras opiniones son distintas — a mi padre no le gustó la respuesta de su esposa y a mí me impactó saber aquello — Háblame de una relación de pareja entre dos hermanos y entonces compartiré la opinión de tu papá. Sin embargo y cómo te repito, todo está en la educación que te den y la creencia que te transmitan tus generaciones pasadas.
— Y la que yo te transmito es que es una aberración y la mayor maldición, punto — me quedé en silencio cuando papá alegó lo último y tuve que fingir estar de acuerdo para mantener mi mentira.
— No quiero ni imaginar lo que pensarías si no fueses psicólogo — se quejó Lee y se levantó de su lugar marchándose un poco molesta.
La noche de ese de fin de semana lloré por primera vez la pérdida de un amor que ni siquiera me correspondía o llegué a tener».
Conociendo la opinión de papá, tuve que obligarme a sacarme de la cabeza a mi amor prohibido y ese idiota sin saber nada se propuso a ayudarme cuando cada vez que hablábamos me platicaba de todas sus conquistas. Me tragué mi secreto a punta de lágrimas, fingir no era fácil y cuando al fin lograba superar un poco a aquel amor, él aparecía con sus mimos, palabras lindas y su forma de ser tan especial.
A veces me refugiaba más en Daemon porque su frialdad me hacía más fácil todo, me amaba y no tenía duda de eso, era la copia exacta del tipo que me tenía idiota, pero tan diferente a la vez y por momentos deseaba que Aiden fuera igual para no sentir lo que sentía por él.
«— Feliz cumpleaños a la princesa más hermosa del planeta — era mi cumpleaños diecisiete. Todos llegaron a la pequeña fiesta que Lee me organizó, dos años atrás tuvieron que regresarse al país que me vio nacer por motivos fuertes, pero siempre estaban para mí en las fechas especiales y yo para ellos. Aiden apareció con un cachorrito color café y lo tomé en mis brazos amándolo desde ese instante y no solo porque era hijo de Sombra, perro que casi fue como mío, sino porque también era de parte del hombre que para mí era el más maravilloso del mundo.
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Editado: 30.06.2020