Había algo en el aire ese día. Como si el universo estuviera alineándose para cambiar el curso de la vida de Adrián, aunque él no lo supiera todavía. A simple vista, parecía un día más: la tarde transcurría como siempre. Adrián estaba en su cuarto, tumbado en la cama con los audífonos puestos, dejándose llevar por las letras de una canción que probablemente no recordaría al día siguiente. Las paredes blancas de su habitación parecían cerrarse sobre él, como si no hubiera escapatoria de la rutina. A sus 18 años, todo le parecía predecible, seguro… y, para ser honesto, un poco aburrido.
La puerta de su cuarto se abrió de golpe. Su mamá entró, cargando esa mezcla de emoción y preocupación que solo ella podía dominar tan bien. Adrián, al verla, sintió un ligero remolino en el estómago. Esa combinación de emociones en su mamá siempre traía consigo noticias inesperadas.
—Adrián, tu tía Mónica llamó —dijo, cruzándose de brazos frente a la puerta, como si no supiera bien cómo comenzar—. Quiere saber si te gustaría ir a Canadá este verano… a estudiar inglés.
Al escuchar las palabras "Canadá" e "inglés", Adrián se incorporó en la cama, quitándose uno de los audífonos. Era como si su cerebro no terminara de procesar la información. ¿Estudiar inglés? ¿En Canadá? La sola idea lo dejó sin palabras. Todo lo que había planeado para su verano —que, siendo sinceros, no era mucho más que ver series y salir con sus amigos— se desmoronaba frente a la posibilidad de algo mucho más grande.
—¿Canadá? —repitió, incrédulo, casi como si hubiera escuchado mal—. Pero… mamá, yo no sé nada de inglés.
Su madre sonrió, esa sonrisa que solo ella podía ofrecer en los momentos en que sabía que venía un cambio importante.
—Justo por eso es una gran oportunidad, hijo. Aprenderás el idioma, conocerás gente nueva… vivirías algo que nunca olvidarás. Además, la escuela tiene un programa de intercambio. No estarías solo —respondió, mientras se sentaba a su lado en la cama.
Adrián se quedó callado por un momento, la idea resonando en su cabeza. La emoción y el miedo se entremezclaban en su pecho, haciendo que se sintiera como si lo estuvieran invitando a una presentación de clase para la que no estaba preparado. Irse a Canadá... parecía algo sacado de una película, pero al mismo tiempo, sentía un nudo en el estómago. Nunca había salido del país, ni siquiera para unas vacaciones familiares. Y mucho menos solo.
—Pero, ¿y si no puedo con el inglés? ni siquiera se como pedir una hamburguesa ¿Y si no me entiendo con nadie? —preguntó, ya visualizando todas las formas en que podría salir mal.
Su madre, viendo su duda, le dio una suave palmada en la pierna.
—No tienes que decidir ahora mismo, pero piénsalo. No todo el mundo tiene una oportunidad como esta.
Y así, lo que comenzó como una tarde normal, se transformó en un torbellino de pensamientos. ¿Ir a Canadá? Sonaba emocionante, casi irreal. Pero al mismo tiempo, el miedo a lo desconocido lo consumía. ¿Qué pasaría si todo sale mal? Adrián siempre había sido el tipo de persona que evitaba los riesgos. Prefería la comodidad de su rutina a lanzarse al vacío. ¿Pero acaso no había algo dentro de él que ansiaba un cambio, una aventura?
Esa noche, acostado en su cama, con las luces apagadas y el eco de la conversación con su madre aún resonando en su mente, Adrián no pudo dormir. La música que normalmente lo relajaba no servía de nada contra el caos de pensamientos que lo sacudían. Cada canción parecía desenfocarse, mientras su mente saltaba de un pensamiento a otro. No podía dejar de imaginar cómo sería estar solo en un país desconocido, rodeado de gente que hablaba un idioma que apenas entendía. ¿Estaba listo para algo así?
A la mañana siguiente, en la escuela, se encontró con Iván, su mejor amigo, mientras caminaban hacia el salón. Adrián decidió que tal vez hablarlo con alguien lo ayudaría a aclarar las cosas.
—Oye, ¿qué tal si te dijera que podría irme a Canadá este verano? —le dijo, intentando sonar casual, aunque por dentro sentía que las palabras le pesaban.
Iván lo miró, claramente sorprendido, y de inmediato soltó una carcajada.
—¿Canadá? ¡Eso suena increíble! —exclamó, dándole un empujón en el brazo—. ¿Cómo que "podrías"? Si fuera yo, ya estaría haciendo las maletas.
Adrián sonrió, pero no pudo evitar soltar un suspiro. Para Iván, todo parecía siempre tan fácil. Tenía esa confianza innata que Adrián siempre había admirado.
—Sí, suena genial… pero no sé. Es otro país, otro idioma, gente que no conozco… me da algo de miedo, ¿sabes?
Iván soltó otra risa, como si la preocupación de Adrián fuera lo más extraño que hubiera escuchado.
—¡Eso es lo emocionante! —dijo Iván, con esa sonrisa despreocupada que lo caracterizaba—. Además, ¿quién mejor que tú para aprender inglés? Te la pasas viendo series sin subtítulos, seguro que algo ya se te pegó.
Adrián rió, aunque sabía que Iván exageraba. Ver series no era lo mismo que enfrentarse a personas reales, en situaciones reales. Y aunque su amigo siempre parecía tener la vida bajo control, Adrián no podía compartir ese mismo entusiasmo. Sentía que, de alguna manera, todo podía salir mal. Pero, a la vez, había algo en la posibilidad de una aventura que lo atraía.
Ese mismo fin de semana, la tía Mónica llegó a su casa para hablar más sobre el viaje. Adrián estaba sentado en la sala cuando su mamá abrió la puerta. Mónica entró con una sonrisa amplia y esa energía que la hacía destacar en cualquier lugar.