El sonido del despertador rompió el silencio del sótano, resonando en las paredes como un recordatorio ineludible de que el día había llegado. Adrián abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso del cansancio acumulado. El jet lag todavía lo afectaba, y el frío del sótano se colaba entre las sábanas, haciéndole desear quedarse en la cama un poco más.
Pero hoy no era un día cualquiera. Era su primer día de clases en Canadá, y la mezcla de emociones lo obligó a levantarse. Sentado al borde de la cama, miró su reflejo en el pequeño espejo que colgaba en la pared. Se veía igual que siempre, pero por dentro, sentía que estaba a punto de enfrentarse a un mundo completamente nuevo.
"Hoy es el día", se dijo a sí mismo. "Hoy empieza todo".
Subió las escaleras hacia la cocina, donde el aroma del café recién hecho y el tocino llenaba el aire. Allison estaba de espaldas, cocinando con una habilidad que le recordaba a su propia madre. Al escuchar sus pasos, se giró con una sonrisa radiante.
—¡Buenos días, Adrián! ¿Listo para tu primer día? —preguntó, colocando un plato de huevos revueltos y tostadas en la mesa.
Adrián asintió, aunque no estaba del todo seguro de si "listo" era la palabra adecuada. La ansiedad y el miedo seguían presentes, pero intentó ocultarlos detrás de una sonrisa.
—Sí, gracias —respondió, sentándose a la mesa.
—No te preocupes —dijo Allison, sirviéndole una taza de café—. Es normal sentirse nervioso. Pero verás que todo irá bien. Solo sé tú mismo y disfruta la experiencia.
Adrián agradeció sus palabras. Mientras desayunaba, repasó mentalmente las indicaciones que Connor y Allison le habían dado sobre cómo llegar a la escuela. Aunque la familia lo había llevado a dar un paseo el día anterior para mostrarle la ruta, el temor a perderse seguía latente.
—Recuerda que si tienes cualquier problema, puedes llamarnos —agregó Allison, notando su preocupación—. Estamos aquí para ayudarte.
Después de terminar el desayuno, se despidió de Allison y salió de la casa. El aire frío de la mañana lo golpeó de inmediato, haciéndole ajustar su chamarra. Caminó hacia la parada del autobús, intentando recordar cada detalle del recorrido que habían hecho el día anterior.
Al llegar a la parada, verificó el número del autobús y esperó pacientemente. Otros pasajeros se encontraban allí, algunos con rostros adormilados, otros absortos en sus teléfonos. Adrián se sentía como un extraño en un mundo que ya estaba en marcha.
Cuando el autobús llegó, subió y buscó un asiento cerca de la ventana. Pagó el pasaje con manos temblorosas y se acomodó, sosteniendo firmemente su mochila. Observó las calles mientras el vehículo avanzaba, tratando de reconocer puntos de referencia.
Sin embargo, después de unos minutos, comenzó a notar que el paisaje no le resultaba familiar. Los nervios empezaron a aflorar. Sacó la hoja donde tenía anotada la dirección de la escuela y el recorrido del autobús. Al compararlo con los letreros de las calles, se dio cuenta de que algo andaba mal.
"¿Me habré subido al autobús equivocado?", pensó, sintiendo cómo el pánico comenzaba a instalarse en su pecho. Intentó usar el mapa en su teléfono, pero el acceso a internet era limitado. Miró a su alrededor, buscando a alguien a quien preguntar, pero el idioma se convirtió en una barrera insalvable.
Decidió bajarse en la siguiente parada, con la esperanza de poder orientarse mejor desde allí. Al descender, se encontró en una calle desconocida, rodeado de edificios altos y personas que caminaban apresuradas. La neblina matutina hacía que todo se viera más confuso.
Respiró hondo, intentando calmarse. "No pasa nada, solo tengo que encontrar el camino correcto", se dijo a sí mismo. Se acercó a una mujer que esperaba en la parada.
—Excuse me... I... I'm lost —logró decir con dificultad—. Can you help me?
La mujer le sonrió amablemente y, aunque su inglés no era perfecto, logró indicarle que debía tomar el autobús en dirección contraria. Agradeció repetidamente y se dirigió a la parada opuesta.
Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, llegó a la parada correcta y abordó el autobús que lo llevaría a la escuela. Miró la hora en su teléfono y se dio cuenta de que llegaría tarde. "Genial, primer día y ya voy tarde", pensó con frustración.
Al llegar a la escuela, el edificio le pareció más imponente que el día anterior. Entró apresurado, tratando de encontrar el aula que le correspondía. Los pasillos estaban vacíos, lo que solo aumentaba su sensación de urgencia.
Cuando finalmente encontró el salón, tomó un momento para respirar profundamente antes de tocar la puerta. Al abrirse, se encontró con la mirada de todos los estudiantes y el maestro.
—Ah, debes ser Adrián, nuestro estudiante de México —dijo el maestro con una sonrisa—. ¡Bienvenido! Pasa, pasa.
Adrián entró, sintiendo el rubor subir a sus mejillas. Se apresuró a buscar un asiento vacío al fondo del salón.
—Parece que los mexicanos siempre llegan tarde —agregó el maestro con tono bromista—. No te preocupes, estás entre amigos.
Algunos estudiantes rieron suavemente, y Adrián sonrió tímidamente. El comentario, aunque hecho en broma, lo hizo sentirse un poco más relajado. "Al menos tienen sentido del humor", pensó.