Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 4: El segundo encuentro con Aiko

El segundo día de clases llegó con una mezcla de emociones para Adrián. Por un lado, se sentía más preparado. Ya conocía la ruta correcta del autobús y el salón de clases no era el laberinto que le había parecido el día anterior. Sin embargo, lo que más lo inquietaba era la posibilidad de ver nuevamente a Aiko. Aunque apenas la había conocido el día anterior, algo en su conexión lo hacía sentir curioso, emocionado, y también un poco nervioso.

El viaje en autobús fue tranquilo, aunque la ciudad seguía sintiéndose extraña para él. Vancouver tenía una energía que era difícil de definir. Los edificios altos, las personas hablando en varios idiomas y el clima frío formaban parte del paisaje, pero Adrián aún no lograba sentirse completamente parte de ello.

Cuando llegó a la escuela, entró al salón y se acomodó en su lugar habitual, hacia el fondo. Observó a sus compañeros entrar uno a uno, pero no vio a Aiko de inmediato. Algo dentro de él se contrajo un poco, como si hubiera esperado verla entrar y saludarlo. Sin embargo, unos minutos después, la puerta se abrió y ahí estaba ella. Aiko le dedicó una pequeña sonrisa antes de sentarse en su lugar, justo al otro lado del salón.

Durante la clase, ambos intercambiaron miradas ocasionales, pero no hubo oportunidad de hablar. El profesor continuaba con sus lecciones de inglés, y aunque Adrián hacía su mejor esfuerzo por concentrarse, su mente seguía divagando hacia su compañera.

Las clases transcurrieron sin mayores problemas para Adrián. Aunque seguía luchando con el inglés, sentía que las cosas comenzaban a fluir un poco más. A medida que la clase llegaba a su fin, no pudo evitar buscar a Aiko con la mirada. Aunque no la vio de inmediato, sabía que tenía la esperanza de pasar tiempo con ella nuevamente.

Finalmente, cuando la clase terminó y los estudiantes comenzaron a salir, Aiko se acercó a él con una sonrisa ligera.

—¿Hoy también... quieres caminar? —preguntó, su inglés tímido pero sincero.

—¡Claro! —respondió Adrián, sintiéndose aliviado de que la invitación llegara.

Salieron juntos del edificio y, tras unos minutos de caminata, Aiko pareció recordar algo.

—Hoy... te llevo a un lugar especial —dijo, haciendo una pequeña pausa antes de añadir—. Es una tienda de dulces japoneses que encontré. Creo que te gustará.

Adrián sonrió, intrigado por la idea.

—Me encantaría probar dulces japoneses —respondió, ajustando su mochila al hombro.

Caminaron por las calles de Vancouver, el aire fresco y las nubes grises les acompañaban mientras conversaban de manera ligera sobre lo difícil que era adaptarse al inglés y la vida en un país nuevo. Adrián intentaba relajarse, pero había algo en la presencia de Aiko que lo mantenía alerta, como si cada pequeño detalle de su día juntos tuviera más peso de lo habitual.

Al llegar a la tienda de dulces, Adrián se sorprendió al ver los estantes repletos de productos coloridos que nunca había visto. Los envoltorios brillantes, llenos de caracteres japoneses, lo hacían sentir como si hubiera sido transportado a otro país.

—¿Has probado alguno de estos antes? —preguntó Aiko, señalando un estante lleno de pequeños paquetes de colores.

Adrián negó con la cabeza.

—Nunca. Todo me parece muy... diferente —dijo, usando la palabra que ya se había convertido en su favorita para describir todo lo que vivía en Canadá.

Aiko rió suavemente.

—Te enseñaré... algunos de mis favoritos.

Ella tomó un par de paquetes y se dirigió a la caja. Después de pagar, ambos salieron de la tienda, y Aiko le entregó uno de los dulces que había comprado.

—Esto es... umeboshi —dijo, señalando el pequeño caramelo envuelto en papel de arroz—. Dulce de ciruela. En Japón es muy famoso.

Adrián tomó el dulce y lo desenvainó cuidadosamente. No estaba seguro de qué esperar, pero cuando lo probó, el sabor ácido lo sorprendió de inmediato. Sin embargo, después de unos segundos, el sabor se suavizó y comenzó a disfrutarlo.

—Está... ácido, pero me gusta —dijo con una sonrisa, viendo cómo Aiko lo observaba con curiosidad.

—Es un sabor... que tarda en gustar —dijo ella, riendo suavemente—. A la mayoría de los extranjeros... no les gusta.

Adrián terminó el caramelo y, recordando que él también tenía algo para compartir, sacó de su mochila una bolsa de dulces mexicanos.

—Yo también traje algo para ti —dijo, mostrándole una bolsa de Picafresas—. Son dulces mexicanos. No son tan famosos, pero a mí me encantan. ¿Quieres probar?

Aiko lo miró con curiosidad y asintió.

—Claro, quiero probar... algo mexicano.

Adrián sacó una Picafresa y se la dio a Aiko. Al principio, Aiko la observó, desconfiada del pequeño caramelo rojo cubierto de polvo. Pero, confiada, la colocó en su boca.

Durante los primeros segundos, todo parecía normal. Aiko masticaba lentamente, analizando el sabor. Sin embargo, en cuanto el picante comenzó a hacer efecto, su expresión cambió drásticamente. Sus ojos se agrandaron y su rostro se enrojeció al instante. Adrián intentó contener la risa mientras veía cómo Aiko trataba de procesar lo que estaba sucediendo.




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