Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 6: Una amistad extraña

Los días en Vancouver comenzaron a volar para Adrián. La rutina de clases de inglés, los paseos por la ciudad y las tardes compartidas con Aiko lo mantenían más ocupado de lo que esperaba. Sin embargo, lo que realmente le daba sentido a su día a día no eran las lecciones de gramática o los desafíos de vivir en otro país, sino el tiempo que pasaba con ella. Aiko se había convertido en un refugio en medio de la incertidumbre. Aunque no hablaban el mismo idioma con fluidez, parecía que compartían un entendimiento más profundo, uno que no requería muchas palabras.

Con cada tarde que caminaban juntos, visitando pequeños cafés o simplemente explorando las calles de Vancouver, la conexión entre ellos crecía. Adrián empezó a notar que sus sentimientos por Aiko iban más allá de la amistad. Era una atracción sutil pero constante, que aparecía cada vez que la miraba o cuando sonreía después de una de sus bromas.

Un viernes por la tarde, Aiko lo sorprendió con una invitación diferente.

—Mañana... ¿quieres ir a la playa? —le preguntó mientras guardaba sus libros al final de la clase—. Iré con mis amigos, pero... me gustaría que vinieras.

Adrián sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. Hasta ese momento, sus salidas con Aiko habían sido solo entre ellos dos. La idea de conocer a sus amigos, y de pasar el día juntos en la playa, lo emocionaba más de lo que esperaba.

—¡Claro! Me encantaría —respondió sin dudarlo, a pesar de que una pequeña voz en su cabeza le recordaba que se sentía algo inseguro al interactuar con más personas.

Al día siguiente, el grupo se reunió temprano en la estación de autobuses. Aiko lo presentó a sus amigos, todos japoneses, que lo recibieron con sonrisas y una amabilidad que lo hizo sentir más cómodo. Aunque la barrera del idioma seguía presente, había algo en la camaradería de compartir una experiencia en un país extranjero que los unía a todos.

El viaje a la playa tomó alrededor de cuarenta minutos. Al llegar, Adrián quedó impresionado por la vista. La bahía estaba rodeada de montañas verdes y el agua cristalina brillaba bajo el sol de verano. Todo el lugar irradiaba una calma que contrastaba con el bullicio de la ciudad, y Adrián se sintió agradecido de estar allí.

El grupo comenzó a extender toallas en la arena, instalando sombrillas y preparando algunas bebidas. Mientras los demás se acomodaban, Adrián observaba el paisaje, intentando asimilar la belleza del lugar.

—Es increíble, ¿verdad? —dijo Aiko a su lado, sonriendo mientras miraba el horizonte.

—Sí... es hermoso —respondió Adrián, aunque su atención estaba dividida entre el paisaje y ella.

Después de un rato, uno de los amigos de Aiko sugirió que se metieran al agua. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a quitarse la ropa para revelar los trajes de baño que llevaban debajo. Adrián también se preparó, sintiendo la brisa cálida en su piel mientras se quitaba la camiseta. Sin embargo, cuando miró a Aiko, su corazón dio un vuelco.

Aiko se quitaba la camisa con una naturalidad que lo dejó completamente hipnotizado. Su bikini era sencillo, pero resaltaba cada curva de su figura de una manera que Adrián no había anticipado. Mientras se quitaba los pantalones cortos, el reflejo del sol en su piel la hacía ver aún más radiante.

Adrián intentó desviar la mirada, consciente de que estaba siendo muy obvio, pero no podía dejar de verla. Había algo en la forma en que se movía, con esa confianza tranquila, que lo hacía sentir una mezcla de admiración y nerviosismo.

Cuando Aiko se dio cuenta de que Adrián la estaba mirando, sus ojos se encontraron brevemente. El tiempo pareció detenerse por un segundo, y ambos se quedaron congelados, mirándose fijamente. Adrián sintió cómo su rostro se calentaba de inmediato, y Aiko, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, también se sonrojó visiblemente.

—Lo siento... yo... —balbuceó Adrián, sin saber exactamente cómo disculparse.

Aiko, claramente avergonzada, desvió la mirada rápidamente y se echó a reír nerviosamente.

—No... no pasa nada —dijo, aún roja, mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja—. Vamos al agua, ¿sí?

Ambos se rieron, intentando restarle importancia al momento, aunque la incomodidad seguía flotando en el aire. Aiko empezó a caminar hacia el agua, y Adrián la siguió, aún sintiendo el calor en sus mejillas. Era la primera vez que experimentaba algo tan extraño como esa mezcla de vergüenza y atracción.

El agua estaba fría, pero refrescante. Cuando ambos se sumergieron, el ambiente incómodo comenzó a disiparse. Aiko nadaba con una gracia que a Adrián le resultaba casi hipnótica, y a pesar del incidente de antes, se sintió más relajado a su lado. Otros amigos de Aiko también se lanzaron al agua, y pronto todos estaban jugando a lanzarse una pelota o simplemente flotando en la superficie.

A medida que pasaba el tiempo, la tensión del momento inicial fue reemplazada por una sensación de camaradería. Adrián y Aiko se unieron a los demás en los juegos, y por un rato, todo fue risas y chapoteos en el agua.

Mientras flotaban, Aiko nadó hacia Adrián, deteniéndose a su lado y empujándolo suavemente con el hombro.

—¿Sigues... pensando en lo de antes? —preguntó ella, su voz tranquila y juguetona.

Adrián rió, aunque su cara volvió a ponerse roja.




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