Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 8: Primer conflicto

Los días posteriores, la tensión entre ellos seguía latente, como si ambos supieran que algo había cambiado, pero ninguno estaba listo para enfrentarlo. A medida que continuaban viéndose, la conexión que compartían se sentía más fuerte, pero también más complicada. Era como si hubieran cruzado una línea y no supieran cómo regresar a la normalidad.

Una tarde lluviosa en Vancouver, mientras caminaban juntos por las calles empapadas, la incomodidad que ambos sentían finalmente explotó. Habían estado hablando de temas triviales, como de costumbre, pero la conversación pronto tomó un giro más serio, uno que ambos habían estado evitando.

—Adrián, ¿has pensado en qué vas a hacer cuando termine tu estancia aquí? —preguntó Aiko de repente, su tono cargado de seriedad.

Adrián se detuvo por un momento, sorprendido por la pregunta. No lo había pensado demasiado, y sabía que el final de su tiempo en Canadá estaba cada vez más cerca, pero no quería enfrentar esa realidad todavía.

—No lo sé aún —admitió, mirando al suelo—. No he querido pensar mucho en eso.

Aiko asintió, pero su expresión se volvió sombría, algo que inquietó a Adrián de inmediato.

—Yo sí lo he pensado —dijo ella, bajando la mirada—. Y no estoy segura de qué va a pasar entre nosotros cuando te vayas.

Adrián sintió una punzada en el estómago. Sabía que esta conversación era inevitable, pero no esperaba que llegara tan pronto. Aiko parecía inquieta, sus pasos más rápidos bajo la lluvia, como si estuviera huyendo de algo invisible.

—Podríamos... seguir hablando, mantenernos en contacto —sugirió Adrián, aunque incluso él sabía que esa no era una solución definitiva.

Aiko lo miró, y la tristeza en sus ojos se mezclaba con una frustración que lo hizo detenerse.

—No es tan fácil, Adrián —dijo, su tono firme—. Tenemos vidas diferentes, en países diferentes. Y además... mi pasado es algo que no puedo dejar atrás. No quiero que te veas envuelto en todo eso.

Adrián sintió cómo la frustración comenzaba a crecer en su interior. Sabía que Aiko tenía razones legítimas para preocuparse, pero no podía aceptar la idea de que su relación terminara antes de haber tenido la oportunidad de ver hasta dónde podía llegar.

—Aiko, no me importa tu pasado. No me importa lo que tengas que enfrentar. Yo quiero estar contigo —dijo, su voz llena de convicción.

Pero Aiko negó con la cabeza, sus emociones luchando dentro de ella. Aunque las palabras de Adrián eran sinceras, su miedo seguía siendo demasiado grande.

—No es tan simple —repitió, antes de girarse bruscamente y empezar a caminar más rápido, dejándolo atrás.

Adrián la observó mientras se alejaba, su figura perdiéndose en la bruma de la lluvia. Sintió una impotencia que lo agobiaba, pero sabía que no podía dejar que Aiko se alejara sin intentar hacerla entender cómo se sentía. Corrió tras ella, sus pasos resonando en el pavimento mojado, hasta que finalmente la alcanzó en una esquina del parque, donde ella se había detenido frente a un lago.

Aiko estaba allí, mirando las gotas de lluvia que caían sobre el agua, su cabello y ropa completamente empapados. A pesar de la tormenta, ella no parecía importarle el frío ni la humedad. Adrián se acercó lentamente, sabiendo que este era un momento crucial.

—Aiko... —dijo suavemente, intentando no parecer demasiado invasivo.

Aiko no lo miró de inmediato, pero después de unos segundos de silencio, finalmente habló.

—No quiero lastimarte, Adrián —dijo en un susurro, su voz llena de dolor—. Pero siento que eso es exactamente lo que terminaré haciendo si seguimos así.

Las palabras de Aiko resonaron en la mente de Adrián como un eco. Sentía que ella estaba buscando una excusa para alejarse de él, y aunque no entendía por completo sus miedos, sabía que eran reales. Pero no podía permitir que esos temores definieran lo que ambos estaban construyendo.

—No tienes que hacerlo sola —dijo Adrián, su voz cargada de emoción—. Aiko, lo que sientes no es solo tuyo. Estoy aquí contigo, quiero estar a tu lado, sin importar lo que pase.

Aiko giró lentamente para mirarlo, sus ojos brillando con una mezcla de frustración y miedo, pero también con algo más, algo que Adrián no podía descifrar completamente.

—No lo entiendes —replicó ella, su voz quebrándose—. Esto no es solo una relación normal. Mi pasado... mis problemas con los Yakuza... no es algo que puedas ignorar. Siempre estarán ahí. Y no quiero que termines herido por mi culpa.

Adrián dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ellos hasta quedar justo frente a ella.

—¿Por qué crees que no puedo manejarlo? —preguntó, su voz firme pero llena de ternura—. Aiko, sé que no va a ser fácil. Sé que hay cosas de tu pasado que no comprendo del todo. Pero eso no significa que no quiera estar contigo. Estoy dispuesto a arriesgarme, pero solo si tú también lo estás.

Aiko lo miró en silencio, sus pensamientos en conflicto. Quería creerle, quería dejarse llevar por lo que sentía por él, pero las cicatrices de su pasado seguían demasiado presentes. Sabía que Adrián no merecía cargar con los problemas que ella había traído consigo desde Japón. Pero al mismo tiempo, el hecho de que él estuviera dispuesto a intentarlo la conmovía profundamente.




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