Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 9: El lago

La vida en Vancouver seguía su curso, y Adrián no podía evitar pensar en cómo el tiempo se deslizaba entre sus dedos. Sabía que su estancia en Canadá tenía un límite, y con cada día que pasaba, el regreso a México se sentía más cercano.

Una mañana de fin de semana, mientras desayunaba con su familia anfitriona, Allison, la madre del hogar, entró al comedor con una sonrisa.

—Adrián, estábamos pensando en hacer una salida al lago con la familia este fin de semana —dijo mientras servía café—. Será algo sencillo, un día relajado para disfrutar del aire libre. Si quieres, puedes invitar a alguien.

Adrián se detuvo un momento, considerando la idea. El nombre de Aiko fue lo primero que vino a su mente. La idea de pasar un día tranquilo con ella, lejos de las preocupaciones recientes, sonaba perfecta.

—Creo que invitaré a Aiko —respondió con una sonrisa, sintiendo una pequeña chispa de emoción ante la idea.

Allison asintió, claramente encantada con la decisión.

—Eso suena perfecto. Estoy segura de que le encantará.

Más tarde, ese mismo día, Adrián se encontró con Aiko en el parque, como de costumbre. Mientras caminaban por los senderos, decidió contarle sobre la salida al lago.

—La familia anfitriona me ha invitado a pasar el fin de semana en un lago cercano —dijo, intentando sonar casual—. Me dijeron que podía invitar a alguien... y pensé en ti.

Aiko lo miró, sorprendida por la invitación.

—¿A mí? —preguntó, aunque una sonrisa comenzaba a dibujarse en su rostro.

Adrián asintió, sintiendo una ligera incomodidad al no saber si ella aceptaría.

—Sí, claro. Me gustaría que vinieras. Podría ser un buen escape de todo... y, bueno, me encantaría que me acompañaras.

Aiko se quedó en silencio por un momento, pero luego asintió, su sonrisa ampliándose.

—Me encantaría —respondió, sintiendo una calidez que no había experimentado en mucho tiempo.

El día de la salida llegó, y la familia de Adrián, junto con Aiko, se subieron al auto temprano por la mañana. El lago estaba a poco más de una hora de la ciudad, y el paisaje a medida que avanzaban era impresionante. Grandes montañas cubiertas de árboles rodeaban el camino, y la luz del sol brillaba a través de las hojas, proyectando sombras danzantes en la carretera.

Aiko estaba sentada junto a Adrián en la parte trasera del coche, observando el paisaje con interés. Había algo en la tranquilidad del entorno que la hacía sentir más relajada, como si, por un momento, pudiera dejar de lado todas sus preocupaciones.

—Este lugar es hermoso —dijo, casi en un susurro.

Adrián sonrió, también impresionado por el paisaje.

—Es la primera vez que vengo aquí —admitió él—. Creo que va a ser un buen día.

Aiko asintió, contenta de compartir la experiencia con él. La idea de pasar un día en un lugar tan tranquilo, lejos de la ciudad y de las preocupaciones, le parecía perfecta.

Cuando finalmente llegaron, el lugar superó las expectativas de Aiko. El agua cristalina del lago reflejaba el cielo azul, y los pinos altos que lo rodeaban le daban una sensación de aislamiento pacífico. Un pequeño muelle de madera se extendía sobre el agua, y algunas canoas estaban amarradas a un lado, listas para ser usadas.

La familia comenzó a desempacar la comida y las bebidas para el picnic, y mientras todos se organizaban, Adrián y Aiko decidieron acercarse al agua.

El día estaba cálido, y el reflejo del sol sobre el agua lo hacía aún más tentador para nadar. Adrián, sintiendo el calor en su piel, decidió que era un buen momento para refrescarse. Se inclinó hacia Aiko con una sonrisa juguetona.

—Voy a meterme al lago un rato —dijo, comenzando a quitarse la camiseta.

Aiko, que ya había visto a Adrián sin camisa cuando fueron a la playa, esta vez sintió algo diferente. Sus emociones hacia él habían crecido, y ahora, al verlo de nuevo, no pudo evitar sentir una oleada de atracción mucho más fuerte. Observó cómo Adrián se quitaba la camiseta, revelando su abdomen marcado y su figura alta y delgada. Las líneas de su cuerpo, esculpidas bajo la luz del sol, hacían que su corazón latiera con fuerza.

Aiko intentó no mirarlo demasiado, pero algo en ella la obligaba a seguir cada movimiento que Adrián hacía. Su altura, su torso firme y el brillo del sol sobre su piel la hacían ver todo con una intensidad que no había sentido antes. Sus sentimientos por él eran ahora más evidentes, más tangibles. Y aunque sabía que él no notaba sus miradas, cada vez le costaba más desviar los ojos.

Adrián, sin notar la reacción de Aiko, caminó hacia el lago y se lanzó al agua con una risa despreocupada. Aiko lo observó desde la orilla, sintiendo cómo algo dentro de ella crecía. No era solo admiración, había una atracción poderosa que no podía negar.

Cuando Adrián salió a la superficie, la miró con una sonrisa.

—El agua está perfecta. ¿Te vas a unir? —preguntó, con una chispa de desafío en su voz.

Después de que Adrián se lanzó al agua y la invitó a unirse, Aiko, aún sacudida por la visión de Adrián sin camisa, dudó por un segundo pero decidió acompañarlo. Se quitó los zapatos y caminó hacia la orilla, dispuesta a entrar lentamente. Sin embargo, justo cuando puso un pie en el agua, resbaló ligeramente en una roca mojada, perdiendo el equilibrio por un instante.




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