Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 10: El encuentro inesperado

El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Adrián caminaba de regreso a casa. Era uno de esos días en los que la escuela había sido agotadora. Las lecciones de inglés, con sus complicadas reglas gramaticales, lo habían dejado completamente desorientado, pero satisfecho de haber sobrevivido una clase más y pensando en el día que fueron al lago.

Mientras caminaba por el vecindario, se sumergía en el silencio, escuchando el crujido de sus pasos sobre el pavimento.

De repente, un ruido inusual interrumpió su calma. Giró la cabeza hacia la derecha, y lo que vio lo dejó paralizado. A pocos metros de distancia, un oso negro hurgaba tranquilamente en los botes de basura de una casa cercana. Adrián sintió cómo su corazón daba un brinco.

—No puede ser… —murmuró, intentando convencer a su cerebro de que aquello no era real.

Pero sí lo era. Un oso, corpulento y robusto, estaba justo frente a él. Sabía que en Canadá los osos eran comunes, pero nunca imaginó que lo vería en vivo, mucho menos en el vecindario. Su primer impulso fue correr, pero sus piernas se negaban a moverse. Estaba petrificado. "¿Qué hago?", pensó desesperadamente. Recordó vagamente que había leído algo sobre osos y… ¿debía hacerse el muerto? ¿O eso era con los grizzlies? ¿Y si se subía a un árbol? Su mente estaba llena de pensamientos contradictorios y nada parecía una buena idea.

El oso, ajeno al pánico de Adrián, seguía revolviendo la basura, haciendo ruidos que lo ponían más nervioso. Justo cuando pensó que su fin estaba cerca, una voz interrumpió sus pensamientos.

—¡Oye, chico! —gritó alguien desde la distancia.

Adrián giró la cabeza lentamente, como si el miedo lo hubiera convertido en una estatua de piedra. A lo lejos, vio a un hombre mayor, su vecino, que lo miraba con una expresión que mezclaba indiferencia y aburrimiento.

—¡Métete a tu casa antes de que te vea! —dijo el hombre, agitando la mano como si esto fuera algo que ocurría todos los días.

Adrián intentó moverse, pero sus piernas no respondían. El terror lo tenía completamente congelado en el lugar. "Genial", pensó, "mi epitafio dirá: 'Muerto de miedo antes de ser devorado por un oso'".

El vecino, notando que Adrián seguía sin moverse, se acercó un poco más, esta vez con más impaciencia.

—¡Vamos, hombre! ¡Métete en tu casa o súbete a un árbol! ¡Pero haz algo!

Adrián apenas lograba procesar las instrucciones cuando, para su alivio, el oso terminó su festín de basura, giró lentamente y comenzó a caminar hacia el bosque cercano, como si nada hubiera pasado. Adrián soltó un largo suspiro, sin darse cuenta de que había estado conteniendo el aliento todo el tiempo.

—¿Primera vez que ves uno, eh? —dijo el vecino riéndose—. No te preocupes, solo estaba buscando comida. Son comunes por aquí.

Adrián asintió con la cabeza, aún tembloroso. "Casi me muero del susto", pensó, pero por fuera intentaba mantener la compostura. Caminó lentamente hasta su casa, mirando por encima del hombro varias veces, asegurándose de que el oso no volviera para un segundo acto.

Cuando llegó, se desplomó en el sofá con una risa nerviosa. "¿Había sido tan aterrador como lo imaginaba o simplemente estaba exagerando?", pensó, riéndose solo. Probablemente un poco de ambas.

Minutos después, Connor, su padre anfitrión, entró a la sala. Al ver la expresión de Adrián, arqueó una ceja.

—¿Estás bien, Adrián?

—Acabo de ver un oso —dijo Adrián, todavía en shock.

Connor soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro.

—¡Bienvenido a Canadá, amigo! —dijo entre risas—. No será la última vez que veas uno, pero tranquilo, solo vienen por la comida. Asegúrate de no dejar nada afuera o te volverán a visitar.

Adrián sonrió, aunque todavía tenía el miedo recorriéndole el cuerpo. Mientras se acomodaba en el sofá, su teléfono vibró. Era un mensaje de Aiko. De repente, la idea de contarle la historia del oso le pareció divertida. Ya podía imaginar la risa burlona de Aiko al escuchar cómo casi se petrificaba del miedo.

"Lo mejor de todo", pensó Adrián con una sonrisa, "es que sobreviví a mi primer encuentro con la fauna salvaje de Vancouver... ¡y viví para contarlo!".




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