Adrián y Aiko decidieron ir al cine. Era uno de esos días donde no importaba lo que hicieran, mientras estuvieran juntos. Caminaban por las calles del centro cuando vieron el cartel luminoso de un cine cercano.
—Mira, ¿qué tal si vamos a ver una película? —sugirió Adrián, señalando los afiches con los estrenos.
Aiko miró los títulos y frunció el ceño. Había varias películas en cartelera, pero una en particular llamó su atención: Aviones, de Pixar. Se detuvo frente al póster, observando la colorida imagen del avión sonriente que protagonizaba la película.
—¿Aviones? —dijo, girando hacia Adrián con una sonrisa medio divertida, medio escéptica—. ¿Estamos seguros de que queremos ver esto?
Adrián se encogió de hombros, un poco avergonzado.
—Es la única que están pasando ahora... Y bueno, no importa la película, ¿no? Solo quería pasar el día contigo.
Aiko soltó una pequeña risa.
—Vale, entremos. Al menos podemos decir que intentamos ser adultos por un rato —bromeó, tomando su mano mientras entraban al cine.
Una vez dentro, compraron sus boletos y se instalaron en la sala, rodeados de niños y familias que parecían mucho más entusiasmados por ver la película. Se acomodaron en sus asientos, tratando de disimular la risa mientras las luces se apagaban y la película comenzaba. Los primeros minutos fueron lo que esperaban: animaciones brillantes y diálogos rápidos en inglés.
Adrián trató de seguir el ritmo, pero su inglés aún no era lo suficientemente bueno. Aiko, a su lado, parecía igual de perdida. Ambos se miraban de reojo, como si se preguntaran cuánto más podrían soportar.
—¿Entiendes algo? —susurró Adrián después de los primeros quince minutos, inclinándose hacia ella.
Aiko negó con la cabeza, aguantando una risa.
—Creo que el avión quiere volar más rápido o algo así... —respondió ella, también confusa.
—¿Segura que queremos seguir aquí? —preguntó Adrián, esta vez conteniendo una risa más fuerte.
Aiko lo miró por un segundo, y ambos estallaron en risas silenciosas. Habían intentado ver la película, pero la verdad era que ninguno de los dos entendía lo suficiente como para seguirle el hilo.
—Vámonos —dijo Aiko, soltando una pequeña carcajada.
Se levantaron y salieron del cine, sin siquiera llegar a la media hora de película. El aire fresco de la tarde les recibió, y aunque no habían terminado la película, el día aún parecía prometedor. Adrián se encogió de hombros mientras ambos se alejaban de la sala.
—Bueno, al menos lo intentamos, ¿no? —dijo él, sonriendo.
Aiko asintió, todavía riendo.
—Sí, pero creo que estamos un poco grandes para Aviones. Además, ni siquiera entendemos lo que dicen —añadió, divertida.
Decidieron caminar hacia una plaza cercana que rodeaba el Museo de Arte de Vancouver. El lugar estaba tranquilo, con algunos turistas tomando fotos y el sonido lejano de un evento deportivo. Mientras caminaban, Aiko comenzó a hablar sobre lo difícil que era para ella entender el inglés rápido, y Adrián aprovechó la oportunidad para pedirle que le enseñara más japonés.
—Ya que no entendemos nada en inglés, podrías enseñarme algunas palabras en japonés —sugirió él, con una sonrisa.
Aiko lo miró con interés.
—Está bien, pero a cambio tú me enseñas palabras en español. Así hacemos un intercambio justo —dijo, deteniéndose un momento mientras pensaba por dónde empezar—. ¿Qué palabra quieres aprender primero?
Adrián lo pensó por un segundo y sonrió.
—¿Cómo se dice mi nombre en japonés?
Aiko se rió suavemente y le miró con curiosidad.
—En japonés, sería アドリアン (Adorian) —pronunció, dejando que cada sílaba fluyera con suavidad.
Adrián intentó repetirlo, pero su acento no ayudaba. Aiko soltó una risa al escucharlo.
—Lo dices bien, pero con un poco más de esfuerzo lo harás mejor —dijo ella, divertida—. Ahora, enséñame cómo se dice mi nombre en español.
—Aiko se dice igual en español —respondió Adrián, encogiéndose de hombros.
—Sí, pero quiero que lo digas con tu acento. Siempre suena diferente cuando tú lo dices —replicó ella, curiosa.
Adrián sonrió y pronunció su nombre con ese tono cariñoso que había aprendido desde que la conoció.
—Aiko —dijo, alargando ligeramente las vocales.
Aiko lo miró con un brillo en los ojos.
—Me gusta cómo suena cuando lo dices tú —admitió, acercándose un poco más mientras caminaban.
Siguieron enseñándose palabras mutuamente mientras avanzaban hacia la parte de atrás del museo, donde varios equipos de hockey practicaban. Ambos se detuvieron a observar un poco, disfrutando de la tarde tranquila. Aiko aprovechó para enseñarle más palabras en japonés.
—Hockey en japonés se dice ホッケー (hokkē) —le explicó, señalando a los jugadores con sus palos y cascos.
—¿Cómo? —dijo Adrián, riendo—. Eso suena igual que en inglés.