Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 13: El desafío de los palillos

Después de la intensa semana de emociones compartidas entre Adrián y Aiko, ambos decidieron que un poco de calma les vendría bien. La relación entre ellos, a pesar de las dudas y diferencias, se había profundizado. La salida al festival en Stanley Park había sido un punto crucial, pero también un momento en el que empezaron a sentirse más cómodos en su compañía. Para romper un poco con la rutina, Aiko sugirió llevar a Adrián a un lugar que le recordara a su hogar.

Adrián y Aiko caminaban por las calles iluminadas de Vancouver, con el aire fresco de la noche acariciándoles el rostro y Aiko señala un restaurante japonés.

—Es un lugar especial para mí —dijo Aiko mientras caminaban—. Me recuerda mucho a casa.

—¿En serio? —preguntó Adrián, emocionado—. No puedo esperar a probar comida japonesa de verdad. ¡Nada de sushi de supermercado esta vez!

Cuando entraron al pequeño restaurante, el ambiente cálido y acogedor los envolvió de inmediato. Las mesas bajas, los cojines en lugar de sillas, y el suave murmullo del japonés hablado por los clientes hacían que todo pareciera una pequeña ventana al Japón de Aiko. El aroma de caldo caliente, pescado fresco y especias flotaba en el aire, despertando el apetito de Adrián.

Aiko, visiblemente a gusto, guió a Adrián a una mesa baja y ambos se sentaron en los cojines. Adrián sonreía, encantado con lo diferente que era el lugar en comparación con los restaurantes que conocía.

—Este lugar es increíble —dijo, ojeando el menú sin entender mucho—. ¿Qué me recomiendas?

Aiko lo miró con una sonrisa traviesa.

—Déjamelo a mí, te voy a pedir algo que seguro te encantará —respondió con confianza.

El camarero llegó y Aiko, con un japonés fluido y seguro, hizo el pedido. Adrián la observaba fascinado; era como si la viera en su ambiente natural, lo que hacía que la admirara aún más. Pero mientras esperaba que la comida llegara, un pensamiento cruzó su mente y comenzó a preocuparse: nunca había usado palillos.

Los platos llegaron poco después, dispuestos con una perfección casi artística. Colores vivos, texturas suaves y un aroma que prometía ser una experiencia culinaria inolvidable. Sin embargo, toda la magia del momento se desvaneció cuando Adrián tomó los palillos por primera vez y trató de agarrar un trozo de sushi.

—¿Qué... cómo se supone que debo...? —Adrián balbuceaba, luchando por mantener los palillos en la posición correcta, pero el sushi se le escapaba una y otra vez como si tuviera vida propia.

Aiko lo observaba, primero con paciencia, luego con una mezcla de diversión y frustración.

—Adrián, así no. ¡Estás haciendo todo mal! —exclamó, llevándose una mano a la frente en un gesto exagerado.

Adrián soltó una carcajada nerviosa, claramente fuera de su elemento.

—Perdón, pero estos palillos parecen más difíciles de usar que cualquier clase de inglés que haya tomado.

Aiko suspiró, aunque una sonrisa comenzaba a formarse en sus labios.

—Deja que te enseñe. —Tomó las manos de Adrián, suavemente, y comenzó a guiar sus dedos—. Necesitas más control, mira, como esto.

Adrián intentaba seguir las indicaciones, pero la coordinación no era lo suyo. Los palillos se le caían, el sushi resbalaba, y en un momento de desesperación, casi lo atrapó con la mano. Aiko, a pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, no pudo evitar soltar una risita.

—¡Así no, tampoco es cazar! —dijo Aiko, riendo ahora sin control.

Después de varios intentos torpes, Adrián finalmente logró sostener un trozo de sushi con los palillos. Levantó el trozo con orgullo, como si acabara de conquistar una montaña.

—¡Lo hice! —exclamó triunfante, y sin pensarlo dos veces, se metió todo el sushi en la boca de un solo bocado.

Aiko lo miró, levantando una ceja con una mezcla de sorpresa y resignación.

—¿Sabías que no se supone que debes comértelo de un bocado? —preguntó mientras trataba de no reír.

Adrián, con la boca llena, intentó disculparse, pero todo lo que salió fue un murmullo ininteligible que hizo que Aiko estallara en carcajadas.

—¡Pareces un hámster con las mejillas llenas! —dijo, aguantándose el estómago de tanto reír.

La risa de Aiko era contagiosa, y pronto Adrián también estaba riendo, con el sushi todavía en la boca, mientras intentaba no ahogarse. Fue un momento de total ridículo, pero también de total diversión. A pesar de su torpeza, Adrián estaba feliz. No solo estaba probando algo nuevo, sino que cada momento con Aiko hacía que su relación se sintiera más especial.

Después de la divertida cena, Adrián y Aiko decidieron caminar de regreso. La noche en Vancouver era fresca y tranquila, y ambos caminaban riendo mientras recordaban el "desastre del sushi".

Sin embargo, a medida que se acercaban al apartamento de Aiko, la conversación se volvió más suave, más íntima. Las risas dieron paso a miradas y gestos que ambos entendían sin necesidad de palabras.




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