Aiko y el Amor que Compartimos

Capítulo 14: Explorando Chinatown

Después de la divertida noche en el restaurante japonés, donde Adrián finalmente dominó el uso de los palillos (aunque no sin algunos percances), ambos decidieron que era hora de seguir explorando la multiculturalidad de Vancouver. Aiko, siempre con ideas nuevas para compartir con Adrián, le sugirió otro destino imperdible.

—¿Has estado en Chinatown? —preguntó Aiko mientras caminaban por la ciudad.

Adrián negó con la cabeza.

—Lo he escuchado, pero no he tenido la oportunidad de ir. Dicen que es como entrar a otro mundo, ¿verdad?

Aiko asintió, sus ojos brillando de emoción.

—Exactamente. No puedes irte de Vancouver sin conocerlo. Hoy te voy a llevar a descubrir un pedacito de China.

Sin pensarlo dos veces, Adrián aceptó la invitación, sabiendo que con Aiko siempre terminaba sumergido en aventuras inesperadas. Después de todo, cada día con ella era una puerta abierta a nuevos horizontes, y él estaba más que dispuesto a cruzar otra junto a ella.

Chinatown era un mundo completamente diferente a cualquier otro lugar que Adrián hubiera visto en Vancouver. Había escuchado sobre la cultura china en Canadá, pero caminar por sus calles, rodeado de los aromas de los mercados, los colores vibrantes de las tiendas de hierbas, y los letreros en mandarín, lo hacía sentir como si hubiera sido transportado a otro país.

—Esto es increíble —dijo Adrián, mientras miraba alrededor con asombro—. No pensé que sería tan... auténtico.

Aiko, caminando a su lado, no podía evitar sonreír al ver su reacción. Ella ya había estado en Chinatown varias veces, pero la expresión de maravilla en el rostro de Adrián hacía que el lugar se sintiera aún más especial.

—Siempre me ha gustado este lugar —respondió, señalando una pequeña tienda de té—. Aquí puedes encontrar cosas que no verás en ningún otro sitio de la ciudad. ¿Ves esa tienda de té? Tienen algunos de los mejores tés que he probado.

Curioso, Adrián siguió a Aiko al interior del local. Inmediatamente fue recibido por una mezcla de aromas intensos y desconocidos, como si las hojas de té llevaran consigo los secretos de generaciones pasadas. Un anciano amable, dueño de la tienda, los saludó en mandarín y, sin esperar, les ofreció varias muestras de té mientras explicaba, en inglés entrecortado, las propiedades curativas de cada uno.

Adrián, con una mezcla de curiosidad y precaución, tomó una taza de té que el anciano describió como "bueno para la energía". Dio un sorbo, pero su expresión rápidamente se torció mientras trataba de no hacer una mueca.

—Bueno... esto es... diferente —dijo, tragando con esfuerzo.

Aiko no pudo contener la risa y, con un brillo en los ojos, le pasó su propia taza de té verde.

—Prueba este. Tal vez te guste más.

Adrián aceptó el ofrecimiento y, después de dar un sorbo, soltó un suspiro de alivio.

—¡Esto es mucho mejor! —dijo sonriendo, lo que hizo que Aiko soltara otra risita.

Después de disfrutar del té, continuaron explorando las tiendas y los mercados de Chinatown. Cada rincón estaba lleno de sorpresas: puestos de frutas exóticas, hierbas medicinales colgadas en las paredes, y vendedores que ofrecían desde figuritas tradicionales hasta ingredientes que Adrián ni siquiera sabía pronunciar.

Mientras recorrían los estrechos callejones, Aiko señaló un pequeño restaurante que, según ella, tenía los mejores dumplings de la ciudad.

—Tienes que probar los dumplings de cerdo de este lugar —dijo Aiko con entusiasmo—. Son una auténtica delicia.

—¿Dumplings de cerdo? —Adrián frunció el ceño—. No sé, suena... interesante.

—Confía en mí —respondió Aiko, guiñandole un ojo—. Si no te gustan, yo me los como.

Adrián aceptó el desafío y entraron en el restaurante. El lugar era pequeño y estaba lleno de clientes, lo que siempre es una buena señal. Se sentaron en una de las mesas y, poco después, llegaron los dumplings. Adrián miró el plato con cierta desconfianza, pero Aiko lo animó a probarlos.

—Vamos, ¿qué es lo peor que puede pasar? —dijo, tratando de no reírse.

Adrián tomó uno de los dumplings con los palillos, recordando su lucha en el restaurante japonés, y lo llevó a su boca. Al principio fue cauteloso, pero cuando probó el relleno jugoso y el sabor bien sazonado, sus ojos se iluminaron.

—¡Esto está buenísimo! —exclamó, sorprendido—. ¿Por qué nunca había comido esto antes?

Aiko rió con satisfacción.

—Te dije que te iban a gustar.

La tarde se les pasó volando entre risas, platos compartidos, y descubrimientos culinarios. Mientras caminaban de regreso, Adrián no podía evitar sentir que cada vez entendía más del mundo de Aiko, no solo a través de las palabras, sino de las experiencias que compartían juntos.

El día en Chinatown dejó a Adrián con una sensación de asombro. Había explorado una nueva faceta de Vancouver, pero Aiko le había hablado de otro lugar que no podía dejar de visitar antes de terminar su estancia: Granville Island Public Market. No pasó mucho tiempo antes de que ambos planearan una visita, emocionados por lo que les esperaba en esa nueva aventura.




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