Aira

Bienvenida al Refugio

AIRA:

Cuando abrí los ojos, el primer golpe fue el aire, pero no el familiar susurro del viento que siempre me había acompañado. Era denso, húmedo, y pesado. Mi pecho se tensó al darme cuenta de que ya no estaba en el cielo. Ya no estaba en el Reino del Aire. Un dolor punzante recorrió mi costado, y el aire que intenté respirar se sentía como una roca en mis pulmones. Mi mente estaba confusa, y solo un pensamiento se repetía: 'No estoy en casa'.

Mis ojos se ajustaron lentamente a la penumbra del lugar, la visión borrosa al principio. Un resplandor débil provenía de una fogata cercana, su llama luchando contra la oscuridad que parecía tragarse todo a su alrededor. Entre la niebla y la bruma, pude distinguir varias siluetas. Mi cuerpo, rígido y adolorido, me recordó la caída, el impacto de la tierra. Me incorporé con dificultad, notando que no solo mis huesos crujían por el golpe, sino también algo más profundo, como si la caída hubiera arrancado algo de mí misma, algo que no podía comprender. Era como si algo dentro de mí se hubiera roto, y no solo el cuerpo.

Mis manos tocaban el suelo helado mientras intentaba estabilizarme. La tierra no era la misma, ni la brisa. Los árboles que me rodeaban eran gigantescos, con troncos que se alzaban como columnas de piedra y hojas que temblaban con una brisa diferente, más densa, como si el aire mismo tuviera peso. Era un bosque, sí, pero no era uno que pudiera reconocer. Era oscuro, sin vida vibrante ni susurros alegres. Todo estaba... muerto, o al menos atrapado en una quietud extraña.

El sonido del fuego crepitando a lo lejos se interrumpió por pasos lentos, pesados. Una sombra se acercó a mí, una figura solitaria, con ojos que brillaban en la oscuridad, observándome con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No podía moverme con rapidez, pero lo intenté, obligando a mis piernas a responder. A lo lejos, más figuras se agrupaban en silencio, armadas hasta los dientes, sus ojos brillando con una intensidad que me helaba la sangre.

Entonces, una voz grave y áspera rompió el silencio:

"¿Qué hacemos con ella?" preguntó alguien entre las sombras, su tono frío como el acero.

"Matemosla," respondió una mujer con voz firme, cargada de decisión. "Es un riesgo tenerla aquí. No podemos dejarla viva."

"¿Y si tiene algo de valor?" intervino otra voz, más joven, con un atisbo de duda. "Podría saber algo, o servirnos de alguna manera."

"¿Valor?" replicó la mujer, acercándose un poco más hacia mí. Sus pasos eran calculados, resonando contra el suelo como un juicio inminente. "Mírala. Apenas se puede levantar. No vale la pena."

Mi corazón latía con fuerza, y mi respiración se hizo rápida y superficial. Intenté moverme, encontrar algo, cualquier cosa, para defenderme. Pero mis extremidades seguían pesadas, como si el peso de aquel extraño mundo se aferrara a mí.

"Decídanse rápido," gruñó la primera voz. "No podemos quedarnos mucho tiempo aquí."

Un chasquido metálico resonó en el aire, y supe que alguien había desenvainado un arma. Todo en mi interior gritaba que debía correr, pero estaba atrapada, mis músculos tensos y mi mente tambaleándose entre el miedo y la necesidad de sobrevivir.

"¿Dónde estoy?", logré preguntar, mi voz débil pero cargada de temor. La mujer esbozó una sonrisa torcida. "En el umbral, extranjera. Entre lo que fue y lo que no debería ser". No entendí sus palabras, pero el peso de su significado me envolvió como una niebla opresiva.

De pronto, un rugido profundo resonó a lo lejos, haciendo temblar la tierra bajo mis pies. Las figuras a mi alrededor se tensaron, y algunas desenvainaron armas primitivas pero letales. "Viene", dijo alguien en un susurro cargado de pánico. Sin previo aviso, la mujer me agarró del brazo y me levantó con una fuerza que no esperaba. "Si quieres vivir, camina. Ahora".

El grupo comenzó a moverse, atravesando el bosque con rapidez y precisión, como si cada uno conociera este terreno de memoria. Yo tropezaba, apenas capaz de seguirles el ritmo, pero el rugido a nuestras espaldas no daba margen para detenerse. Entre la confusión, alcancé a ver un destello de luz que cortaba la oscuridad como un faro distante. "¡Hacia la grieta!", gritó alguien.

Mientras corríamos, un destello de movimiento llamó mi atención. A mi izquierda, una serpiente gigantesca emergió de entre los árboles, su cuerpo negro como el carbón y sus ojos brillando con un azul antinatural. No atacaba directamente, pero su presencia era una amenaza palpable, como si la misma oscuridad se hubiera encarnado en ella. "¡No la mires!", gritó la mujer que aún me sujetaba. Pero era imposible no hacerlo. Había algo hipnótico en esa criatura, algo que me hacía olvidar el miedo, el dolor, incluso la urgencia de escapar.

La serpiente se detuvo por un momento, su mirada fija en mí. Podía sentir cómo algo dentro de mí respondía, un eco distante de un poder que no entendía. Y entonces, como si perdiera el interés, se desvaneció entre los árboles, dejando un silencio aún más inquietante.

Llegamos finalmente a un claro donde la grieta que había visto antes se alzaba como una cicatriz en el aire mismo. Era una abertura luminosa, pulsante, como si algo más allá estuviera intentando atravesarla. El grupo se detuvo, sus miembros intercambiando miradas nerviosas. "¿Qué hacemos con ella?", preguntó uno. La mujer me soltó y se giró hacia ellos. "Cruzará con nosotros. Si no es una amenaza, lo descubriremos del otro lado. Si lo es...", dejó la frase inconclusa, pero el significado era claro.

Antes de que pudiera protestar, un rugido aún más cercano nos hizo girar a todos. La serpiente había regresado, y esta vez no estaba sola. Sombras deformes surgían detrás de ella, sus figuras cambiantes y monstruosas avanzando hacia nosotros con una velocidad aterradora.

Sin otra opción, el grupo comenzó a cruzar la grieta. La mujer me empujó hacia adelante, su rostro endurecido. "Si quieres respuestas, extranjera, las encontrarás allí. Pero no te demores. Aquí no hay misericordia para los lentos".




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