AIRA:
En la entrada, dos guardianes etéreos, tan luminosos que casi era difícil mirarlos directamente, nos detuvieron. Uno de ellos inclinó la cabeza hacia la mujer. "¿Qué traen al príncipe?"
"Una extranjera," respondió ella sin vacilar. "Encontrada en el umbral. Creemos que... podría ser importante."
Los guardianes intercambiaron una mirada antes de apartarse. Las puertas se abrieron con un sonido grave, como un suspiro del mundo mismo, y avanzamos hacia el interior del palacio.
La sala del trono era inmensa, con un techo tan alto que parecía desaparecer en el cielo. En el centro, sentado en un trono tallado en un material que parecía cristal líquido, estaba el príncipe. No era lo que esperaba.
Su figura era imponente, pero no por su tamaño, sino por la energía que emanaba. Su piel brillaba con un tono dorado, y sus ojos, de un azul profundo, parecían contener galaxias enteras. Su ropa fluía como si estuviera hecha de luz sólida, y su presencia llenaba la sala con una calma inquietante.
El príncipe estaba allí, observándome en silencio, su presencia tan palpable como el aire denso en la sala. Su mirada, fría y calculadora, recorría mi figura con una intensidad incómoda. No dijo nada al principio, solo se quedó quieto, evaluando la situación, como si todo fuera parte de una coreografía que ya conocía.
No me gustaba la forma en que me observaba, pero no podía hacer nada. Mis palabras se quedaron atascadas en mi garganta. ¿Qué podía decirle? ¿Qué podía hacer frente a alguien como él?
Finalmente, rompió el silencio con un simple gesto, una señal para que me acercara. No fue una orden directa, pero su actitud decía todo lo que necesitaba saber. Al principio, dudé.
Pero no tenía opción. No tenía a dónde ir, y al menos aquí podría esperar a ver qué pasaba.
Caminé hacia él, mi cuerpo tenso, mis pasos cautelosos, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría ser fatal. Él no se movió, no hizo el menor intento de darme la bienvenida. Solo permaneció allí, inmóvil, como si esperara que fuera yo quien tomara el siguiente paso.
Me detuve a una distancia prudente, pero sin mirarlo a los ojos. No quería que pensara que le temía, aunque una parte de mí sí lo hacía. El príncipe suspiró, y por un momento, creí que iba a decir algo, pero no lo hizo. Solo me miró, como si me estuviera midiendo, como si decidiera si valía la pena prestarme atención.
Finalmente, dejó caer una palabra, casi como un murmullo. "Quédate." Fue todo lo que dijo.
Pero antes de que pudiera procesar más pensamientos, una figura pequeña y encorvada apareció al final del corredor, deteniéndose en la entrada de una gran sala iluminada por candelabros.
Era un hombre diminuto, vestido completamente de azul, con una túnica que parecía brillar bajo la tenue luz. Su barba blanca llegaba hasta el suelo, tan larga y esponjosa que por un instante me pregunté cómo no tropezaba con ella. Tenía una expresión apacible, con ojos llenos de sabiduría y una sonrisa que, de algún modo, transmitía ternura.
“Alteza,” dijo el anciano, haciendo una ligera reverencia. Su voz era suave, pero cargada de una seriedad que contradecía su aspecto amable. “Lamento interrumpir, pero esto… es
peligroso.”
El príncipe se detuvo, girando ligeramente hacia el hombrecillo con una ceja arqueada. “¿Qué es peligroso ahora, Erol?” preguntó con un sarcasmo tan afilado que casi me hizo sonreír.
Erol, sin inmutarse por el tono, señaló hacia mí con una mano arrugada. “Ella. ¿Has considerado quién es? ¿Qué podría significar su llegada? No me gusta, Alteza. Algo sobre su presencia… desestabiliza.”
El príncipe soltó un suspiro, rodando los ojos como si ya estuviera harto de esa
conversación antes de que empezara. “¿Siempre tienes que aparecer con tus advertencias? Apenas he tenido tiempo de decidir si es útil o un problema.”
Erol se acercó cojeando, y su mirada pasó de él a mí. No parecía hostil, pero había algo en la intensidad de sus ojos que me hizo sentir pequeña, como si pudiera ver a través de mí. “No es una decisión que debas tomar a la ligera, Alteza. Te lo advierto, esta mujer podría cambiar más de lo que imaginas.”
El príncipe se cruzó de brazos, mirando al anciano con una mezcla de curiosidad y aburrimiento. Luego se giró hacia mí, inclinando ligeramente la cabeza, su tono cargado de un desinterés irritante. “Entonces, extranjera, ¿quién eres realmente? Y no me digas que no lo sabes, porque ya estoy harto de enigmas.”
El silencio se alargó, incómodo, como si cada segundo pesara más que el anterior. El príncipe me miró con expectación, esperando una respuesta que no tenía intenciones de darle. Pero yo me mantuve callada, apretando los labios, decidida a no darle el gusto de satisfacer su curiosidad.
Su mirada se volvió hacia la mujer que me había llevado hasta allí. Su expresión cambió
apenas, el sarcasmo dando paso a una ligera seriedad. “Muy bien, si ella no habla, tal vez tú lo hagas. "¿Qué has traído ante mí, Lysara?" preguntó, su voz baja pero cargada de autoridad.
La mujer, Lysara, dio un paso adelante y se inclinó ligeramente. "Una extranjera, mi príncipe. La encontramos en el umbral. Sobrevivió al cruce y... hubo una conexión con la serpiente oscura."
El príncipe fijó su mirada en mí, y sentí como si pudiera ver cada rincón de mi alma. "¿Conexión?" murmuró, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Lysara asintió. "La serpiente la miró, mi señor. Pero no atacó. Pareció... reconocerla."
Eso pareció captar toda su atención. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, y una chispa de algo que no alcancé a identificar —¿interés? ¿preocupación? — cruzó su rostro. “¿La miró directamente? ¿Y está viva para contarlo?”
Un murmullo recorrió la sala. El príncipe se levantó lentamente, y su figura pareció crecer mientras lo hacía. Caminó hacia mí, sus pasos resonando como ecos en mi mente.
El príncipe caminó hacia mí con una gracia casi etérea, cada uno de sus movimientos parecía una coreografía ensayada en el vasto espacio del palacio. Me miró con esos ojos azules que no podían ser humanos, como si de alguna manera pudieran ver más allá de lo que mis palabras o mi cuerpo podían mostrar. Su presencia era un imán, algo que te atraía sin que pudieras evitarlo. Y, aunque su figura era imponente, había algo en su mirada que desarmaba cualquier atisbo de miedo. Era como si estuviera observando todo un escenario, y yo era simplemente una actriz a punto de interpretar un papel.