PRINCIPE:
(DESPUÉS DE LA LLEGADA DE AIRA)
El pasillo estaba en silencio, salvo por el eco de mis pasos contra la piedra fría. Sostenía la lámpara en una mano, su luz oscilante proyectando sombras danzantes en las paredes. A pesar de la calma aparente, mi mente era un torbellino.
No era la primera vez que recibía visitantes extraños en el castillo. Diplomáticos,
mercenarios, hasta algún que otro mago errante. Pero ella… ella era diferente. Desde el momento en que cruzó las puertas de mi reino, algo había cambiado en el aire. Era como si su sola presencia hubiera despertado algo que había permanecido dormido durante siglos.
Me detuve frente a la puerta de su habitación, dejando que mis pensamientos se calmaran por un instante. Había algo en su mirada, en la forma en que intentaba ocultar lo que sabía. Su confusión no era del todo fingida, pero tampoco podía confiar en que fuera inocente. Y aun así… había una fragilidad en ella que no podía ignorar, como si llevara el peso de algo mucho más grande de lo que podía manejar.
Abrí la puerta con cuidado, dejando que la luz de la lámpara iluminara el interior. La encontré dormida, acurrucada sobre la cama como una niña que busca refugio en medio de una tormenta. Su cabello rojizo oscuro estaba enredado sobre la almohada, y su rostro, relajado en el sueño, parecía mucho más joven de lo que recordaba.
Cerré la puerta tras de mí, dejando la lámpara sobre la mesa junto a la cama. Observé cómo respiraba profundamente, el ritmo tranquilo de su pecho contrastando con el caos que sabía que la esperaba al despertar.
¿Qué tenía esta chica que me inquietaba tanto? Había enfrentado ejércitos, monstruos y conspiraciones en mi vida, pero su llegada me hacía sentir como si estuviera al borde de algo mucho más peligroso. Y sin embargo, no podía apartarme de ella.
Me senté en la silla junto a la cama, manteniendo la espada apoyada contra mi pierna. La grieta crecía, y no podía darme el lujo de ignorar su conexión con ella. Pero al verla ahí, tan vulnerable, algo dentro de mí quiso protegerla, incluso si al final resultaba ser la causa de nuestra perdición.
Mientras la vela se consumía lentamente, me permití un momento de debilidad. Apoyé los codos en las rodillas y enterré el rostro en las manos, dejando que el cansancio me alcanzara. Pero no me atreví a dormir. No podía permitirlo. Si algo la perseguía, estaría ahí para enfrentarlo, aunque fuera lo último que hiciera.
"¿Por qué tú?" murmuré en voz baja, sin esperar respuesta.
Me quedé allí, observándola en silencio, mi mente divagando mientras el leve resplandor de la lámpara iluminaba suavemente los contornos de su rostro. Dormía profundamente, su respiración tranquila, pero algo en su expresión me intrigaba más de lo que esperaba. No era solo el hecho de que estaba allí, en mi castillo, rodeada por sombras y misterio, sino que había algo en la forma en que se movía en su sueño, algo que me llamó la atención de inmediato.
Un suspiro, casi imperceptible, escapó de sus labios, y su rostro se contorsionó ligeramente como si estuviera luchando contra algo dentro de su mente. Su mano se apretó un poco, como si intentara aferrarse a algo, tal vez a un pensamiento, tal vez a una verdad que no podía soltar. Observé cómo sus cejas se fruncían, marcando un leve desconcierto en su rostro dormido.
No era un sueño tranquilo. Pude ver, aunque débilmente, los músculos de su cuello tensándose, como si algo la estuviera atacando en su mente. ¿Era miedo? ¿O solo una pesadilla pasajera?
Mis pasos fueron silenciosos cuando me acerqué un poco más. No quería despertarla, pero la imagen de ella luchando en su propio sueño, ajena a todo lo que la rodeaba, me conmovió de una manera extraña. Algo en su vulnerabilidad, en esa faceta de ella que ni siquiera el príncipe más orgulloso podría ignorar, me detuvo en seco. Nunca me había detenido a observar a alguien de esta forma, pero de alguna manera, ella lo hacía posible.
Su sueño era una batalla interna, un tirón entre recuerdos y miedos que no entendía. Podía ver cómo se agitaba de nuevo, su rostro contrayéndose con una emoción que no era fácil de leer. Me agaché un poco, mi reflejo atrapado en los bordes de su rostro, y por un momento, pensé que podría alcanzar a entender qué la estaba atormentando.
"¿Qué es lo que escondes, princesa?" murmuré en voz baja, aunque sabía que no me oiría. Mis palabras fueron para mí mismo, una pregunta que quizás nunca tendría respuesta.
Me quedé allí, inmóvil, viéndola, dejándome llevar por la fascinación que provocaba en mí. El príncipe que estaba acostumbrado a controlar todo a su alrededor se encontraba impotente, observando a una mujer que, a pesar de todo lo que sabía, parecía ser un completo enigma. ¿Y si ella era mucho más de lo que pensaba? ¿Y si, en sus sueños, había algo que me estaba pidiendo entender?
El tiempo pasó, pero no me moví. Mi respiración se alineó con la suya, en un ritmo compartido por un breve instante.
…
El frío de la mañana calaba hasta los huesos, pero no era el viento lo que me helaba el alma, sino la tensión que se cernía sobre nosotros. Aira llegó al patio del castillo, la mirada llena de incertidumbre, y junto a ella, Erol, su presencia silenciosa como siempre. Los caballos estaban listos, y la carroza con las runas parecía más una advertencia que una simple herramienta para el viaje.
Mi primer impulso fue cubrirla con el abrigo que llevaba. No era por compasión, no, era pragmatismo. Si moría antes de llegar a Aetheon, todos nuestros esfuerzos habrían sido en vano, y eso no podía permitírselo. "No lo hice por ti," le dije, mi voz firme, pero algo en sus ojos me hizo dudar por un segundo. "Si mueres congelada antes de llegar a Aetheon, será mi problema."
Ella me miró con resentimiento, y no la culpaba. Nadie quería estar en su lugar, ni yo mismo. Pero en ese momento, era lo único que podía ofrecerle para mantenerla con vida.