Aira

Una tetera

AIRA:

Mientras el príncipe giraba hacia su caballo, mis ojos seguían su figura, pero no con la misma admiración de antes. Algo había cambiado en él, y lo supe en cuanto sus palabras se desmoronaron sobre mí. Esa frialdad que antes había percibido como un refugio de fortaleza, ahora se sentía como una pared de hielo.

No entendía por qué sus palabras me dolían tanto. Yo sabía lo que era estar perdida, con miedo, al borde de lo impensable. Pero ahora, había algo en mí que ya no quería seguir arrastrándose en busca de aprobación o comprensión. Había visto esa chispa en mí misma cuando le miré, esa determinación que ni yo misma esperaba. Tal vez el príncipe pensaba que el mundo estaba a sus pies, que su arrogancia y su presencia imponente lo protegían de todo. Pero yo no iba a ser una más de las que caían a sus pies. No lo haría.

Respiré hondo, mirando el abismo ante nosotros, sintiendo que la grieta se abría paso en mi mente, igual que en el mundo que dejábamos atrás. Un retumbar creció en mi pecho, una sensación que no podía entender, pero que me invadía por completo. El aire era pesado, la presión era inmensa, y mientras la incertidumbre me envolvía, algo dentro de mí se desató. Era como si todo lo que había estado guardado, cada duda, cada fragmento de miedo, estuviera a punto de explotar en algo completamente nuevo.

Me giré hacia el príncipe, que seguía con la espalda erguida, como si no hubiera nada en el mundo capaz de hacerle tambalear. Sin embargo, una pregunta surgió, como un susurro que no podía ignorar: ¿y si todo esto era solo una fachada? ¿Y si su arrogancia esconde una desesperación que él ni siquiera podía reconocer?

"¿De verdad crees que lo controlas todo, verdad?" murmuré para mí misma, sin saber si lo decía en voz alta. Pero antes de que pudiera pensar más en ello, una extraña vibración

recorrió mi cuello, el colgante de cristal parecía latir más rápido. Miré hacia abajo, mi pulso se aceleró y una nueva sensación de urgencia se apoderó de mí.

El traqueteo del carruaje llendose me sacó de mis pensamientos, las ruedas golpeando el suelo irregularmente. El sonido retumbaba en mis huesos, como si el propio mundo estuviera tratando de recordarme que esto era real, y que no había vuelta atrás.

De repente, como si una ráfaga de viento me hubiera golpeado en el rostro, algo en mi interior cambió. Me acordé de Zephyr. Su risa, tan llena de vida, de ese fuego que siempre llevaba consigo. Esa chispa en sus ojos cuando me retaba, cuando volábamos juntas sin importar qué tan fuerte soplara el viento.

La imagen de ella apareció en mi mente con la misma fuerza con la que el viento me había arrastrado aquella vez. Zephyr, siempre tan audaz, siempre tan libre. ¿Dónde estaría ahora?

¿También ella había caído aquí, en este lugar extraño, o era yo la única atrapada entre estas sombras?

De pronto, el peso del silencio me aplastó. La ausencia de su risa, de su energía. ¿Qué habría sido de ella? La última vez que la vi, volábamos hacia las Torres del Horizonte, riendo, desafiando todo lo que el viento podía traernos. Pero esa sensación de libertad, tan viva en el aire, se desvaneció como un sueño que nunca había sido real.

Mis pensamientos de Zephyr fueron reemplazados rápidamente por la sensación de incertidumbre que me invadía al ver el terreno desconocido que se extendía ante mí. El paisaje, tan ajeno a lo que conocía, parecía sumido en una niebla espesa y un tanto inquietante.

El príncipe nos hizo una señal para que lo siguieramos aunque el terreno seguía siendo inhóspito, algo en su mirada me decía que estábamos cerca. Caminamos unos pasos, el viento volviendo a levantarse con fuerza, pero esta vez parecía empujarnos hacia adelante, como si nos guiara.

—Vamos, es aquí —dijo el príncipe, su tono firme, pero con un leve destello de algo más en sus ojos, como si supiera más de lo que nos estaba revelando.

El paisaje parecía cambiar a medida que nos acercábamos. Lo que antes parecía una extensión interminable de tierras áridas y desoladas, ahora se tornaba en algo más misterioso. A lo lejos, entre la niebla, comenzó a perfilarse la silueta de una estructura. Al principio fue sólo una sombra, un pequeño destello, pero conforme nos acercamos, la visión se fue aclarando.

La casa, antigua y monumental, surgió de las brumas como un espectro olvidado. No era sólo una casa, sino una construcción que parecía haber estado allí por siglos, observando el paso del tiempo sin temor. Su fachada, cubierta por enredaderas oscuras, brillaba

débilmente bajo la luz de las estrellas, y en sus muros se podían ver símbolos tallados, como si contaran historias que nadie más conocía.

—Estamos cerca —dijo el príncipe, deteniéndose y mirando hacia la entrada, donde la puerta de madera antigua se entreabrió por sí sola, como si esperara nuestra llegada.

La niebla que antes nos rodeaba comenzó a disiparse con una rapidez asombrosa. El aire, denso y frío, fue reemplazado por una sensación cálida, acogedora, como si la casa misma nos invitara a entrar. Mi corazón latía con fuerza mientras cruzábamos el umbral, y lo primero que noté fue el silencio absoluto que reinaba en el interior. Era como si el tiempo se hubiera detenido allí.

La casa estaba iluminada por una serie de luces suaves que flotaban a nuestro alrededor, sin una fuente visible. El aire tenía un aroma a hierbas y madera vieja, y el calor que provenía de la chimenea encendida contrastaba con el frío de afuera. Todo en el lugar parecía estar fuera del tiempo, suspendido en una quietud mística.

Y entonces, allí, en el centro de la habitación, una mujer de rostro sereno y ojos profundamente sabios nos esperaba. No era vieja, pero su presencia era tan imponente como si hubiera vivido varias vidas.

El ambiente en la casa era tan envolvente que parecía como si todo estuviera esperando ese momento, ese encuentro. La mujer, con su mirada profunda y tranquila, observó al príncipe con un leve brillo de reconocimiento en sus ojos, como si lo conociera desde siempre. Un silencio pesado llenó la habitación, y por un instante, me sentí fuera de lugar, como si estuviera presenciando algo más grande que yo misma.




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