Aira

La marca en el pecho

PRÍNCIPE:

Dejé a Aira allí, confundida, pero la verdad es que yo también lo estaba. Mi mente parecía estar atrapada en un laberinto sin salida, y a pesar de mis intentos de huir de lo inevitable, cada paso que daba me acercaba más a algo oscuro, algo que no sabía si estaba preparado para enfrentar.

Entré en la habitación y cerré la puerta detrás de mí con un leve suspiro. La luz tenue de la luna se filtraba a través de la ventana, iluminando la habitación con una calma inquietante. Me dirigí hacia ella, como si las sombras que se alargaban en la habitación pudieran ofrecerme las respuestas que tanto buscaba. Pero, como siempre, las sombras solo ofrecían más preguntas.

Me quedé allí, parado frente a la ventana, observando el cielo estrellado. Era como si el mismo universo me estuviera mirando, como si las estrellas, lejanas y frías, supieran la verdad que yo no podía ver. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué sentía ese tirón hacia Aira, como si su existencia estuviera entrelazada con la mía de una forma que ni siquiera yo comprendía?

Un suspiro se escapó de mis labios mientras apoyaba mis manos en el cristal frío de la ventana. ¿Qué si la profecía no hablaba de un destino, sino de una elección? ¿Qué si todo lo que había conocido hasta ahora sobre mi misión, sobre el papel que debía jugar, era solo una ilusión? Me pregunté si, en lugar de ser el protector, era yo quien debía enfrentar a la oscuridad.

La verdad me acechaba, como una bestia esperando a que yo la reconociera. La conexión con Aira era real, no podía negarlo. Pero, ¿era ella la llave de mi salvación o la condena de

mi tribu? ¿Qué si la destrucción que la profecía predecía no venía de mí, sino de ella misma?

Mi mente daba vueltas, y la pregunta más aterradora surgió: ¿y si ella era la perdición? El miedo me recorrió, pero también algo más. Algo más profundo.

Me quité la capa, dejándola caer sobre una silla. Luego, con la mano temblorosa, comencé a despojarme de la camisa real que aún llevaba puesta. El peso de la corona, de las expectativas, parecía arrastrarme hacia abajo, y al desprenderme de la tela fina y adornada, un alivio momentáneo me invadió. Me sentí extraño sin la ropa que me identificaba como príncipe. Como si estuviera dejando atrás algo más que simplemente un traje de rey.

Al quitarme la última prenda, el reflejo de mi cuerpo desnudo apareció en el espejo opaco que había en el rincón de la habitación. La figura que me devolvía la mirada no era la que esperaba. Mi torso, fuerte y marcado por las batallas, mi espalda ancha... pero algo más, algo que no había notado antes. Mis ojos se fijaron en un pequeño símbolo, grabado en la piel justo sobre mi pecho, casi en el centro del corazón.

Era el mismo símbolo que había visto en la profecía.

“Amarrado al arma que puede destruirlos a todos.”

Sentí como si el aire se volviera denso, como si todo el mundo que conocía estuviera cambiando de repente. La marca estaba ahí, grabada en mi piel, como una sentencia que me había acompañado durante toda mi vida sin que yo lo supiera. Mi mano tembló mientras rozaba la cicatriz, y por un momento me quedé inmóvil, incapaz de comprender lo que veía. No podía ser. ¿Yo? ¿El elegido para destruirlo todo?

La profecía nunca mentía, pero ahora que la veía marcada en mi propio cuerpo, sentí el peso de sus palabras con una claridad aterradora. ¿Era esta la razón de mi conexión con Aira? La misma sensación que me había perseguido desde el primer momento que la vi...

¿acaso ella también estaba ligada a este destino oscuro?

Me aparté del espejo, mi mente aún atrapada en la confusión, pero había algo claro: mi destino no estaba solo en mis manos. Aira. Ella era parte de todo esto, y no entendía cómo ni por qué, pero mi destino estaba inevitablemente entrelazado con el suyo. Y la única forma de saber cómo terminaría esta historia era enfrentando lo que la profecía había predicho.

Cuando el susurro del aire se torne en grito

cuando la corriente se niegue a obedecer,

la extranjera cruzará el umbral,

pero su sombra no será la que marque el final....

El aire de la habitación parecía hacerse más denso con cada respiración. Mi mente daba vueltas, mientras el peso de la marca sobre mi pecho se hacía más pesado, más real. Aira, la conexión con ella, lo que estaba a punto de suceder… ¿era posible que todo estuviera predestinado? Mis manos temblaban al tocar la cicatriz, y por un momento, la rabia me embargó.

¡Maldita profecía! ¡¿Qué significaba todo esto?! ¿Yo? ¿El elegido para destruirlo todo? La sensación de impotencia me quemaba por dentro, y el temor a lo que estaba por venir se hacía más real con cada minuto que pasaba.

Me aparté del espejo, sintiendo la furia burbujeando en mi pecho, la confusión nublando mis pensamientos. No entendía nada. ¿Era yo el verdadero peligro? ¿O era Aira? ¿Estaba ella destinada a ser la perdición, o éramos ambos las piezas de un tablero que alguien más había dispuesto?

En mi mente seguía resonando la advertencia de la profecía, un eco constante que me decía que no había escapatoria.

En ese instante, un sonido suave interrumpió mis pensamientos. Como un susurro entre las paredes. No era el viento, ni el sonido de la naturaleza que tanto me había acompañado en la vida. Era algo más. Algo familiar.

Antes de que pudiera darme cuenta, una figura apareció en la puerta de mi habitación. La reconocí al instante, aunque no la había visto en años.

Zephyr.

La vi entrar en silencio, como una sombra en la que nada parecía alterar su calma, y me hirió de inmediato. Mi respiración se aceleró, mi cuerpo tenso, como si todo lo que había estado guardando en mi interior se desbordara en un estallido. ¿Por qué ahora? ¿Por qué, después de todo lo que había pasado, aparecía justo en este momento? ¿Qué quería ahora?

¿Qué se supone que debía hacer con ella?

La tensión en el aire se hacía insoportable. Mis ojos seguían fijos en Zephyr, quien, por fin, había dado un paso hacia adelante, saliendo de las sombras que la habían ocultado. Mi mente, desbordada por tantas preguntas sin respuestas, no podía procesar lo que estaba pasando. Todo lo que había dado por cierto ahora estaba tambaleando, y la presencia de Zephyr solo complicaba más las cosas.




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