Aishla

4 Lo que pasó esa noche

 

La noche fue rápida, la oscuridad no pasaba desapercibida, alguien corría desesperado trayendo un mensaje. Genowich despertaría unos segundos más tarde, su casa dentro de un árbol, un hueco en su entrada, adentrándote te toparías con la puerta principal, una chimenea de piedras rojizas. Dos árboles entrecruzados hacían a la casa un tanto difícil de encontrar; dentro dormía Genowich, un Trolls de cara ancha. El mismo aullido despertó a Genowich, salió mirando el cielo, gimió como afirmando lo que pensaba, entró, puso algo para calentar, se sentó en la mesa, esperando a alguien.

¿Por dónde andabas? —pregunta Genowich.

—Perdón por llegar tarde. —Se escuchó una voz gruesa—, me retrasé, había muchos, pero fue como lo predijiste, solo el hecho de pensar que vienen a buscar.

Genowich extendió su mano callando a Iuray, con voz amable prosiguió: —Si te interrumpo es porque sabes lo que tienes que hacer —se levantó y miró el fuego—. Iuray, es necesario que no dejes de correr, su vida peligra, su alma está en tus manos. Tráelos aquí, si llegas a tiempo antes, corre y no te detengas. Sé fiel.

—Sí, maestro, seré fiel. —Se escucho al alejarse.

Cada vez que cuento esto nunca puedo describir a Iuray, la falta de luz, su modo de correr. Terry despertaba de sus sueños, una luz salió iluminando la casa, sus ojos color de fuego, sus plumas no dejaban de irradiar ese calor que al trolls lo hechizaba, por sobre todo amigos inseparables. Habían pasado varios minutos desde que Iuray había partido, Genowich tomó su tapado de piel de tejón, tomó su chambergo, su bastón, una mochila de cuero de Dragón del bosque, una antorcha, caminó hacia el fuego, encendiendo la antorcha, tomó algo de agua en un vaso de madera, preguntó: —¿Vienes? —dijo mirando hacia la puerta.

Las alas se estiraron, despojándose de su pereza, sus patas tomaron fuerza, dio vueltas en su nido hecho de pajas, el trolls abrió la puerta, al salir el camino de la derecha se dejaba ver, la poca luz que centelleaba de la antorcha, el zumbido se escuchó de detrás de Genowich. Terry aterrizó en su hombro, tomaron el camino hasta llegar a una puerta pequeña de madera, al cruzarla se toparon con el bosque tupido, metiéndose dentro, un río pequeño dejaba escuchar su paso envolviendo la noche en una canción que te haría dormir. Los senderos que se dejaban ver perdiéndose en el mismo momento que ellos avanzaban.

—Ahora es tiempo de que despierte, mi abuelo siempre me hablaba de este día, luego del sueño de anoche comprendí que este día iba a llegar, pero jamás pensé que iba a ser hoy.

Terry expresó: —Desde aquel día que me encontraste, jamás te di las gracias.

—Oh… no… no… —entonó el Trolls—, no comentes ese día, me lo dices como si jamás me lo hubieras agradecido, todos estos años, te quedaste a mi lado.

La cara vergonzosa y gacha de Terry: —Gracias, maestro, este día vamos a encontrarnos con nuestras preguntas.

A medida que hablaban Terry encendía una poco más la antorcha, y la caminata se tornaba un tanto larga, de momentos cruzaban el río, de momento se encontraban con valles y de nuevo metiéndose entre los árboles.

—Sabes desde aquel día, en que te vi caer, ¿te acuerdas? —preguntó Genowich.

—Oh… sí… sí… recuerdo que la luz llenó todo mi cuerpo, y el caer me dejó en cama. Tres meses —dijo mientras sollozaba—, desde ese día nuestra amistad se forjó, entre risas, charlas. Si pudiera estar aquí Iuray, ahora estaría riendo con nosotros y comentándonos nuevamente su historia cómo besó a aquella chica que le robó el corazón.

Gimoteó Genowich: —Nuestro pequeño ha crecido, desde la última vez que tomó por las astas aquel dragón suelo. Aquel muchacho que lloraba por la madre, cuando bueno.

De la risa pasaron a un silencio, como si el viento se llevara las penas pasadas. Subieron por un peñasco, con un poco de dificultad llegando a la parte más alta, pasaron un puente de madera llamado: el puente Grunts. Otro sendero se abría paso, una pequeña hendidura se hacía más grande en el suelo rocoso, primero un tanto desquebrajado en esta parte, dejaron los árboles, este desierto de rocas dejaba ver el cercano mar que brama con fuerza, el viento frío y salado, una pequeña cueva se dejaba ver, rodearon una piedra en forma de punta que miraba hacia el mar, las estrellas pegadas en el cielo. Se encontraron con tierra una vez más y entre arboledas, las luciérnagas iluminaban como pequeñas chispas, alumbrando el sendero que recorrían nuevamente. El intrépido ulular de los búhos daba una armonía al bosque, los grillos no dejaban de chillar, dándole una caminata agradable e impaciente.

—¿Te acuerdas? —preguntó Genowich—, ¿dónde estaban aquellas ardillas con cola de sierra?, apetezco una de ellas.

—No me hagas recordar —asintió Terry—, a esta hora de la noche, estaría comiendo una rica rata del bosque Almada, pero mi emoción puede ser más grande aun, estamos a unos pasos, de saber toda la verdad.

—Bueno, es mejor no hacerle tantas preguntas, discreción, mi amigo, discreción.

Al llegar a una cantera, las piedras brillaban por razones obvias, cristales, rubíes, oro impregnadas por el muro que se establecía un poco antes de llegar, empezaban a florecer por la luz de la antorcha, dejándose ver la cascada, del otro lado de la mina, el sendero se volvía a introducir dentro del bosque que estaba al subir unas escaleras de mármol gastadas, faltaban algunas incrustaciones, al principio de la escalera, dos perros mirando hacia lados opuestos, cada escalón tenía aberturas cuadradas enchapadas en oro. Al llegar a la cima hubieras imaginado un castillo, aunque sea viejo o una muralla para entrar a ese castillo, solo el camino se extendía a una bajada a la derecha alejándose de la cascada.



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En el texto hay: fantasía fénix, aventura y magia.

Editado: 18.06.2024

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