—Veo que sigues solo, aquí, en tu cuarto, esperando, como siempre hemos hablado, inconfundible Elguin —dijo la voz amablemente—. Oh, anhelo vivir en estas tierras, un poco más, un poco más —dijo mientras se acomodaba sus cabellos largos de color trigo—, me he de sentar en mi trono dentro de poco, pero aún falta un poco más —dijo nuevamente.
—Maestro —susurró peñasco—, he tratado de buscar el pedido, aún lo llevo a cuenta en mi corazón.
—Shh… —dijo el anciano mientras se quitaba el turbante blanco del rostro—, escucha el viento, trabaja junto a las hojas dando la armonía para mis oídos, así has trabajado junto a tu espada, he escuchado esa armonía entre ella y tú, ya has encontrado lo que buscabas.
—Pero, mi señor, ¿cómo que he encontrado lo que busco? Hoy estuve inoportuno, mis más solemnes disculpas.
—Tú lo has dicho, inoportuno —dijo mientras los ojos celestes fueron mirando el rostro justo en el momento en que Peñasco miraba su rostro por lo que decía—, el lazo de la vida, el desprecio de la muerte. Hoy la ironía golpeó tu puerta, el infortunio te llamó amigo, tu búsqueda llegó a su fin, así la muerte y el hades tienen un fin sin cero, tú tienes un corazón dispuesto a morir por las vidas. No hay mejor dicha que tu vida —dijo mientras el matorral de pestañas doradas se arqueaba con su sonrisa.
Peñasco se paró mirando hacia fuera. —No entiendo a dónde desea llegar, mi señor, Yumaut sube y baja para traer noticias de usted, pero no ha alcanzado sus pasos aún, usted dijo rigurosamente que iba a recibir un mensajero. Pero jamás me imaginé que usted iba a tener la dicha de enviarme a un Munday, no alcanzo a ver a dónde puede apuntar un viejo como yo, ya estoy avanzado en edad —dijo con nostalgia.
—Eres como la tierra y el agua —dijo sonriente el anciano—, eres claro, pero tu pensamiento se disipa y se escurre entre las manos, eres firmes como el suelo y a la vez el polvo nubla tu mirada. Ahora escucha mi voz.
Cercano es el día. ¡Bastó mi grandeza! Riquezas añoradas, las ruinas que dejaron a los reyes, no basta el alba al salir, ni añora maravillar la luz, por enzima Neigo, rey que ha levantado banderas y cabezas profundas, penas dormían al corazón centelleando una pálida realidad, ¿por dónde mirar cuando la verdad se os oculta? Realidad consecuente. ¿Brillarás profecía? Clara, potente, es la palabra de aquel día, no te cubras rostro, aquel murmullo se acerca al labio. Cuentan los días que el destino se apartó del camino, la flor se marchita a su espera, conduce ahora razón al pensamiento entenebrecido, mirad quién os conduce, ya el rey se ha extendido a derecha e izquierda, rogad que no se adelante, porque el día de su furor se aproxima, antes el niño se pondrá de pie. Juzgad ahora, ¡oh, rey! ¿Quién prevalecerá en tu mano? ¡Oh, viento! Grande es tu tempestad. ¡Oh, fuego! Quemas todo al andar, ábrete, profundidad, expone la mirada, somete al fuerte y desilusiona la mirada altiva. Combinaré verdad y desilusión para aquellos que gritan: Venid y bebed de mi estanque porque Elangh es el bebedero, no te confundas, alma, porque a ti es dada la espada de mi poderío, hoy eres levantado, atornillada es tu mano, la espada te ha esperado por años. La angustia fracasó, ahora enciéndete. ¡Oh, augurio! La palabra de verdad te llama.
—Cautivas mis pensamientos, he aquí un nuevo acertijo e incógnitas, ¿quién podrá acertar tu designio? Acaso los días traerán a memoria tu verbo, has dejado a este inmarcesible en un nuevo paradigma, veo que son esos días donde ya no se recuerda, solo en la historia que se renombra la búsqueda Naispack, el bárbaro —expresó frustrado.
—Has escuchado bien cada designio, sé que eres inquebrantable a mi voz —dijo la voz rasposa del viejo, pero con un tono dulce—, eres perspicaz, así fue como te elegí, delante de Lamnid, aquel rey que sabía cuidar del reino, oh, qué viejos días, pero hoy renace el corazón de aquel cuyo nombre no se nombraba antes, Obelión el gran traicionero del trono. Se acercan nuevamente días oscuros y de temor, su oído escuchará el clamor de aquellos que lo invocan, e irrazonablemente despertará de sus sueños, mantén abiertos tus ojos, mira el designio que hoy te he dejado, para qué.
—Que no fallezca tu esperanza, mientras que haya alguien con fe nos mantendremos vivos.
—¿Cómo he de llamarte, o cómo he de dirigirme a hacia ti? —dijo Elguin, encorvándose en su pensamiento sobre la mesa. Al cabo de un rato, mientras el viejo contemplaba las estrellas, dijo—: Logbag y Silbad, tus estrellas favoritas, veo que aún no has de dejar de mirarlas desde mi ventana, los días se acortan y ellas pierden el fulgor, he esperado y contemplado aquellas estrellas y has cumplido bien, recuerdo esto siempre.
Cuando veáis a mis pequeñas declinar su luz, espera porque yo estoy cerca del sol, he de quitar un poco de su brillo y su esplendor, así verás la maravilla y el renacer de ellas.
Ahora te pido que confirmes, has vuelto y ellas siguen declinando su luz.
—Aún eres indiferente a mis designios —dijo el viejo—, ¿has contemplado las lumbreras? Si vuelves a mirar mi rostro ella te enseñará que he de cumplir mis palabras.
Darío y Maki aún seguían inmóviles en el armario de madera, pensando cuándo terminarían de charlar, había pasado un largo rato desde que se encontraban escondidos, el pequeño tuvo la impresión de que, a medida que el anciano de blanco conversaba sobre los asuntos de guerra de antaño, la espada se encendía, que mandó la piel del pequeño, el muchacho quiso llamar a Maki con un golpe pero sin remedio la niña jamás respondió a sus golpes, miró a su alrededor con la poca luz, de la vela, para su sorpresa el arma empezó a emitir una luz llameante llamando la atención del niño, quiso correr pero al momento recordó a Elguin y al viejo y en las palabras de Maki, así Darío pudo ver una pequeña hendidura que separaba al niño de la niña, el brazo del niño entró fácilmente llegando a tocar el codo de la niña, Maki sostuvo fuerte la mano del muchacho. En ese momento el viejo alzó su voz fuerte, tanto fue así que los niños no soportaron el resplandor de lo que ellos vieron aquella noche.