Aishla

9 La puerta secreta

Darío despertó en el cuarto, las sábanas tapaban al niño, su cama hecha de oro y ébano se acomodó en el colchón de pajas y hojas, al abrir los ojos la lluvia caía entre las ventanas, una cortina de agua descendía del cielo, algunos rayos caían estridentes, el viento se arremolinaba entre las copas de los árboles, la hierba tapada por el aguacero, los caminos inundados, los campos se habían vuelto ríos y una nube negra se había depositado sobre las tierras Korking, en el País de Kolan, de súbito empezó a caer una granizada y el viento aumentó, y en ese instante Elguin entraba por la puerta preocupado, peñasco cerró las ventanas, con una vela en la mano, su espada estaba depositada en su cinto, la ropa larga lo seguía a medida que se inclinaba donde Darío yacía acurrucado, el piso chirriaba bajo los pies del viejo herrero , Maki lo seguía también preocupada.

—Buenos días, niño forastero —dijo Elguin—, ha sobrevenido una lluvia repentina—, el día estaba paciente en el este, el sol se revelaba contra la noche una vez más, como todas las mañanas he salido a tomar un poco de aire fresco y recorrer un poco las tierras, sé dónde se encuentra cada escondrijo de ave, o de Barbuck, me apetecía mostrarte un poco los campos, tendrás que conformarte con mi casa, antes de seguir charlando, tengo que confesarte algo, niños —dijo mirando a Maki de reojo—, tengo un secreto guardado bajo mi manga, propicio para ti.

—¿Para mí? —preguntó Darío, con los pelos enmarañados tratando de despertar de sus sueños.

—Sí, si has oído cómo he dicho, muchacho, no solo para ti, si no es de mi incumbencia poder decirlo, he interrogado un poco a Max, ha cooperado ahora, deseo interrogarte un poco, me imagino que tendrás mil y una preguntas a estas horas del día, como decía —prosiguió—, me urge más que a nadie partir en estos días de mis tierras, esta tormenta es la mera señal de nuestra salida. Al caminar por la tierra, vi la cosa más repugnante que se pudo crear, Cans —dijo en voz baja—, el aire del cuarto se volvió denso, el viento se duplicó, los rayos cayeron rápidos y siniestros, la cortina de agua se convirtió en una catarata nebulosa aplastando la tierra, han oído, si mis pensamientos no fueran ciertos —dijo clavando la mirada al techo, como escuchando algo—. Un nombre corrupto, sin moral, la naturaleza lo desprecia, ha llegado el día y la hora cuando un ejército despertará, sus escogidos rugirán del cielo.

—¿Rugirán del cielo? —preguntó Darío consternado—. Don Peñasco va rápido, ¿qué vio allá fuera? ¿Qué es lo que tiene que decirme, y por qué tuvo que interrogar a Max? Si no soy muy tonto o muy niño, pero mi tío siempre dijo que podía entender las cosas complicadas, peligro y juegos, sé discernir entre una y otra, esto no es juego, escuchó el viento soplar fuerte, veo a Maki su cara angustiada, pero no llegó a entender por qué dice estas cosas, me hubiera gustado jugar con niños, o hablar con ellos, jamás los he comprendido, escondidillas, o el juego del trapo perezoso, qué juego soso, no me daba gracia. Parezco un hombre grande en un cuerpo de un niño, solo quise atrapar dragones con mi tío Jack, pero esto condujo a mi perdición, me hubiera gustado ser un poco más maduro, pero lloré por no haber atendido a mi tío, ahora me resta esperarlo aquí, en su casa, aquí nos dirigíamos, este tiene que ser el punto de encuentro.

—Paciencia, paciencia, he escuchado el cuento de tu tío Jack y José —dijo Elguin entre dientes y pensativo—, ¿así que ahora lo acompaña un perico?

—¿Cómo dice, señor? —Ha nombrado a Sinfi. ¿Acaso él también tiene secretos?

—Oh, han guardado sus barbas, hasta ahora José ni Max saben de qué son capaces de hacer esos dos, no he de hablar mal de esos dos bribones, si ruge mi pensamiento lo haré, y tendrás que disculparme, pero mis dientes retienen la verdad.

Mientras la lluvia no amainaba y el viento recuperaba la cólera de años, Maki había bajado por dos tazas de té, Glench volvía de las afueras empapado por la intensa lluvia, se sacudió los pies sobre un trapo viejo, solían depositar a la entrada una vieja prenda sobre las baldosas grises de la cocina, y así desnudar los zapatos del lodo. La nana yacía sentada en la cocina esperando las patatas que había puesto a hervir para el almuerzo, los huevos se olían chamuscándose en una sartén, una de las cocineras, Gluma, corría tomando dos rábanos, tomó manteca, dos ajos, una zanahoria, las cortó, luego las vertió en una olla grande asentada en el fuego, Maki pasó por la mesa, corrió hasta una fuente donde la nana yacía sentada.

—Despacio, niña, no corras, es mejor caminar que correr —dijo la nana.

—Sí, nana, mi tío y el niño Darío están conversando —dijo Maki apresurada.

—Ya han entablado una amistad —dijo ruborizada de alegría.

Mientras Maki esperaba unas galletas, que Gluma había ofrecido llevar al buen señor, arriba en el cuarto de huéspedes donde Elguin y Darío charlaban.

—Maki ha bajado por el desayuno, tardará un buen rato, ahora puedo ser directo contigo, muchacho. —El rostro cambió con severidad, algo había cambiado en el ambiente, el rostro de Elguin había cambiado y una luz pálida se asomó, con una mezcla de odio—. Siempre creíste que Jack era tu tío, él es solo un pirata que ha dejado la suprema corte real, hierve mi sangre al escuchar su nombre, dejó el reino y su patria lo aclamaba, en el momento cúspide de demostrar quién era, se marchó sin decir por qué, no entiendo, ¿por qué ha vuelto?

—Señor, si me disculpa, no entiendo, ¿por qué dice eso de mi tío?



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En el texto hay: fantasía fénix, aventura y magia.

Editado: 18.06.2024

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