Aishla

17 Obdren, bosque profundo

 

—¿Cadenas? —preguntó el niño curioso.

—Estas gruesas cadenas nos salvarán la vida —y sin decir más siguieron avanzando.

Hacía tiempo que el camino se había tornado aburrido para Darío, se había olvidado por un momento de los miedos, deseaba mirar todo con asombro, desde un árbol pequeño hasta la punta de las montañas del oeste, cuevas oscuras, y ríos caudalosos, la mayor parte de su vida estuvo arriba de un barco aburriéndose de tanta tranquilidad, su tío Jack estuvo siempre al margen de sus pensamientos, Jack trataba a Darío como a un hijo siempre volcando lo que más podía sobre estas tierras. El polvo volaba metiéndose en las narices y no veían un árbol para refugiarse.

—¿Qué haremos? —preguntó Neigh—, ¿es necesario seguir con este viento?

—Ya llegaremos al primer punto de descanso —informó Elguin—. Sguils, pásame el mapa, no me gusta esta quietud, hay algo raro en el ambiente, Yumaut avanza hacia esas dunas, y mira si está pasando algo. No te alejes mucho.

Yumaut sin chistar acato órdenes y salió como tiro de flecha hacia las dunas, Elguin tomó el mapa que Sguils le alcanzó, desenrollándolo sobre el suelo polvoriento, y antes de empezar a mirar, le dio órdenes a Max que mantuviera en guardia, el sol en lo alto ardía como no hizo en mucho tiempo, los niños se quedaron quietos, y la señorita Neigh solo resguardó silencio. Yumaut volvió rápido y le dijo algo al oído. La cara de Elguin se paralizó y poco a poco se fue volviendo pálida.

—¿Cómo puede ser? —dijo sin pensar que los demás escucharon—. El enemigo es astuto —sacó su espada y la arrojó lejos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Neigh asustada.

—Esos malditos saquearon la ciudad, el muy maldito se está moviendo con mucha rapidez —expresó Yumaut.

—¿Qué será que ocurre dentro de aquel hombre? —se dijo Darío—, ha cambiado su rostro y su manera de actuar, ¿estamos en serios problemas o está asustado de algo? —el niño trató de mantener la calma.

Al igual que Maki, ella sabía cuándo a su tío le acontecía algo, ella se mantuvo cauta y a distancia, sentía que su tío escondía un miedo, solo que los niños sabían qué podía ser ese miedo, Obelión y las minas Autar, o había algo más oculto en el corazón de su tío que no pudiera descifrar, y si era el primer peligro que le daba ese miedo, mientras que ellos pensaban más y más, los dos se apearon de repente, Darío recordó el miedo nuevamente y empezó a temblar.

—Niño, no tiembles —dijo Maki en voz baja.

—Disculpa, no es mi intención —contestó Darío.

—En marcha que no hay peligro —dijo Sguils.

—Ve delante, Sguils, yo iré por detrás —dijo Elguin mientras volvía de recoger la espada que había arrojado—, Max y Yumaut caminen por los flancos y estén atentos.

Al retomar la marcha y llegar a la duna, vieron las ruinas, y entendieron el enojo de Elguin, era una desdicha ver los cuerpos de los aldeanos, cientos de cuerpos yacían acumulados y quemados y otros cientos de cadáveres repartidos en los campos, las casas quemadas y los huertos destruidos, las cosechas arruinadas, los animales desmembrados, había cientos de gallinas despellejadas, sus cabezas acopiadas, los terneros de las vacas destripados, cuervos y buitres peleando por los restos de un cerdo que acababa de morir, la escena desagradó al niño que sin poder contenerse vomitó sobre un resto de una cabra llena de gusanos, Maki corrió hacia el niño y Neigh le alcanzó un poco de agua y así retener un poco su mal estómago. Nada quedó en pie, solo un ganso que salió huyendo dentro de una cabaña a medio quemar.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —se preguntaron inquietos.

—¿Qué ha ocurrido aquí? Es el comienzo de las calamidades que vendrán a la tierra, ese ganso se ha salvado, ha tenido suerte de no ser comido para otro que no fuese su dueño —añadió Max.

—Tendremos que seguir, quedarnos aquí sería la muerte de nuestros estómagos —añadió Neigh—. Tendremos que montar guardias, en la noche, se aproxima la noche y no podemos quedarnos en la intemperie. El frío vendrá inminentemente, estamos cerca del invierno, y debemos descansar.

—Bien has dicho, Neigh, tendremos que descansar un poco y caminar mucho, si el frío nos toma en la intemperie, no tendremos muchas posibilidades —agregó Peñasco.

—También imposibilitaría nuestras rutas, nuestros descansos quedarían tapados por nieve, y eso sería aún peor —dijo Sguils.

Ese día acamparon no muy lejos de ahí, pasaron la noche haciendo guardia, la noche se abría paso sobre la tierra polvorienta, el viento traía el fresco del invierno que poco a poco se pegaba a los huesos, Sguils habría empezado a cocinar el ganso que había sobrevivido.

—Pobre pequeño­ —dijo Darío que de lejos lo miraba con peso en el corazón—, sobrevivió a todo este ataque, y ahora se convierte en caldo para nuestros estómagos.

—No chillarás cuando entre en tu estómago, hay que guardar nuestras reservas, para el viaje que viene —dijo Peñasco.

Mientras que en la noche la luna estaba en su auge y las estrellas titilaban en el cielo, una nube se sostenía en lo alto del cielo, mientras Darío esperaba con ansias el día que se aproximaba, no se imaginaba que esa noche iba a cambiar para siempre su forma de pensar, dentro de él saldría una fuerza que jamás pensó que tendría.



#4671 en Fantasía
#978 en Magia

En el texto hay: fantasía fénix, aventura y magia.

Editado: 18.06.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.