Aitana al acecho

Capítulo 1 'Sólo estoy siendo yo'


Aitana

—¡Señorita Pevensie! —un oficial se acercó a los barrotes—. Su fianza ha sido pagada —abrió la reja.

«Al fin»

Sentía que hasta mis manos olían a orina, además de tener un horrible dolor en mi mejilla izquierda. No tenía ni idea de qué demonios me había pasado.

—Gracias —le dije al oficial.
—¿Le sigo pareciendo guapo? 
—¿Eh? —fruncí el ceño.

El oficial tenía como veinte kilos extra y posiblemente, era mayor que mi padre. ¿Por qué rayos me preguntaba eso?

—Eso fue lo que dijo mientras la arrestaba.

«Demonios»

—Bueno ... tal vez ... —titubee avergonzada—, percibía que en su interior era lindo ...
—Hay, ya largo de aquí.
—Adiós —dije rápidamente y salí.

Enseguida, arrastré mis pies hacia el registro para recoger mis pertenencias.

—¿Dos veces en una semana? —la oficial me miró con cara de pocos amigos.
—La vez pasada no fue mi culpa —intenté excusarme.
—Sí claro —me hizo firmar mi orden de salida y me entregó una bolsa plástica con mis pertenecías.

Al salir de la jefatura, miré a mi padre, esperándome afuera del auto de uno de sus amigos, ya que por obvias razones, existía la posibilidad que el de él estuviera en el taller siendo reparado.

Tenía sus brazos cruzados y también me miraba con cara de pocos amigos.

Tomé un largo suspiro y me acerqué a él.

—¿Tu deber como padre hizo que pusieras esa cara? 
—Si, así como también es mi deber tomarte de los cabellos y subirte al auto.
—Pero no lo harás porque estamos frente a una jefatura.
—Exacto, pero eso no evitará que te reprenda como nunca antes en la vida, así que sube tu escualiducho cuerpo al auto y vayamos a casa.

«Genial»

Ambos abordamos el auto, colocamos nuestros cinturones de seguridad y nos alejamos.

—¿Dos veces en una semana? —giré los ojos ante su pregunta.
—Papá, esa anciana estaba loca y su perro quería morderme.
—Era un chichuahua, Aitana.
—Un chihuahua que parecía estar endemoniado.

Dos noches atrás, regresaba del trabajo y me encontré con una anciana que paseaba a su perro, pero este, comenzó a ladrarme e intentó morderme, no me quedó más opción que lanzarlo al otro lado de la acera de un puntapié. La ansiada enloqueció y dijo que intentaba robarle sus pertenencias.

En fin, me arrestaron, pasé una noche en la jefatura y todo para que terminara en un simple malentendido.

—Deberías estar creando un historial crediticio, no un historial criminal, ¿no lo crees?
—Tal vez —me encogí de hombros—, pero no todos los días cumplo veintiún años.
—Eso puedo entenderlo, pero acabo de pagar una fianza con dinero que no tenemos y ahora también tenemos que pagar los gastos de restauración del auto.
—¿Hubieras preferido que bebiera en casa?
—¡Claro que no! —dijo horrorizado—. Ayer jugaron los Yankees y no iba a perderme el partido sólo por ir a ver si ya te habías arrojado por la ventana de tu habitación.

Ambos sonreímos.

—Dicho esto ... ¿Te divertiste? —elevó las cejas al darme un rápido vistazo.
—Creí que ibas a reprenderme como nunca antes en la vida.
—Y ese será un buen recuerdo para mi labor como padre. Ahora háblame de tu noche con esa loca compañera de trabajo que tienes —ladee mi sonrisa.

Papá era un hombre increíble, rara vez lo veía molesto, decía que la vida era sólo una y no iba a desperdiciarla con momentos amargos por mucho que la situación lo ameritara.

Había perdido su empleo como topógrafo, años atrás, la constructora para la que trabajaba se declaró en bancarrota y no pudo restablecerse económicamente. Meses después de ello, mamá murió debido a una embolia pulmonar, fue dolorosa su pérdida, y seguíamos intentando salir adelante sin ella.

Esa era una de las razones para que a mis veintiún años de edad siguiera viviendo en casa de mis padres. No quería dejarlo solo, a él y a mi hermano menor. Además de que hubo la necesidad de gastar mi fondo para la universidad en Nueva York, y lo habría logrado con una beca y un trabajo de medio tiempo, pero eso significaba abandonarlo con muchas deudas y no era capaz de hacerlo a pesar de que él me insistiera lo contrario.

Aunque no estaba perdida del todo, ya que estudiaba administración de empresas en la universidad que estaba cerca de casa, no era la mejor, pero era mejor que nada, además, también tenía un trabajo como recepcionista en un pequeño hospital de obstetricia, el cual, me ayudaba bastante a pagar los gastos, ya que mi paga por hora aumentaba por tratarse del turno nocturno.

De camino a casa, hablamos de mi alocada noche, papá se burló de mí en repetidas ocasiones, ya que, como lo había mencionado anteriormente, era una chica buena, a la que no le gustaba meterse en problemas, y a papá le resultaba muy gracioso imaginarme en un bar.

Mientras papá estacionaba el auto, yo tarareaba el final de una canción de Metallica en la radio, al finalizar, la locutora hizo mención de la hora y mi corazón dio un pequeño vuelco.

—¿Qué hora dijo que era? —fruncí el ceño al mirarlo.
—Las siete y cuarenta y cinco.
—¡Cielos! —salí disparada del auto sin esperar a que lo estacionara.
—¡Oye!
—¡Gracias por todo, papá! —le grité sin detenerme.

Con velocidad, entré a la casa y corrí escaleras arriba para llegar a la habitación de mi hermano, en ella, tomé sus binoculares de Jurassic World y me dirigí a la ventana.

Que ¿por qué estaba en la habitación de un mocoso de doce años?

Eso es fácil.

En mi habitación no tenía la vista de un chico de 1.80 de estatura, piel bronceada y tonificada, con un torso de ensueño y musculosos brazos, además de ser el pelinegro más guapo que hubiese existido en toda la faz de la tierra.

Ese era mi bendito vecino, quien todos los días a esa hora, ejercitaba su cuerpo en su habitación, y lo mejor de todo, era que lo hacía con el torso desnudo para mi deleitación.




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