El instituto Golden Huay había logrado sobrevivir y mantenerse en pie tras la dura batalla que se había suscitado dos años antes. Batalla en la que nuevamente el héroe fue Ajaw, con la diferencia que esta vez lo reconocieron como se debía en todo el mundo y fue sabida su labor. Además había dejado a sus discípulas para que continuaran su legado, al menos esa había sido su intención.
En el instituto, la directora y todo el comité trataban de reconstruir e invitar a los alumnos a no desanimarse, convenciéndolos que las fuerzas oscuras por fin habían sido destruidas y que nadie más les intentaría hacer daño.
Las bajas en los alumnos y en el mismo personal que trabajaban ahí fueron muy notorias. También contaban los decesos que ocurrieron durante la batalla que sin la oportuna intervención de Ajaw y sus discípulas, habrían sido muchas más.
Dentro de la reconstrucción se elaboró una estatua en honor al brujo que nuevamente les había librado del peligro de los brujos oscuros, dándole todo el mérito que merecía por sacrificar su vida para lograrlo. Cada año se pretendía hacerle un pequeño homenaje reviviendo su recuerdo, una acción muy noble para hacerlo inmortal.
Con todos estos baches, el instituto volvió a abrir sus puertas y se mantuvo vigente defendiendo su prestigio como el más importante en todo el mundo. Aumentando incluso su estatus entre los hechiceros por su valor al enfrentar a los oscuros.
—Este día nos honramos en recordar la valerosa batalla que vivimos hace dos años.—La directora estaba enfrente de toda la comunidad de hechiceros que se habían reunido para conmemorar el pasado.
—Durante mucho tiempo nos hemos visto asediados por la oscuridad y todos aquellos que la practican. Esos brujos que se creen dueños de la magia y de su alcance, tanto que piensan que tienen la autoridad de elegir quién si puede aprender y quién no.—Su mirada era firme y su voz muy convincente. Estaba claro que hablaba desde su corazón mostrando sus pensamientos reales.—Pero eso es una tontería, nosotros hemos sido tocados por la magia misma, ella nos buscó y nos dió estos excelentes dones que tenemos desde que nacimos. Es absurdo desear que los abandonemos únicamente por capricho de unos cuantos.
Las personas estaban muy atentas escuchándola, todos estaban vestidos de blanco que era el color elegido en ese día para conmemorar la magia que ellos hacían y representando la pureza con la que habían estado trabajando con ella.
Se habían reunido de muchos lados del mundo con la única intención de fortalecer lazos y unirse en un momento de crecimiento.
—El valor que han mostrado todos y cada uno de ustedes al enfrentarse a esos que se creían con el poder absoluto y que recurrieron a fuerzas más poderosas y oscuras para intentar matarnos. Ustedes usaron fuerzas igual de fuertes que vienen de cada uno de sus interiores, la fuerza de la voluntad, la esperanza y de corazones puros, que les hicieron no solo hacer frente si no ganar esa batalla.
En el evento también estaban cuatro de las cinco discípulas de Ajaw; Mona, Angy, Rachel y Luz. Todas ellas en puntos separados porque verse mutuamente era un recordatorio de su fracaso y de la pérdida de su querido maestro. Ni siquiera las dos hermanas estaban juntas, habían marcado una distancia entre ellas desde que Ajaw sacrificó su vida por la repentina actuación de Mona donde quedó vulnerable ante los brujos. Nadie del grupo le había perdonado esa actitud tan impulsiva que les hizo perder algo mucho más valioso que la propia batalla. Pero la peor culpa de todas la sentía la propia Mona que en esos dos años no había parado de soñar con ese momento, era una gran tortura lo que estaba pasando, tanto que no deseaba dormir ni pensar porque en todo eso, la culpa le hacía generar imágenes en su mente.
Tenía tantas ganas de llorar al recordar a su maestro y todo lo que vivió con él, pero no sé atrevía a hacerlo. Sacaba fuerzas de su interior para no llorar ni mostrar debilidad, al menos no en ese día.
Las cinco habían sido afectadas de la misma forma pero lo demostraban de maneras distintas. Algunas ni siquiera se tomaron la molestia de estar ahí para el homenaje de su maestro, mientras que otras se bañaron en lágrimas al recordar.
El evento estaba por terminar. La directora había terminado su discurso y pedía un aplauso para recordar a los caídos. Después caminó un poco al centro de la explanada y ahí liberó una cortina que tapaba una estatua de oro muy grande en homenaje a Ajaw, mostrando su figura en una posición de héroe.
Todos admiraron la belleza de dicha estatua y aplaudieron al verla. Incluidas las discípulas que se llenaron de emoción. Aplaudieron con mucha energía para reconocer el excelente trabajo.