País de Yrandor,
Capital Erasyl,
Palacio de las Luminarias,
Erasyl, era la capital del Reyno de Yrandor, la joya viviente, tallada a mano por los elfos a lo largo de incontables eras. La ciudad descansaba sobre la cima de un vasto acantilado que se alzaba como un coloso sobre el Mar de Ulvaeh. Desde la distancia, parecía flotar entre las brumas, bañada en una luz cristalina que emanaba de sus torres y calles pulidas como espejos. En cada amanecer, los rayos del sol atravesaban los cielos y se refractaban en las cúspides de las torres, proyectando arcoíris que danzaban sobre las olas y los valles cercanos.
La arquitectura de Erasyl, era un testimonio del ingenio y la delicadeza de los elfos de Yrandor. Las calles, pavimentadas con obsidiana negra y filigranas de plata, brillaban bajo la luz del día y reflejaban las estrellas durante la noche. Los edificios, altos y esbeltos, estaban esculpidos en una combinación de mármol perlado y cristal de Ulfurita, cuyas superficies atrapaban la luz y la transformaban en destellos de energía pura. Las fachadas estaban adornadas con intrincados grabados de flores, estrellas y constelaciones, recordando a todos los habitantes el legado celeste del pueblo élfico.
El corazón de la ciudad Capital era el Palacio de las Luminarias, un monumento que parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Situado en el centro exacto de Erasyl, el palacio se alzaba como una aguja resplandeciente que tocaba el cielo. Sus muros estaban hechos completamente de cristal de Arieta, una rareza única de las tierras de Yrandor, que irradiaba una luz dorada suave y cálida semejante a la luz del amanecer y el atardecer, incluso en las noches más oscuras. Durante el día, el palacio capturaba los rayos del sol y los transformaba en una cascada de colores que fluían por las calles circundantes, como si toda la ciudad respirara a través de su luz.
Dentro del palacio, el esplendor era aún más impresionante. Los techos abovedados estaban decorados con mosaicos hechos de gemas incrustadas, representando escenas de las leyendas antiguas: batallas contra criaturas celestiales, que según se decían habían descendido en Colosos de Hierro y fuego, la creación de los árboles cristalinos y los viajes de los primeros elfos por las tierras salvajes del Occidente de Alqualondë. Las columnas, eran infinitas y estaban esculpidas con formas de enredaderas y hojas, dando la impresión de que el palacio mismo era un árbol vivo que se extendía hacia el cielo.
El trono principal, conocido como el Trono de Crystal, se encontraba en el corazón del salón de audiencias. Forjado completamente de Ulfurita, emitía un resplandor helado, casi etéreo, que llenaba la sala con una calma solemne. Cada arista del trono estaba tallada con precisión, y en su respaldo se veía grabada la imagen de un águila de triple ala en vuelo, símbolo de la soberanía de Yrandor. Era allí donde los monarcas tomaban sus decisiones, rodeados por los ecos de las luces danzantes y el murmullo de las fuentes que bordeaban el salón.
Erasyl no era solo una capital, era una obra de arte viviente, una ciudad que resonaba con la magia de los elfos y la memoria de un pasado glorioso. Pero bajo su belleza impecable, se escondía una realidad más oscura: el peso de las ambiciones, las conspiraciones que susurraban en los rincones y las sombras que acechaban incluso en la luz más brillante. En el centro de todo, el Palacio de las Luminarias se erguía como un faro de esperanza y poder, aunque aquellos que caminaban por sus corredores sabían que su resplandor también podía cegar. Sin embargo, a pesar de su magnificencia, Yrandor era un reino asediado no por ejércitos marchantes, sino por la constante presión política, económica y diplomática de sus vecinos. Los Árboles de Ulfurita, Ametita y Arrieta, cuyas raíces profundas se entrelazaban con la tierra de Yrandor, eran más que símbolos de poder y prosperidad: eran un recurso codiciado, un tesoro que ningún otro reino en el mundo de Alqualondë podía igualar.
Estos árboles cristalinos, únicos en su tipo, no solo ofrecían una belleza sin igual, con sus ramas resplandecientes que brillaban como diamantes bajo la luz del sol; sino que poseían propiedades mágicas capaces de transformar a quienes los usaran. Su poder podía aumentar las capacidades mágicas de un individuo hasta niveles divinos, convirtiéndolo en un faro de poder entre su gente. Era un poder que los reyes y príncipes de otros reinos ansiaban poseer, y por ello, los ojos del mundo entero estaban siempre puestos en Yrandor.
Desde el este meridional del continente de Ublanthyr, los elfos Sylvaranae de Sylverthorn enviaban emisarios cubiertos de hojas y portadores de obsequios hechos de madera viva. Con su piel verdosa, que parecía absorber la luz del sol como las hojas de un árbol, y su conexión casi mística con los bosques, los Sylvaranae, buscaban establecer alianzas con Yrandor mediante tratados que prometían proteger sus fronteras a cambio de acceso limitado a los cristales. Sin embargo, bajo su aparente humildad se ocultaban intenciones de hegemonía, pues Sylverthorn había intentado en el pasado extender su influencia en la región.
Del norte helado venían los Altos Elfae de Syndrathiel y Aquilionarys, con su piel casi translúcida, de un blanco fantasmal que recordaba a la nieve perpetua de sus tierras natales. Majestuosos y fríos como su entorno, sus reyes y príncipes enviaban delegaciones que ofrecían promesas de alianzas matrimoniales, presentando a sus hijos como posibles consortes para los nobles de Yrandor. A menudo, llegaban cubiertos con ropajes de seda tejida con hilos de luz lunar, ofreciendo tributos en forma de joyas y artefactos antiguos que, si bien eran de valor incalculable, no lograban esconder su verdadera intención: asegurar el control de los cristales a través de la unión de sangre.
En el sureste árido, los Elfaranae de Varuhm, con su piel azulada como el cielo despejado, eran igualmente insistentes. Aunque menos sutiles que los demás, sus emisarios llegaban con caravanas repletas de especias, oro y armas. En sus tierras desoladas, donde el calor y el polvo dominaban, los cristales de Yrandor representaban una salvación mágica, un recurso que podía devolver la vida a sus áridos reinos. Pero sus métodos eran a menudo directos, y sus propuestas comerciales estaban acompañadas de amenazas implícitas de intervención militar si sus deseos no eran satisfechos.
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Editado: 19.01.2025