Sala de Iluminor,
Atrio principal del Palacio de las Luminarias,
La Sala de Iluminor estaba llena como pocas veces antes. El atrio, era una vasta cámara abovedada cuya cúpula de cristal permitía que la luz del sol entrara en cascadas doradas, resonaba con un murmullo constante. Los altos elfae y los consejeros de Yrandor ocupaban sus asientos en los estrados superiores, mientras que los representantes de los gremios, los líderes de las casas menores, y una multitud selecta de ciudadanos se agolpaban en los niveles inferiores, expectantes.
En el centro de la sala, de pie sobre un estrado rodeado de un aura de confianza, se encontraba Vaelthyr, Rey de Sylverthorn. Su porte era impecable, con una armadura ceremonial adornada con grabados en plata y verde esmeralda, que evocaban los vastos bosques de su reino. Cada gesto y palabra suya parecía calculado para inspirar respeto y admiración.
"Hábil y manipulador," pensó Aerith desde su asiento elevado, observándolo con atención. Había memorizado los consejos de su madre: observar, escuchar, y solo actuar cuando fuera absolutamente necesario. A su lado, su padre, el Rey Elandor, mantenía una expresión imperturbable, pero ella podía sentir la tensión que emanaba de él.
Vaelthyr alzó una mano, y el murmullo se desvaneció. Cuando comenzó a hablar, su voz se convirtio en un río sereno, fluyendo con cadencia y propósito.
—Altos elfae de Erasyl, nobles y dignatarios de Yrandor —empezó, inclinando ligeramente la cabeza como muestra de respeto—. Hoy vengo ante ustedes no solo como rey de Sylverthorn, sino como vuestro aliado y, si se me permite, como un hermano en espíritu.
Una pausa medida. Los murmullos de aprobación comenzaron a surgir entre algunos de los presentes.
—El mundo que compartimos —continuó Vaelthyr,— es un mundo de inmensa riqueza, no solo en recursos, sino en cultura, sabiduría, y esperanza. Pero todos sabemos que las amenazas externas e internas se ciernen sobre nosotros. La estabilidad de Yrandor y Sylverthorn está intrínsecamente ligada, como las ramas de un mismo árbol.
Aerith apretó los puños bajo la mesa, conteniendo el impulso de interrumpir. Sus palabras estaban cargadas de dulzura, pero ocultaban la amargura de su verdadera intención: un dominio compartido que erosionaría la autonomía de Yrandor.
—Por ello, os presento mi propuesta de alianza militar y económica —continuó Vaelthyr, extendiendo los brazos como si acogiera a todos los presentes—. Propongo que unamos nuestras fuerzas y conocimientos para proteger nuestros reinos y compartir las riquezas que la naturaleza nos ha otorgado. Entre ellas, la ulfurita, un recurso único que, manejado correctamente, puede asegurar la prosperidad de nuestras naciones durante milenios.
Un coro de murmullos se elevó nuevamente, esta vez con más intensidad. Los rostros de algunos altos elfae mostraban interés, incluso avaricia. Aerith pudo ver cómo los ojos de ciertos consejeros brillaban ante la mención de la ulfurita.
Vaelthyr continuó, aprovechando la reacción:
—No busco beneficio personal, como algunos podrían insinuar. Mi único deseo es la unidad y la fortaleza de nuestras tierras. ¿Por qué mantener las barreras entre nuestros pueblos cuando podríamos lograr tanto más juntos?
La audacia de sus palabras era desconcertante. Aerith no podía evitar admirar su habilidad para manipular a la audiencia, aunque sabía que sus intenciones no eran tan puras como las presentaba.
Finalmente, tras otro discurso calculado, Vaelthyr concluyó:
—Dejo esta propuesta en vuestras manos, confiando en vuestra sabiduría y vuestro amor por nuestro pueblo.
Cuando terminó, un aplauso resonó en la sala, pero no fue universal. Algunos se mantenían en silencio, analizando sus palabras con escepticismo. Entre ellos, Aerith notó a algunos de los altos elfae conservadores que su madre había mencionado.
"No todos están convencidos," pensó.
El Rey Elandor se levantó, alzando una mano para silenciar a la multitud. Su porte majestuoso y su autoridad natural hicieron que la sala se sumiera en un silencio absoluto.
—Vaelthyr, Rey de Sylverthorn —comenzó Elandor, su voz grave resonando en la cúpula—. Tu propuesta es ambiciosa, y no dudo de la nobleza de tus palabras. Sin embargo, la ulfurita es un recurso delicado, uno que no podemos manejar a la ligera. Mi consejo deliberará sobre tu oferta, como corresponde, con la prudencia y la reflexión que merece.
Vaelthyr inclinó ligeramente la cabeza, pero Aerith detectó el leve destello de descontento en sus ojos.
Mientras la sesión continuaba, el debate se encendió entre los miembros del consejo. Los conservadores argumentaban que compartir la ulfurita era una traición al legado de Yrandor, mientras que otros, más progresistas, veían la propuesta de Vaelthyr como una oportunidad para asegurar el poder económico del reino.
Aerith permaneció en silencio, como le había pedido su madre. Pero mientras observaba y escuchaba, comenzó a identificar patrones. Algunos de los consejeros que apoyaban abiertamente a Vaelthyr parecían sincronizar sus argumentos, como si ya hubieran discutido previamente sus posiciones.
"Conspiración," pensó Aerith, su mente trabajando rápidamente.
Mientras tanto, desde su asiento, la Reina Sylthera estudiaba la sala con una mirada de acero. Sabía que esta sesión pública era solo el principio. La verdadera batalla aún estaba por venir, y sería tanto de palabras como de acciones calculadas.
Aerith apretó los dientes. Si querían desenmascarar a Vaelthyr, necesitaban algo más que palabras persuasivas. Necesitaban pruebas, y ella estaba dispuesta a encontrarlas, aunque tuviera que enfrentar sola los peligros que esto implicaba.
Por su parte, su padre, el Rey Elandor continúo hablando, tejiendo con cautela su discurso para que resonara con autoridad y sabiduría, cuando Aerith se inclinó hacia él y Sylthera.
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Editado: 19.01.2025