Erasyl, capital de Yrandor,
Sala del Trono de las Luminarias,
1 dia despues de la sesion publica,
El murmullo de los asistentes llenaba la sala con un aire de expectación y tensión. Era un día de ceremonia, una en la que Aerith sería formalmente elevada como la Princesa de Yrandor, un reconocimiento que no solo consolidaba su posición como heredera legítima, sino que también significaba un gesto político de unidad tras el tumultuoso enfrentamiento en el consejo.
La Reina Sylthera observaba la escena desde el trono, su porte majestuoso y sereno como siempre, pero en sus ojos brillaba una chispa de satisfacción. A su lado, el Rey Elandor mantenía una expresión neutral, aunque su postura transmitía un apoyo firme hacia lo que estaba por suceder. Aquella ceremonia era más que una simple formalidad; era un mensaje claro para la corte y para cualquier otro reino que se atreviera a subestimar a la familia real de Yrandor.
Aerith avanzó por el atrio central de la sala, envuelta en un vestido de seda esmeralda adornado con filigranas de oro, los colores de su casa. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos, siempre llenos de un brillo calculador, observaban a cada uno de los presentes con cuidado. Entre ellos, los nobles y Altos Elfae que días atrás habían mostrado simpatía hacia las propuestas de Vaelthyr.
El silencio cayó sobre la sala cuando Aerith se arrodilló frente a sus padres. El Rey Elandor habló primero, su voz grave resonando por las paredes:
—Aerith, Hija mia, princesa de Yrandor, hoy te reconocemos no solo como nuestra primogenita, sino como nuestra digna heredera. Que todos los presentes sean testigos de tu sabiduría, fortaleza y devoción a nuestra tierra.
La Reina Sylthera se levantó entonces, tomando entre sus manos una diadema de oro blanco con un zafiro incrustado, símbolo de la casa real. La colocó con cuidado sobre la cabeza de Aerith.
—Y con este gesto —declaró Sylthera—, queda establecido que la Princesa de Yrandor no solo está destinada a gobernar, sino a proteger y guiar a su gente con astucia y honor.
El atrio estalló en aplausos, aunque no todos los rostros compartían la misma expresión de júbilo. Aerith se levantó, agradeciendo con una leve inclinación de cabeza, mientras los murmullos volvían a surgir entre la multitud.
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Ala este de la sala,
Desde su lugar en la sala, el Alto Elfae Faenrir observaba a Aerith con una mezcla de respeto y cautela. Había sido uno de los nobles que había caído en las redes de Vaelthyr, seducido por promesas de poder y una alianza estratégica que, en teoría, favorecería a su provincia. Pero lo que había presenciado en el consejo le había hecho replantearse muchas cosas.
Aerith había maniobrado con una habilidad que Faenrir no había esperado de alguien tan joven, más aún con las restricciones impuestas por su falta de consorte. Ella no había necesitado palabras ni discursos grandilocuentes; en su lugar, había utilizado las acciones de otros para desenmascarar la verdadera naturaleza de Vaelthyr.
Mientras Aerith caminaba hacia su lugar asignado junto a sus padres, Faenrir inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de respeto. Aerith lo notó y, por un breve instante, sus miradas se cruzaron. Ella no mostró emoción alguna, pero Faenrir entendió el mensaje:
"Sé lo que hiciste, pero también sé que puedes cambiar tu rumbo."
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En el centro de la sala,
Las repercusiones para los mienbros de Sylverthorn aún se sentían en cada rincón de la corte. Aunque Vaelthyr había logrado esquivar la trampa, su posición había quedado debilitada. Muchos nobles que inicialmente habían apoyado sus propuestas ahora se mostraban más reservados, dudosos de sus verdaderas intenciones.
—Fue ella, ¿verdad? —se escuchó decir a un noble, susurrando a su compañero mientras señalaba discretamente a Aerith.
—Sin duda. Ningún otro podría haber ideado algo tan preciso.
Las palabras corrían como el viento, y el nombre de Aerith empezaba a ser pronunciado con un nuevo respeto, mezclado con un leve temor. La joven princesa había demostrado que era mucho más que un adorno en la corte; era una estratega politica en formación, y eso la hacía peligrosa para aquellos que pensaban en desafiar a la corona.
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Sala Privada,
Ala Oeste del Palacio de las Luminarias
5 horas despues,
Cuando la ceremonia concluyó, Aerith se retiró a una sala privada junto a sus padres. El Rey Elandor, aunque orgulloso de su hija, la miró con seriedad
—Has dado un paso importante, Aerith, pero recuerda que los ojos de la corte están sobre ti más que nunca. Cada movimiento que hagas será analizado y, si encuentran debilidad, no dudarán en explotarla.
Aerith asintió, pero su expresión permaneció firme.
—Lo sé, padre. Pero también sé que con cada movimiento bien calculado, su temor crecerá más que su osadía.
Sylthera se acercó a su hija, colocando una mano sobre su hombro.
—Confía en tus instintos, pero no olvides que en esta corte, incluso las paredes tienen oídos.
Aerith miró a su madre y sonrió levemente.
—Lo sé, madre. Y precisamente por eso, sé que estamos ganando.
Mientras las puertas de la sala del trono se cerraban, los ecos de la ceremonia seguían resonando en la capital. Aerith había dado un paso adelante, no solo como princesa, sino como una figura que comenzaba a moldear el destino de Yrandor. En el fondo, sabía que este era solo el inicio de una larga batalla.
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Ala Sur del Palacio de las Luminarias,
Cámara de los Intrusos,
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Editado: 19.01.2025