Palacio de las Luminarias, Erasyl.
En el corazón del palacio de Erasyl, donde los jardines se extendían como un mar de esmeralda y las fuentes cantaban bajo la luz de la luna, un grupo de druidas se había reunido en el Salón de las Estaciones. Este era un lugar reservado para la comunión espiritual, donde los más sabios del reino buscaban respuestas en las fuerzas de la naturaleza y los cielos. Sin embargo, esa noche había un aire de inquietud que se sentía en cada rincón del lugar.
Alysara, aún afectada por su encuentro con el Elohe Único y Verdadero, se encontraba sentada en silencio mientras escuchaba las voces de sus compañeros. Habían pasado días desde su regreso, y aunque guardaba en secreto lo que había visto, no podía evitar notar que otros parecían compartir una inquietud similar.
El primero en hablar fue Eldarion, un druida de cabello plateado que llevaba siglos estudiando los movimientos de los astros.
—He observado anomalías en los cielos —dijo con voz grave—. Estrellas que cambian de lugar, constelaciones que parecen desvanecerse y reaparecer en posiciones desconocidas. Anoche, mientras meditaba, tuve una visión.
Todos los presentes giraron sus rostros hacia él, expectantes.
—Vi una figura cayendo del cielo, envuelta en un fuego extraño, como un cometa que atraviesa el firmamento. Y cuando tocó la tierra, no fue destrucción lo que dejó, sino un cambio profundo.
Alysara sintió un escalofrío recorrerle la espalda, la visión de su compañero druida le recordaba algo a la suta. Eldarion continuó, su tono más sombrío:
—Tras esa caída, vi un árbol, pero no uno como los que conocemos. Era cristalino, y de él surgían 50 ramas luminosas que se extendían hacia todos los rincones de Ublanthyr. Su luz era tan intensa que incluso las sombras más antiguas se desvanecieron.
La sala quedó en silencio. Las palabras de Eldarion resonaban con un peso similar al del mensaje que Alysara había recibido.
Otro druida, Calen, tomó la palabra. Su rostro estaba marcado por cicatrices, recuerdos de sus viajes a los lugares más recónditos del reino.
—Eso es raro, yo tambien he tenido visiones, diferentes, pero no menos inquietantes. He visto una figura cubierta por una armadura que no pertenece a este mundo. No es ni de acero ni de bronce, sino de un material que no puedo describir. Esta figura estaba al lado de una mujer de cabello plateados, y creo que era la princesa, y juntos caminaban hacia el este. Pero no iban solos: detrás de ellos, vi 50 estrellas que brillaban intensamente, como un ejército de luces que los seguía.
Alysara se mantuvo en silencio, pero su mente estaba en tumulto. Cada palabra que escuchaba parecía estar entrelazada con su propia experiencia, como si estas visiones formaran parte de un destino común.
—¿Qué significa esto? —preguntó finalmente una druida joven, llamada Lythien—. ¿Es un presagio de peligro o de esperanza?
Eldarion suspiró, su mirada fija en el cielo visible a través del techo de cristal del salón.
—No lo sé con certeza. Pero lo que es claro es que algo está en movimiento, algo que cambiará no solo Ublanthyr, sino quizás todo el mundo conocido.
Alysara apretó los labios. Sabía que había una verdad más profunda detrás de estas señales, una verdad que aún no podía compartir. Pero, en su interior, una certeza comenzaba a formarse: el mensaje del Elohe Único y Verdadero no era solo para ella. El destino de Yrandor estaba escrito en los cielos, y las señales eran solo el principio.
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Palacio de las luminarios, Sala del Consejo,
En la sala del consejo, iluminada por candelabros de plata y rodeada por tapices que narraban las grandes gestas del pasado, los nobles de Yrandor se habían reunido. La inquietud se reflejaba en sus rostros, marcados por siglos de intriga y política. La reciente reunión de los druidas y los rumores sobre extrañas señales en los cielos no habían pasado desapercibidos.
El conde Therion, un elfo de porte imponente y voz profunda, rompió el silencio:
—Hablan de visiones y astros en movimiento. Los druidas siempre han sido sabios, pero, ¿no podrían estas señales ser interpretaciones exageradas de fenómenos naturales?
Lady Calyara, cuya astucia política era conocida en toda Erasyl, alzó una ceja.
—¿Exageraciones? —dijo con tono ácido—. ¿Y qué me dices de los sueños? Anoche, mi prima me escribió desde las costas de Leryndor. Soñó con un árbol cristalino que ardía con luz, pero no se consumía. Desde sus ramas brotaban luces que cruzaban el cielo como flechas. ¿También dirás que es una coincidencia?
Un murmullo recorrió la sala. Era sabido que, cuando los nobles más pragmáticos comenzaban a prestar atención a los sueños y las señales, algo grande se avecinaba.
Lord Eryndal, un anciano cuyo conocimiento de las antiguas profecías era vasto, intervino con voz serena:
—Hace mucho, en los días oscuros de la Gran Escisión, se habló de un presagio similar. Las estrellas cambiaron su curso, y un nuevo linaje surgió de la unión de dos fuerzas opuestas. No descarto que lo que estamos presenciando sea un eco de aquello.
—¿Un linaje? —interrumpió Therion, frunciendo el ceño—. ¿De quién y para qué?
Eryndal inclinó la cabeza, como si sus palabras fueran tan frágiles como la porcelana:
—Los textos no son claros. Hablan de una figura que caerá del cielo y cambiará el destino de nuestra gente. Pero no está escrito si ese cambio será para nuestra gloria o nuestra ruina. Hay que recordar también, que hubieron seres que descendieron del cielo en Barcos extraños de hierro y fuego, que descendieron a nuestro mundo y fueron presagio de ruina.
El silencio volvió a llenar la sala. Los nobles compartieron miradas preocupadas, mientras las palabras del anciano se asentaban en sus mentes como semillas en suelo fértil.
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Editado: 19.01.2025