Akhen y Ruth: Una historia agridulce (lhdld #0.5)

Parte 1. ¿Eres tú mi príncipe azul? (II)

Su risa resultó ser como un coro de ángeles celestiales que consiguió, sorprendentemente, relajar de golpe toda la tensión que atenazaba el cuerpo de la rubia joven. Sin embargo, no podía evitar seguir sintiéndose muy avergonzada; por lo que, cuando le preguntó su nombre, se limitó a devolverle el gesto y estrechar su mano, a la vez que lo observaba desde detrás de un flequillo rubio y despeinado. Tampoco pudo evitar que una tímida sonrisa asomara de inmediato a sus labios.
–Sí –suspiró–. Esa soy yo... y tras una breve pausa, añadió–. ¿Así que... tú eres del que tanto había oído hablar?
La sonrisa de Ruth se ensanchó sin querer a la vez que, mientras creaba una discretita barrera en su mente –hasta donde llegaba su habilidad para ello–, lo observaba con más atención. Su cabello era de un rubio dorado y caía en suaves ondas alrededor de sus orejas. Un rebelde flequillo apenas conseguía tapar una mirada azul oscura y profunda como un mar en calma. La joven se estremeció. Jamás había sentido nada similar por nadie... Y, aunque sospechaba lo que podía significar... debía confesar que la aterró el mero hecho de contemplar aquella posibilidad.
Y lo que podía suponer.
 

* * *

–Ese soy yo– señaló, usando la misma fórmula que ella segundos antes, y se retiró el cabello de la cara, se le estaba secando y las ondas no eran precisamente obedientes e iban por libre.

Había optado por no preocuparse demasiado, ¿qué ganaba con ello? Cuando recuperó su mano se dio cuenta que Ruth lo estaba mirando y una parte de él sintió deseos de dejarla donde estaba, acariciando aquellos dedos tan cálidos. Se maldijo interiormente y observó la magnificencia a su alrededor: los Hijos de Júpiter tenían unas vistas estupendas, sin ningún género de dudas. Quizás aquel fuera un buen tema para hablar con la chica a su lado e ir conociéndola.

–Este sitio es increíble– señaló, dejando que su mirada bebiera de todo lo que había a su alrededor–, es lógico que me haya desorientado –y soltó una nueva risita, que aprovechó para acercarse un poco más a la muchacha de inmensos ojos azules y hacerle una confidencia–. ¿Sabes una cosa? Mis padres me estaban dando el sermón para que no me perdiera, o algo así, y es justo lo primero que hago. Menudo desastre.

Su progenitor era un gran orador que se podía pasar una hora riñéndolo por algún «comportamiento inadecuado» sin apenas repetirse y su madre... Bueno, ella formaba dramas por cualquier cosa y Akhen solía ser el motivo. Cuando era más joven, esas cosas le dolían, a fin de cuentas, sentía que no estaba a la altura de sus expectativa; ahora era él quien decidía y, mira por donde, quería un matrimonio ventajoso. Nada tenía que ver que quisiera demostrarle a sus padres que podía ser el mejor, nada de nada.

* * *

«Ay... madre... mía» fue lo primero que pensó Ruth en cuanto se acercó tanto a ella. Sin embargo, aguantó estoicamente mientras él susurraba sobre su oído para, acto seguido, apartarse con discreción, un ligerísimo carraspeo y un floreo de caderas, adelantándose hacia la galería que se abría frente a ellos. Akhen tenía razón: las vistas de la fortaleza eran impresionantes allá donde se pisara. Aquella galería daba directamente a la playa del Mar de la Niebla, donde atracaban los pequeños botes de remos y lanchas de madera cuando tenían alguna visita de «allende los mares». Suspiró: nunca había salido de Ávalon... Y le encantaría. 
Pero no era el momento de pensar en aquello. 
–Sí, es cierto. Las vistas son espectaculares –admitió mientras se apoyaba sobre la balaustrada de piedra–. Podemos saber quién entra y quién sale de aquí sin ningún problema.
La frase iba con un significado implícito y sin volverse, la bruja focalizó un nuevo pensamiento en su mente, libre totalmente de barreras. «Y mis pretendientes han salido todos con el rabo entre las piernas». No estaba segura de si lo había escuchado pero, por un instante, estuvo tentada de utilizar... «su otro poder». Ese que se consideraba un signo de abuso y de falta de respeto por otros miembros de la Comunidad Mágica pero con el que, no obstante, nacía todo Hijo de Júpiter. El poder de hacer que te obedeciesen.

Por un momento, Ruth deseó darle una lección de humildad a aquel presuntuoso y, lentamente, giró la cabeza con esa idea fija en la mente. Si hubiese podido, le hubiese añadido fluorescencias mentales para asegurarse de que Akhen Marquath lo viese y supiese con quién se la estaba jugando. Los Hijos de Júpiter estaban en lo alto de la pirámide jerárquica de los magos y ni siquiera el hecho de ser la hermana pequeña de Morgana Derfain la iba a privar de esa pequeña ventaja. 
Sin embargo, en cuanto sus miradas se cruzaron, un escalofrío recorrió su espalda de punta a punta. Una sensación extraña en la que se entremezclaban dos intuiciones. Una, que aquel hombre solo era otro pretendiente más que buscaba su fortuna y posición a toda costa. Y la otra que, en el fondo, Akhen Marquath estaba genuinamente interesado en ella.
Confundida, Ruth giró la cabeza con brusquedad, enfocando de nuevo el mar azulado que se extendía hacia el horizonte neblinoso mientras se abrazaba el cuerpo con los brazos, como si tuviese frío. Pero lo cierto es que no hacía una mota de brisa.
 



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En el texto hay: new adult, romance, magia y amor

Editado: 18.01.2023

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