Akhen y Ruth: Una historia agridulce (lhdld #0.5)

Parte 2. "Reencuentro en Tribec" (I)

Akhen abrió los ojos muy temprano esa mañana, tanto que ni siquiera había amanecido cuando se levantó de la cama para abrir las ventanas y dejar que el aire de aquella hora penetrase en su alcoba. Se estiró y bostezó; llevaba días de mal humor y los pensamientos negativos no hacían más que acosarlo cuando menos se lo esperaba. De ahí que se quedase completamente quieto y reflexionando hasta que el sol lo golpeó en pleno rostro. Se volvió, molesto, y se metió en el baño para asearse. Salió con el cabello goteando y del mismo humor fúnebre con el que había entrado.

El pantalón de pijama azul marino era la única prenda que vestía, de manera que cuando se observó en el espejo de cuerpo entero para ver si llevaba el cabello a su gusto. El pentáculo negro destacaba sobre su piel clara. A pesar de que el lugar elegido, el pectoral izquierdo, había resultado una apuesta arriesgada, se había acostumbrado a aquel símbolo que lo catalogaba como mago adulto. Lo observó un segundo y se dijo que ya estaba bien de lamentarse por cómo se había sentido en Ávalon, junto a los Derfain. Lo habían tratado como si no tuviera voz ni voto, como si su opinión fuera menos que irrelevante. Entendía lo importante que sería casarse con Ruth y en qué buen lugar quedarían los Marquath, pero no podía evitar sentirse herido. A fin de cuentas, lo habían tratado justo como Ruth odiaba ser tratada. Esperaba que ella...

Negó con la cabeza, ¿qué debería de haberle dicho, que no era ganado? Lo único que había hecho al salir había sido quedarse callado y reflexionar; solo había intercambiado miradas con ella antes de que el señor Derfain dejara claro que era ella quien elegía y que él solo podía aspirar a ser un pelele.

Apretó la mandíbula, ¿Ruth también lo veía así? ¿Era solo una vía para escapar de Ávalon? En defensa de la muchacha podía decirse que él no había pensado en ella como algo más que un mero instrumento hasta que la había conocido en persona, pero dolía. Porque se habían besado, porque parecía estar a punto de haber algo bueno entre ellos.

«Suficiente», se censuró, y decidió bajar a desayunar; quería hablar con su padre de algunos asuntos y, de paso, que lo volviera a amonestar por no haber conseguido el compromiso la noche de la presentación.

«Al cuerno el desayuno». Bajó las escaleras a toda velocidad; si su padre quería echarle el sermón de buena mañana, cuanto antes mejor. Esquivando sirvientes y obviando sus comentarios abrió la puerta del despacho de su progenitor sin preocuparse por su atuendo. No solía recibir a las visitas en aquella estancia revestida de madera, así que poco importaba que llevara el torso desnudo. O eso pensaba él; porque en cuanto traspuso el umbral se sintió cohibido, pues dos mujeres acompañaban al cabeza de familia: una castaña, que llegaría a ser la dueña de todo Ávalon y una rubia que quizás fuese su prometida próximamente.

Abrió los ojos como platos y casi pudo oír los engranajes del cerebro de su padre poniéndose a trabajar. Lo más sensato sería haberse disculpado y haberse marchado; pero, teniendo en cuenta que los Derfain pensaban en él como una mercancía, ¿por qué no dejar que la examinasen antes de llevársela?

—Ruth, Morgana, qué agradable sorpresa —cerró la puerta a su espalda y se metió las manos en los bolsillos del pantalón de seda, mostrando el estómago tonificado y los bíceps, relativamente marcados por el ejercicio físico.

* * *

«Señor Marquath, quisiera disculparme...» No. «Señor Marquath, le ofrezco mis más sinceras... Ufff».

Ruth gruñó y enterró la cara entre las manos con disimulo, mientras caminaba junto a su hermana por las calles de Tribec. Rodeada de edificios amarillos, marrones y verde lima, sobre cuyas fachadas iban y venían diferentes especies de primates –los animales totémicos de Mercurio– iba dándole vueltas y más vueltas al motivo de su presencia en aquella ciudad, sin llegar a una conclusión satisfactoria.

Después de la escena con los Marquath en la que aceptó "comprometerse" con Akhen sin boda a corto plazo y vista la reacción de aquel diplomático con ínfulas y su esposa "me-han-metido-algo-alargado-por-el...", la señora de Ávalon había tratado de hacer entrar en razón a todos. Gregor, por suerte para Ruth, no había tenido ni voz ni voto en aquella reunión familiar; pero, igualmente, se había llegado a la conclusión de que, a pesar de que los Marquath eran sus vasallos, debían mantener una relación cordial y adecuada con ellos ya que era una de las familias más influyentes de la isla.

La joven princesa rubia sacudió la cabeza con un gesto de burla retorciendo su rostro en cuanto recordó toda aquella sarta de idioteces. Morgana giró ligeramente la cabeza en su dirección, pero no dijo nada. Sabía que aquel era un mal trago para Ruth; pero, como esta también sabía perfectamente, era necesario.

El hogar del embajador se encontraba cerca del palacio de gobierno de Tribec, a apenas dos calles de distancia; pero, a pesar de ser más pequeño, era infinitamente más ostentoso. Ruth tragó saliva. Su opinión sobre aquella familia se reforzaba a cada paso que daba. De repente, pensé en el único que no había opinado al respecto: Akhen. La joven había dado por hecho que quería estar con ella, que sus planes coincidían, pero... No había sabido nada de él desde que abandonó Ávalon. Y no sabía si eso era bueno... u horriblemente malo.

Al entrar, un criado tan estirado como sus jefes las invitó a pasar al calor del hogar. En el exterior, el otoño ya empezaba a refrescar, de ahí que Morgana y Ruth vistieran ya capas sin mangas. El criado las tomó en sus manos antes de conducirlas al despacho donde el padre de Akhen Marquath las esperaba.

La bienvenida fue cálida... Demasiado para el gusto de Ruth. Daba la impresión de que las sonrisas que le dirigía aquel hombre rebosaban... Falsedad. La joven suspiró. Tenía que conseguir su "perdón" o lo que fuera para que todo saliese bien. Pero, ¿a qué precio?



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En el texto hay: new adult, romance, magia y amor

Editado: 18.01.2023

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