Akhen y Ruth: Una historia agridulce (lhdld #0.5)

Parte 3. "No es oro todo lo que reluce" (Parte I)

—¡Yia! ¡Yia!

El grito de Ruth resonó en aquel bosque con la misma desesperación que su cuerpo atesoraba desde que había empezado aquella loca huida. Gracias a haber aprovechado las eternas clases de equitación junto a Morgana, sus talones se clavaron con pericia en el punto exacto para que la montura acelerara el paso hasta un ritmo poco menos que vertiginoso.

El nombre de Morgana le trajo a la mente el fatídico momento: nada más llegar de Tribec y bajar del barco, ambas felices y cómplices en lo bien que iban las cosas entre Akhen y Ruth, sus padres habían bajado a la playa a recibirlas. Aquello debió poner a la más joven sobre aviso; pero, dada la emoción por haber conocido al hombre más maravilloso del mundo, no cayó en la cuenta de que algo no iba bien hasta que no llegaron al salón del trono y Ruth vio a aquel hombre erguido frente a Gregor. Su terror se acentuó cuando cerraron las puertas tras ella y le presentaron, con mucha pompa, al que iba a ser su "futuro marido. Sin discusión".

Decir que el mundo de la joven princesa se hundió en ese instante sería quedarse corto, pero su recato y educación le impidieron desmoronarse hasta que no estuvo a salvo en su dormitorio. Por lo visto, aquel era un amigo íntimo de Gregor, de muy buena familia y muy recomendado por él. Los señores de Ávalon, cansados ya de dar tantas vueltas con el matrimonio de su hija menor, habían decidido zanjar el tema de una vez por todas... aceptando casarla con él a la mañana siguiente. Sin invitados, sin boato... ¿qué más daba?

Pero la sorpresa llegó cuando, sobre las dos de la madrugada, Morgana se coló en el dormitorio de Ruth y sin, dejarla hablar, le expuso su plan: ropa, dinero y un caballo esperando en los establos.

—Corre, Ruth —la instó cuando estuvo subida a la silla—. No mires atrás. Coge un barco donde puedas y márchate de aquí.

—¿Por qué haces esto? —preguntó la otra mujer.

Y Morgana, con emoción contenida, dijo:

—Porque te mereces ser feliz.

No le aconsejó ir a ver a Akhen, sin embargo. No dudaban de él, pero sus padres eran otro cantar. Y Ruth debía pasar lo más desapercibida posible. Así que la fugada galopó en medio de la noche, confiando en su buena suerte, en el amuleto que Akhen le había regalado y que seguía llevando colgado del cuello, debajo del chaleco de piel, y en la visión de aquella yegua joven y fogosa.

Al filo del amanecer, Ruth había llegado a Marenn y comprado un pasaje para la montura y para ella. No le importaba el destino. Sin embargo, cuando llegó a las Tierras Lejanas, pensó que el destino realmente quería darle otra oportunidad. El bosque por el que galopaba en ese instante, a pesar de no tener senderos visibles, no era especialmente espeso y facilitaba la visibilidad. Las hayas y los robles se entremezclaban a su alrededor creando un conjunto muy bello. Algo que se interrumpió a escasos metros de distancia.

Ruth no vio la trampa alzarse y, para cuando lo hizo, la yegua ya se había levantado de manos, arrojándola al suelo. Cuando se repuso del golpe, la joven vio con espanto cómo una criatura de dos metros de altura, piel gris azulada y grandes colmillos, hincaba un machete en el cuello del desdichado animal, matándolo en el acto. Sin poder evitarlo, Ruth gritó, atrayendo su atención sobre ella.

Un ogro.

—Vaya, vaya... —murmuró, con su voz gutural—. Qué precioso aperitivo tenemos aquí...

Aterrada, la mujer trató de retroceder, pero otros dos congéneres suyos aparecieron entonces de entre los árboles y la sujetaron por los brazos. Rabiosa, ella conjuró una bola de rayos en su mano derecha y se la lanzó al tercero, que ya se aproximaba enarbolando el gigantesco cuchillo. Sin embargo, cuando los rayos impactaron en su piel, aunque le arrancaron un aullido de dolor, parecieron irritarlo más todavía. De dos zancadas, llegó a la altura de su prisionera y la tomó por la barbilla con sus manazas, obligándola a levantar la cabeza a la vez que el filo del arma se depositaba junto a su yugular izquierda.

—Pero si tenemos una brujita rebelde por aquí... —murmuró junto a la nariz de la interpelada, haciéndole contener las arcadas por su mal aliento—. Disfrutaré despellejándote...

Pero se interrumpió en cuanto, a escasos metros, resonó una voz de hombre, autoritaria y que a Ruth la dejó helada en el sitio.

* * *

Que Akhen acompañase al señor Marquath durante sus viajes era algo relativamente normal. A veces realizaba alguna transacción en solitario, pero no era lo habitual; de ahí su sorpresa cuando su progenitor le pidió que fuera hasta las Tierras Lejanas para hablar con quienes él tildó de "posibles aliados estratégicos". Se hubiera negado, por todos los Dioses: ¿su padre había perdido el juicio o es que nunca lo había tenido? Pero, después de haber dejado dos cuentas abiertas en sendos locales de la ciudad y tras su "intolerable comportamiento" con las Derfain, no podía más que transigir con lo que el viejo quisiese. Por ello, ataviado con una túnica y una capa de viaje y unos pantalones de colores grisáceos, había partido hasta el encuentro.

Se pasó el viaje taciturno y molesto, había conseguido –o al menos eso parecía– el compromiso con Ruth y su progenitor seguía sin estar contento. Se encogió de hombros: empezaba a estar harto de sus padres, cada día los aguantaba menos. Estaba a punto de cumplir los treinta y nada de lo que decidiera o hiciera les parecía bien. Apretó la mano convertida en un puño. Lo único que los Marquath habían hecho bien había sido elegir a la joven Derfain como prometida para él, pues la chica le gustaba bastante, pero el resto de su comportamiento como padres había sido lamentable. Si al menos hubiera tenido un hermano o una hermana habría tenido algo que compartir con ellos, pero siendo hijo único todo aquel dolor había tenido que gestionarlo en solitario.

«Mejor no pensar en ello».



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En el texto hay: new adult, romance, magia y amor

Editado: 18.01.2023

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