Su reacción no pilló a Ruth por sorpresa, aparte de que entendía perfectamente cómo se sentía. Manipulado, utilizado... Y, sí, dicho alto y claro: ¿en qué pensaba su padre para hacer esa clase de cosas?
«Bueno, técnicamente la mayor parte de culpa la tiene Gregor», rezongó para sus adentros. «Esas ganas locas que tiene de controlar la vida de todo bicho viviente que se ponga en su camino...»
Miedo le daba el día que se hiciera con Ávalon. Pero, con un poco de suerte, esos tarados que tenía por padres vivirían muchos años antes de que eso sucediera.
Le hizo gracia cuando, mezcla de alcohol y analgésico probablemente, Akhen manifestó su intención de dejarle bien claro a Artorius Derfain lo que pensaba de él. Ruth lo observó con ternura. Jamás, y ya iban dos veces las que se percataba de ello en los últimos días, en que alguien se preocupaba tanto por ella, por lo que ella realmente pudiese querer o desear. Un pensamiento acudió entonces a su mente; pero, dentro de su estado de incredulidad por la escena que estaba presenciando, consiguió reprimirlo. Aún era demasiado pronto para pensar en esos términos... o eso quería creer.
La luz del candil que había estado encendido desde que llegaron iluminó su torso desnudo mientras se apoyaba en la pared, botella en mano. Pero cuando, después de aquel trago, murmuró lo de que hoy estaba más guapa que nunca, Ruth sintió cómo algo se deshacía definitivamente en su interior, a la vez que una férrea resolución invadía su mente. Era muy guapo, amable y, además, parecían compartir la misma ansia de libertad de la vigilancia de sus progenitores. Por primera vez, la princesa sintió algo muy fuerte que no supo describir, pero que le hizo pensar dos frases muy concretas.
«Al cuerno mis padres. Al cuerno mi reputación».
Sí, que le dieran a su dote y al protocolo. Por primera vez en su vida, Ruth estaba segura al cien por cien de lo que quería hacer, de cuál era el siguiente paso. Quería tomar el mando de su vida y las riendas de su futuro. Quería amar libremente: sin obligaciones, sin matrimonios forzosos y dónde, cómo y cuándo ella lo decidiese.
Claro que antes de eso quizá debería... ¿o no? Bueno, por tantear no perdía nada.
«Y», pensó, «esos deseos en alguien de mi edad son de todo menos raros. Lo raro es lo mío...»
Por lo que, en cuanto le dijo aquello, Ruth se levantó, se aproximó a él, pasó una mano por detrás de su nuca, con la otra le robó la botella para dar un trago y acto seguido lo besó con toda la pasión que su cuerpo aullaba por sacar a relucir. Sin embargo, antes de que pudiese pasar nada más, la joven se retiró ligeramente y murmuró, entre beso y beso:
—Está bien, Akhen. Basta de juegos y tonteos. Los dos sabemos lo que queremos... y ya somos mayorcitos para tenerlo —su pensamiento voló hacia la frase prohibida; pero, llena de valentía, se arriesgó: «nunca he hecho esto, nunca he estado con un hombre. Pero eso se acabó. Te deseo a ti». Y, posteriormente, con un escalofrío, concluyó—. Así que ya puedes hacerme tuya porque no me voy a resistir.
* * *
Recibir una bofetada no le habría sorprendido; a fin de cuentas, estaba metiéndose en terrenos más que farragosos. Lo que sí lo dejó de piedra fue que ella le arrancase la botella de las manos, bebiese y colocara sus labios sobre los suyos de aquella manera tan poco casta. Los dedos de la chica enredándose en su cabello hicieron que una descarga eléctrica recorriera su cuerpo de arriba a abajo y lo dejaran allí plantado, intercambiando besos llenos de fuego con la Hija de Júpiter. Oficialmente, no entendía a Ruth Derfain, pero no le importaba, a la vista estaba lo que ambos deseaban. Los besos se sucedieron un poco más hasta que ella soltó la bomba.
No solo quería acostarse con él, lo que para Akhen ya era más que suficiente, sino que también quería que él fuera el primero con quien compartir lecho. La impresión de saber que aquella chica tan hermosa nunca hubiera llegado al final con nadie, así como la responsabilidad de ser él quien se encargase, hizo que su cabeza chocase con la pared a su espalda. No era gracioso, para nada, pero la situación vista desde fuera debía serlo, pues lo único que hacía el Hijo de Mercurio era sorprenderse y golpearse, todo en uno. Se pasó la mano por la coronilla, justo donde se había golpeado y observó a la muchacha, seria y decidida frente a él.
«La cosa va en serio», pensó mientras sondeaba la mente abierta de Ruth y todas sus reflexiones.
—Ruth —dijo, totalmente lúcido gracias al golpe que había separado sus labios de los de la joven Derfain—, tienes que pensarlo bien: esto no es algo que deba hacerse a la ligera. Debería ser un momento bonito, sobre todo para las chicas —y su mano acogió la que ella tenía libre pues sujetaba la botella en la contraria—. No me malinterpretes: estoy deseando estar contigo así, pero te va a doler y, ...no quiero que me odies por habértelo hecho yo.
Completamente seguro de que no mandaba ningún pensamiento inconsciente recordó su primera vez. Tenía dieciséis años, ella dieciocho y fue un desastre. Había aprendido muchas cosas desde entonces y a lo largo de los años, hacía unos cuantos ya, se había enfrentado a situaciones similares, aunque nunca con una mujer de casi treinta años. Ruth era tan inocente... No quería hacerle daño, pero si ella insistía...
Sus dedos se enlazaron ahora en su mejilla, levemente acalorada por lo que estaban haciendo. Acunó su rostro con ternura y la miró a los ojos, enviándole un único pensamiento, tan claro como el cristal:
«Me gustas muchísimo, pero no quiero precipitarme; solo lo haremos si estás segura».
Cuando sus lenguas se encontraron de nuevo, el sabor del alcohol se colaba ahora con más intensidad entre las brumas del deseo.
* * *
Cuando se separó de ella, Ruth se sintió algo decepcionada, pero lo que no pudo fue camuflar la sorpresa de su rostro cuando él habló. Sí, por supuesto que quería estar con ella, pero no quería hacerle daño. De nuevo se preocupaba por su bienestar y, no estaba segura de si era su intención, pero lo único que consiguió fue reforzar su visión de él. Si se hubiese tratado de cualquier otro pelele dispuesto únicamente a casarse con una princesa de Ávalon, estaba segura de que se hubiese lanzado sobre ella sin miramientos. Pero no era el caso. Ella le había ofrecido su virtud y tenía claros los motivos. Sin embargo, sabía que él se merecía saber la verdad al completo. Si se preocupaba por ella, debía entender todo lo que la llevaba a aquello. Y Ruth necesitaba que entendiese que no era simplemente un arrebato pasional.