—Es un lugar bonito —manifestó, encogiéndose de hombros como si aquello pudiera explicar esa fascinación que sentía por aquel lugar. Le parecía hermoso, lleno de misterio, era una especie de amor incondicional, como si la guapa Hija de Júpiter también hubiera sido sustituida en su corazón por aquel trozo de paraíso. Negó con la cabeza, sopesando la idea que se le había ocurrido antes, pensando cómo insertarla en aquel contexto en concreto. En realidad, le parecía una maldad innecesaria, pero no estaba siendo ni por asomo tan maleducado como esperaba ser. Frialdad, ante todo, no era un lema que le pegase mucho, pero de él había hecho su sayo y a él se aferraba con todas sus fuerzas, aunque el colgante no hacía más que llamar su atención. Ella lo llevaba puesto cuando…—. Así que tardaste un año en descubrir que yo no había tenido nada que ver con la recompensa que pedían por ti —maldición, su lengua estaba siendo más rápida que su pensamiento y eso no era normal en él, pero el dichoso dije le había recordado tantas cosas que la escarcha que cubría su rostro empezaba a descongelarse, siendo sustituida por ira líquida—. ¿Te hicieron falta pruebas para exonerarme? Porque bien pocas necesitaste para decidir mi condena. Dioses —hundió el puño en la arena y soltó una amarga carcajada, ya no había vuelta atrás y él lo sabía—. Un año, Ruth; un año pensando que yo había hecho aquello. Durante un año pensaste que yo había sido capaz de algo así, un año odiándome…
* * *
Su última acusación, aunque fuese la cruda realidad, Ruth la acusó con toda la ira que impregnaba aquellas palabras. Escondiendo las manos en el regazo, apretó los puños, tratando por todos los medios de no perder la compostura. Sí, se había comportado como una completa tarada y saber, tras aquel trágico suceso que la hizo volver a Ávalon, que su padre y el de él habían tejido una tela mucho más intensa de lo que aquel cartel pretendía demostrar, solo había conseguido que, en aquellos dos años, por las noches, cuando por fin dejaba de estudiar y caía en su cama, Ruth tardase horas en dormirse a causa del llanto.
«Estúpida…»
¿Cuántas veces a lo largo de aquel tiempo se lo había repetido, igual que si aquel adjetivo fuese un muro de hormigón contra el que golpearse la cabeza, como si aquello aliviase su dolor? Había actuado mal, le había podido el terror de sentirse perseguida y engañada, como si detrás de cada esquina en Puerto Calea fuese a asomarse un espía de su padre y a llevarla a rastras ante él, obligándola a casarse por la fuerza. ¿No se suponía que el matrimonio entre los magos era una declaración de amor y no una obligación ni un contrato vinculante?
Ruth sacudió la cabeza. ¿Qué más daba todo aquello? Le dijese lo que le dijese, ahora estaba casi segura de que Akhen no la perdonaría jamás y que estaba haciendo el ridículo más espantoso de su vida. Y, sin embargo, no fue capaz de levantarse e irse. Algo en su interior la impelía a continuar. Pasara lo que pasase.
—Si no quieres perdonarme lo entiendo —la voz de Ruth se quebró un instante sin que pudiera evitarlo y se obligó a respirar hondo; fundamentalmente, para seguir manteniendo a raya las lágrimas de dolor y vergüenza que amenazaban con desbordar sus párpados. Solo le faltaba eso para parecer la criatura más patética del planeta—. Y creo que yo también hubiese reaccionado así si alguien me hubiese hecho lo que yo te hice —había pensado cada día de su vida en él desde que se separaron, pero sabía que sonaría a excusa pobre el hecho de decírselo. Aun así, había algo que sí que quería que supiese y que le quemaba en el alma, haciendo que el esfuerzo para no derrumbarse tuviese que redoblarlo. Algo que, por desgracia, no consiguió del todo—. Y, ¿sabes lo peor de todo? De lo que más me arrepiento es de no haberte dicho cuanto te amaba la noche que te entregué toda mi vida –sollozó sin quererlo—. Y maldita sea ¡porque lo sigo haciendo! Y no he dejado de hacerlo desde el día en que te perdí por mi estupidez y mi maldito orgullo. ¡Lo siento! ¿De acuerdo?
Sus últimas dos frases fueron casi un grito desesperado y, además, en aquel momento no pudo reprimir por más tiempo el llanto y apartó la vista, a la vez que se levantaba y le daba la espalda. Debería haberse ido y lo sabía. Estaba montando una escena. Pero sus pies se negaron a ir más allá, mientras sus ojos desbordaban todos los remordimientos que llevaban consumiéndola tanto tiempo.
—Sé que pensarás que te digo esto como una treta para recuperarte a toda costa o algo similar, pero te juro que soy sincera y que no busco tu compasión —agregó entonces Ruth—. Tan solo necesitaba limpiar mi conciencia. He estado dos años buscándote para decírtelo y, ahora, en tu mano está creerme o no.
* * *
Podía llegar a esperar muchas cosas de aquel encuentro: que ella saliera corriendo, que le partiera la cara por su falta de tacto, que lo insultara e incluso que no dijera nada. Lo que de verdad nunca habría llegado a esperar fue aquella confesión. Acababa de decir que estaba enamorada de él, que lo había estado tres años atrás y que lo seguía estando. Luego se había levantado porque había empezado a llorar y, vuelta de espaldas, le había confesado también que había estado dos años intentando dar con él. Por un segundo, y mientras ella soltaba todo lo que se la pasaba por la cabeza, Akhen se quedó mudo, mirándola con los ojos abiertos como platos y dejándola hacer a su antojo.
Cuando lo único que se escuchaba en la playa era el sonido de las olas acompañado por los intermitentes sollozos de Ruth sintió un placentero nudo en estómago. No era la primera vez que una chica le confesaba sus sentimientos, pero que lo hiciera la más pequeña de las Derfain era algo nuevo para él. Habían pasado tres años y había vestido sus sentimientos de capas de hielo y arrogancia; pero, si escarbaba un poco, se daba perfecta cuenta de que seguían allí, sepultados pero intactos. No era algo que le gustase descubrir y el hecho de sentirse bien con ello era incluso peor. Aunque no pensaba ser tan estúpido de dejarse llevar, se lo había prometido a sí mismo. Antes tenía que hacer unas comprobaciones.