Confiaba en que la Hija de Júpiter no pusiera problemas a su proposición: podría haber hecho una mucho más descabellada, pero se había contenido. De haber puesto alguna excusa se habría sentido un poco defraudado. Suspiró para sus adentros, feliz cuando ella le dijo que sí, aunque un poco preocupado por las lágrimas que aparecieron en sus blancas mejillas. No tuvo mucho tiempo para analizarlo; porque, antes de que pudiera señalar lo feliz que le hacía que la joven hubiera aceptado aquel plan, se encontró tirado en medio de la arena cuan largo era. Fue a decir algo, quizás que no era necesario dejarse caer allí, pero la explosión de carcajadas de Ruth le hizo pensárselo mejor.
Era el sonido más bonito que había oído en su vida y pronto se encontró a sí mismo imitándola, ¡qué bien sentaba aquello! Tenerla así, encima, aunque estuviera llenándose los vaqueros de diseño se arena, aunque la chaqueta hecha a medida estuviera hecho un guiñapo. No necesitaba vestir como un idiota si ella rodeaba su cuello o se apoyaba en su hombro, aquel era su paraíso personal. Se sentía en la gloria y no podía negarlo, no hubiera sido capaz, aunque lo hubiera deseado con todas sus fuerzas. Qué tonto había sido al mostrarse tan duro, cuánto tiempo se habrían ahorrado de haber sido un poco más flexible. La apretó con fuerzas y lo hizo justo cuando ella volvía a repetir que lo amaba seguido de largo y dulce beso.
Literalmente se derritió, pero al menos tuvo la decencia no hacérselo saber a ella. Menos si tenía que prestar atención a que ella acababa de colocar la mano del Hijo de Mercurio sobre su pecho. Por todos los… Los ojos de Akhen no paraban de viajar de aquel lugar tan poco inapropiado a su rostro, aunque todo cambió cuando ella le hizo aquella promesa tan conmovedora. Se incorporó de un tirón y Ruth tuvo que abrir las piernas y colocarlas a ambos lados de las suyas para no caerse de espalda contra la arena. La agarró por la cintura, acercándosela todo lo que era posible, dadas las circunstancias, y clavó su mirada en ella. Una mirada en la que el amor y la pasión mantenían su propia batalla.
—Te amo, Ruth Derfain, y te juro por todo lo que es sagrado que jamás, nunca en toda mi vida, dejaré que te marches de mi lado.
No es que hubiera recibido una señal; pero, desde que ambos se hicieron aquella promesa, que en la Tierra podía tomarse como algo mucho menos importante, los besos se volvieron bastante menos inocentes. No es que no hubiera habido intercambios de salivas en los anteriores; el asunto estribaba en que ahora las manos de los jóvenes buscaban asideros por el cuerpo del otro.
Akhen dejó escapar un jadeo contra los labios de la chica y antes de poder mostrarle lo que pensaba hacer se levantó de la arena con ella en los brazos y se dirigió hasta la motocicleta. Si pensaban seguir con aquello la arena le parecía un lugar muy poco apropiado, de ahí que empezara a enseñarle imágenes de su piso: una vivienda con tres habitaciones que tenía sobre el Ávalon.
En ella primaba el blanco y el azul: al entrar un pequeño recibidor, a continuación, la cocina, que era un todo con un comedor y una pequeña sala de estar, y siguiendo por el pasillo las habitaciones, el baño y el salón. No quiso en ningún momento que ella viera el interior de ninguna de las alcobas, pero dio por hecho que era lo suficientemente perspicaz para ver qué quería él. La joven asintió de una cabezada y ambos salieron despedidos hacia la noche. Akhen ni siquiera sería capaz de recordar si hablaron durante el camino o no, probablemente si lo hicieran, porque el deseo había llegado ya a unos niveles tan altos que apenas podía controlarse. Se sentía como una fiera salvaje, y así se lo hizo ver a Ruth cuando empezaron a besarse en el ascensor. Cerró la puerta del piso de una patada y el infierno personal que había vivido durante tres años desapareció.
* * *
El corazón de Ruth ya palpitaba a velocidad de galope, pero el ritmo desenfrenado que adquirió cuando terminó sentada a horcajadas sobre él, sintiendo sus deseos en diversos aspectos, no solo en las palabras con las que él le juró igualmente amor eterno, casi consiguió que se deshiciera entre sus brazos. Sus besos, al igual que los de ella, ya habían abandonado la decencia completamente, e incluso la joven se planteó si lo que llevaba tanto tiempo deseando hacer con él se iba a materializar allí, en aquel instante.
Lo cierto es que sintió cierto alivio cuando él la levantó de la arena y se encaminó hacia la motocicleta, aunque no pudo reprimir que un cosquilleo la recorriese entera cuando lo hizo con ella en brazos. Pero cuando acto seguido su mente empezó a proyectar imágenes de diversas estancias que parecían pertenecer a una vivienda, Ruth tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir una risita algo más que triunfal. Por lo visto, ambos deseaban que la noche fuese muy, pero que muy movidita. ¿Y qué mejor forma de celebrar su decisión de hacía unos minutos?
Sin embargo, si Ruth pensaba que la temperatura no podía subir más, cuando entraron en el ascensor y Akhen se arrojó sobre ella, comprobó con agrado y sorpresa que no era así. Los labios de él recorrían su boca, su cuello, sus hombros y hasta una de sus manos tanteó ligeramente bajo su falda, más allá de lo que la decencia podría consentir en un lugar público. Pero estaban solos, era noche cerrada y sabían, sin necesidad de palabras, que nadie los interrumpiría.
Cuando llegaron al apartamento, gracias a las imágenes que él le había enviado, la joven se hizo una idea enseguida de dónde estaba cada cosa. Lentamente, sin dejar de besarse y tras hacer temblar el recibidor con un portazo que parecía anticipar lo que iba a suceder, ambos se encaminaron hacia uno de los tres dormitorios. Él se quitó la chaqueta por el camino y la arrojó al suelo; pero, un instante después, la puerta se cerró y Ruth se vio empujada sin violencia contra la misma, a la vez que las manos de Akhen bajaban con experiencia la cremallera de su vestido, haciéndolo caer a sus pies. Sin embargo, en el momento en que iba a continuar, ella lo retuvo con un gesto que sabía que funcionaba: se separó ligeramente de sus labios y puso un dedo sobre ellos. Cierto que durante aquellos tres años no se había acostado con nadie, pero en un mundo desinhibido como era la Tierra, había ciertas cosas que las mujeres podían aprender sin necesidad de tener un hombre cerca. Y menos teniendo amigas como Carey.