Akila: los ángeles caídos

Capítulo 1

 

La cima del ángel ciego

Desperté. El reloj digital colgado de la pared frente a mí anunciaba las doce del mediodía del domingo; y las paredes, luces, cortinas y persianas blancas me decían que todo había salido mal.

Intenté mover mis manos, pero dolía demasiado. Las vendas en mis muñecas hacían presión. Maldición. El corte no había sido lo bastante profundo, creo que al final el miedo sí hizo de las suyas, de nuevo. Debía pensar en una mejor forma de lograrlo.

Llevaba ropas distintas a las de ayer. Mi pijama celeste de ositos blancos, eso solo podía ser producto de mi mamá. Siempre creía saber qué necesitaba, a pesar de que no sabía mi segundo nombre. Ella no tardó en entrar por la puerta seguida por su marido, un respetado doctor que había sido seducido como un cachorro. Mi madre acudió a mí, sostuvo mi rostro entre sus manos sin cuidado y me llenó de besos el rostro. Por eso digo que no es común. Una madre normal me hubiese regañado, o asistido con cautela; pero ella tenía “demasiado amor en su ser” o una energía descomunal que no le entraba en su pequeño cuerpo.

—Despacio, cariño—advirtió Marco.

—Ay, sí. Lo siento—respondió mi madre, obedeciendo, y sentándose en la silla de junto. Luego, dirigiéndose a mí, preguntó:—¿Estás bien, hijo? Lo que hiciste fue muy peligroso. No hay que jugar de esa manera.

—No creo que haya estado jugando, Sici—. Volteé mi rostro hacia la ventana derecha al escucharlo. Ya estaba harto del mismo sermón—. ¿Qué estabas pensando esta vez, Greco? Es la tercera vez que haces esto. Primero logras que los bomberos te bajen del techo de la escuela, después que quince personas te sostengan de tirarte de un puente directo al río ¡y ahora esto! ¿Sabes lo que pasaría si te mueres? ¿Qué acaso no piensas en tu madre?—Mi paciencia estaba por culminar en un gran ataque ira. Resultaba muy difícil mantener la compostura, si tan solo se atrevía a decir algo más, ya no respondería de mí—¡Es tu madre!

Lo prometido es deuda.

—¡Entonces deja que sea mi madre y para de llevártela de mi lado!—grité—¡Todo lo que has traído los últimos cinco años fueron más razones de morirme! ¡Devuélveme a mi madre, bastardo hijo de…!

—¡Basta!—interrumpió ella con un grito que, apostaría, resonó en todo el hospital. Luego respiró profundo y volvió a poner su típica sonrisa puntiaguda—¿Sabes, Greci?—me dijo como si nada pasara, utilizando el apodo que hizo que me llamaran "Grasa" por tres años en la escuela—Te tengo una buena noticia.

Entonces, sacó de su bolso un sobre blanco que tenía un prestigioso sello que no me costó reconocer. La enorme, respetada, de alta categoría y nivel, Universidad Nacional del General Bienaventurado me había seleccionado entre mil estudiantes para obtener una beca completa. 

Esa fue la primera buena noticia en cinco años.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue hacer mis maletas. Estaba tan entusiasmado de que mi vida al fin empezaba a mejorar. Después que mi padre murió hace cinco años, todo se ha ido en picada al infierno. El acoso escolar era ya insoportable. Recuerdo que me habían tirado, entre tres, al basurero de las afueras de la escuela; y, como era viernes, debí gritar para que el trabajador municipal bajara del camión de basura y me ayudara a salir del basurero antes de que la trituradora me aplastara. Ese había sido mi día de graduación de la secundaria, y mi madre no había podido ir porque Marco tenía una presentación donde iba a “revolucionar el mundo de la medicina”, como siempre.

Me dirigí al baño para traer mi cepillo de dientes y lo que vi me espantó. Estaba totalmente limpio, impecable y normal. Lo que no tenía sentido, porque la última vez que estuve ahí, el piso, la bañera, la cortina, el lavamanos y el retrete estaban manchados con mi sangre. Era como ver un monstruo parado observándote desde el más allá. Por lo que corrí a tomar el cepillo y volví a toda velocidad a mi cuarto.

Una vez abajo, con las maletas en la mano, quise despedirme de mi madre; pero la encontré en la cocina llorando a más no poder.

—Estaré bien. Es lo que quiero—respondí en un intento de hacerla sentir mejor, pero era terrible consolando a los seres humanos.

—¿Dónde te quedarás? Es muy lejos, al otro lado del país—dijo entre lágrimas. 

—Conseguí una estancia a treinta minutos de la universidad. Tengo dinero ahorrado para ocuparme de todo hasta que consiga algún trabajo. Confía en mí. Esta podría ser la única forma de que lo que pasó no se vuelva a repetir—contesté totalmente convencido de mis palabras—. Te prometo que si me dejas ir en paz, no volveré a hacerlo.

Eso solo hizo que más lágrimas cayeran como cascadas de sus ojos. 

Finalmente, tomó un poco de aire y fue a sacar del refrigerador uno de los papeles sostenidos por imanes. Se acercó y lo colocó en mi mano.

—Hazme...hazme este fa-favor—mascullaba intentando que el llanto frenara—. Quédate aquí. Yo ya...yo ya avisé que pasarías. Es familia, tendrás hogar y comida todo el tiempo.

—¿Qué? Pero mamá…

Lo único que me faltaba era tener que vivir con una mamá 2.0 en otra parte y que interfiera con mis estudios predilectos. Podría cuidarme solo, pero…

—Nunca te he pedido nada. Pero si me amas solo un poquito, haz esto por mí. No deberás preocuparte por siquiera llamarme. Sé que si estás ahí, estarás bien. Por favor, hijo, Greco. Hazlo por mí.

Suspiré profundo. Es que tiene esos ojos de cachorro a los que nadie puede negarse, ni siquiera papá podía con ellos. Su gran encanto.

—Está bien—susurré.

Una sonrisa se plasmó en su rostro y un pequeño saltito me hizo sonreír.

—¡Gracias, Greci de mi corazón!—gritó en mi oído mientras me abrazaba—. Ahora Marco te llevará hasta el aeropuerto…

—¡Oh, no, no, no!—negué rápidamente—. Iré a ver a este familiar, pero iré solo hasta el aeropuerto ¡solo!—insistí.




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