Akila: los ángeles caídos

Capítulo 11

◣Patada oscura◢

—Quieren que nos presentemos y les entreguemos a Lucián—informó Gabriel.

—¿Solo eso?—Rió Immanuel—Creí que nos dirían que tenían una bomba atómica para tirarnos si no respondíamos.

Hubo un silencio incómodo que dejó expectante al akila. Gabriel abrió la boca para hablar, pero ninguna palabra salió de ahí. La intención estaba, pero no la fuerza. En su lugar, Miori completó el significado fríamente:

—Localizaron al espíritu mayor.

El silencio fue interrumpido por el ruido de los muebles sobre el piso por el movimiento de todos los presentes.

—El espíritu está perdido—afirmó la joven akila—. Gabriel lo perdió hace años y nunca pudo encontrarlo.

—Lo perdí y no lo encontré. Eso no significa que haya estado escondido—respondió este con bastante pena.

—¿De qué espíritu hablan? ¿Y por qué quieren a Luci?—pregunté. Acto seguido oí la palmada que se dio Miori en la frente. Todos me miraron debatiéndose internamente si contestarme o no.

Finalmente, Imma tuvo la cortesía de hacerlo.

—El mundo tiene sus cartas de juego para cuando todo está mal. Existen diversos espíritus que cuidan este plano tanto material como espiritual. Por lo general toman a una criatura de este planeta y le vuelven el corazón tan ferviente que tiene el impulso, por naturaleza, de luchar por la justicia y la paz. Los akilas tenemos la tarea de cuidar a estos seres, sobre todo cuando toman un cuerpo. El último espíritu del que tuvimos noticias es el de la Pureza. Ni siquiera sabemos qué hace o cuál es su propósito, pues Gabriel debía cuidarlo y lo perdió.

—Tenía ocho años...—contó él—Lo perdí sobrevolando una ciudad cuando un avión me chocó. Nunca lo encontré, pues creo que tomó algún cuerpo.

—El problema—ahora el habló el anciano— es que este espíritu no quería ningún cuerpo físico, era demasiado caprichoso. Y si tomó algún cuerpo no sabemos cuál. Puede ser desde un árbol hasta un perro o incluso un humano, aunque eso no es muy común. Es raro encontrar un humano de corazón puro.

—¿Y por qué quieren a Lucián?

El anciano suspiró cansado y luego se puso de pie para hablar:

—Eso es porque desde hace años que los gobiernos humanos han estado realizando experimentos con sangre akila y humana para poder crear ejércitos más fuertes. Todas esas abominaciones ni siquiera salieron del vientre materno antes de ser expulsadas como escorias. Lucián es la prueba viviente de que esos objetivos son posibles, ya que porta sangre akila y humana, pero no tienen idea de lo que eso implica. Lucián no es capaz de reproducirse y sus probabilidades de contraer enfermedades son de un 40% más que las humanas, entre todos los cuidados que debemos tener por su desarrollo.

—Entiendo—contesté—. Entonces, ¿qué hay que hacer?

—Bueno, quieren a Lucián, pero no tenemos mucha información—explicó Imma mientras pasaba su brazo por mi hombro—. Lo que debes hacer es sencillo. Solo ve allí y trata de contar cuántos soldados son, si hay alguien de rango superior, si están armados y esas cosas, ¿puedes hacerlo?

En el momento en que pensé volver, algo se cruzó en mi mente. Mis notas ¿Y si los soldados estaban revisando las cosas y encuentran mi tesis? Allí tenía toda la información sobre los akilas y Lucián que había reunido hasta el momento. Sería una catástrofe que tengan ese documento.

—Iré—respondí de inmediato. Decidí no decir nada sobre esto, pues no quería que ellos se preocuparan o que me llegaran a quitar la tesis.

—Te acompaño—se unió Diego—. No puedo dejar de pensar en el desorden de mi habitación. Estoy por volverme loco.

Gabriel asintió y se dirigió a uno de los cajones que había en la sala. De allí, sacó dos dagas con fundas y tiras de cuero.

—Muestrenme sus brazos, por favor—pidió, a lo que accedimos—. Por si las dudas.

Colocó una daga en cada brazo de cada uno y las tapó con las mangas.

—Intenten no llamar la atención—advirtió Imma.

Ambos pusimos nuestra mano en nuestra frente haciendo el gesto militar de sí, señor. Luego, nos subimos de nuevo a sus espaldas y no tardamos casi nada en bajar de nuevo al suelo conocido. Eso se sintió como la picada de la montaña rusa hacia abajo. Me bajé de la espalda de Gabriel junto con Diego para despedirnos y luego oír cómo Gabriel terminaría con la novia ese mismo día.

Decidimos llegar por la puerta de atrás, aunque lo primero que vimos nos puso la piel de gallina. Un helicóptero en medio del estacionamiento trasero. Y yo que había pensado que era una metáfora o una alucinación. De verdad, estaba ahí esa enorme máquina, sorprendentemente sola ¿Dónde estaba el piloto? El helicóptero era completamente negro—seguramente para camuflarse en las sombras y alturas—. Caminamos rápidamente hasta la puerta cuando, de repente, vemos salir a alguien del edificio. Eran dos hombres, llevaban gafas para el viento y chalecos, supusimos que se trataba de los pilotos. Ambos sostenían un café en sus manos. Nos escondimos inmediatamente tras un auto y esperamos a que se acerquen al helicóptero donde se pusieron a beber su café mientras hablaban. Aprovechando la distracción, nos escabullimos hasta la entrada que daba a la cocina.

—Oh, no—se escapó de la boca de Diego.

La cocina estaba infestada de milicos con vestimenta negra. “El Grupo Negro” pensé. Estaban hostigando a las cocineras jóvenes diciendo cosas como “¿No te da asco darle de comer a monstruos?”, “¿Yo también puedo ser una bestia si me lo pides?”, “Quiero ver cómo cinas el pan, mamacita”. Sin embargo, al oír la puerta cerrarse, todos voltearon a vernos. Quedamos petrificados.

—¿Ustedes se hospedan aquí?—preguntó uno de ellos.

—Sí, sí—contestamos con mi amigo al unísono.

El soldado rió y luego, brució el ceño y ordenó:

—Atrápenlos.

De un momento a otro, todos esos hombres entrenados, esas bestias feroces, se abalanzaron sobre nosotros. Rápidamente me voltee, abrí la puerta y jalé la campera de Diego para impulsarlo a correr.




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