Akila: los ángeles caídos

Capítulo 15

◣Flores explosivas◢

Prácticamente, me trajeron de nuevo a las rastras. Si fuese por mí, me hubiese quedado mucho más. Era un placer torturar a ese sujeto.

En cuanto llegamos, no pasó ni un minuto para que el tío me sentara en su escritorio y desparramara sobre el mueble todos los pedacitos que había escondido en los colchones.

—Soy un genio, ¿no?—dije sonriendo.

—Eres un genio—afirmó él.

Increíble...Era la primera vez que alguien confirmaba un cumplido hacia mí. Desgraciadamente, tenía mucho más sentido cuando lo decía él, porque lo sacaba de la burla con la que lo decía yo.

Orlando revolvió en sus cajones y sacó dos de mis diseños para akilas.

—¿Puedes crearlos?

—Será un placer—acepté, tomándolos—¿Dónde está el otro?

—¿Otro?

—La otra hoja con las alas de metal.

—Solo encontré esto.

¿El Grupo Negro se lo había llevado? No lo sabía, pero no importaba. Eran planos erróneos, no había forma de que funcionara.

—¿Puedes repararlo?

Me reí a carcajadas. Qué básico.

—Obvio no. Eso es picadillo. Pero tengo una copia en su oficina secreta.

—¿Oficina secreta?—gritó mi tío con una sorpresa impactante. Su piel se había vuelto blanca y parecía que el aire no le llegaba a los pulmones.

—¿Tienes una oficina secreta, abu-bu?—preguntó Lucián aún más sorprendida.

—No—respondió secamente Orlando. Luego ordenó:—. Te quedarás con Miori esta noche mientras arreglamos tu cuarto. Está destrozado.

—¿Con Miori? ¿Por qué no con Diego?—me quejé.

—Porque su cuarto fue destrozado con la bomba y se quedará conmigo—afirmó Imma.

Rechisté. No había mucho que pudiera hacer, pero quizás me escaparía al cuarto de Lucián en la noche. No pensaba dormir al lado de esa loca, podría torturarme poniéndome la almohada en la cara ¡Ja! ¿De qué me preocupaba? Acababa de ser torturado por un agente de Dios sabrá qué gobierno y me preocupaba por una chica de veinte años...Sí, el rostro de Miori asusta.

Al llegar a su cuarto, ella me arrojó unas ropas que parecían salidas de un campo de concentración.

—Cámbiate. Tengo solo una cama, así que si te mueves te mato.

—Gracias—contesté sarcásticamente.

Me dispuse a ir al baño, pero al pasar por su lado me detuvo con su mano en mi pecho.

—Creí que morirías—Solo al escucharla noté que su voz estaba quebrada y sus ojos húmedos.

Suspiré. Por supuesto ¿Cómo no iba a tener miedo? Después de todo lo que esa gente le había hecho pasar. Cortaron sus alas, la quebraron por fuera y por dentro, la obligaron a ser la chica fría y dura que era. Al recordar sus fuertes palabras en la cima de la montaña pude sentir remordimiento, no solo por mis pensamientos anteriores, sino por mi estúpida resistencia en ese purgatorio.

—Lo siento...—No me dejó terminar de lamentarme, pues me dio un abrazo, el abrazo más cálido que había recibido en esos últimos años.

No supe qué hacer. Me congelé. Mi mente había quedado en blanco, pero ella, sutilmente, la leyó sin abrir los ojos.

—Abrázame, subnormal, que estoy así por tu culpa.

Lo más extraño es que, realmente, deseaba hacerlo. Mis brazos comenzaron a rodearla y a calentarse con su cuerpo. Estaba caliente. Un hormigueo recorrió cada parte de mi ser. Y entonces, ella levantó la cabeza, me miró a los ojos y sin pedir permiso, saboreó mis labios. No voy a mentir, me sentía pequeño a su lado. Nunca antes había besado a nadie, y eso se notaba. Tomó mi rostro con firmeza y guió el beso que con cada segundo parecía estar echando fuego a mi boca e incendiando mi corazón. Mis manos comenzaron a bajar naturalmente a su cintura. El beso se intensificaba con cada segundo y sentía cómo iba dominando aquellos nuevos movimientos. Sus labios eran suaves, como pétalos de rosa y prendían un sentimiento que creí muerto hace tiempo y que ni las pajas podían despertar.

Me sentó en la cama y agarró mi cintura con sus piernas sin despegar nuestros labios. Estaba volando. Ya hasta me olvidaba que necesitaba del aire para vivir o de mi propia existencia. Solo pensaba en ella. Hasta que una de sus manos comenzó a desnudarme.

—Oh, para, para—la detuve, frenando el beso y cualquier movimiento. Mi respiración era aún más agitada que cualquier de las otras actividades que realicé ese día—. No me veo bien—me excusé sin mirarla a los ojos.

Podía sentir su mirada en mí.

—¿Qué?

—No...yo...Acabo de ser torturado—reí con todos los nervios de mi mente—. Tengo la cara horrible y, además…

—Te ves bien, pero si no quieres seguir, no temas en decirlo.

Su pecho subía y bajaba, quizás más rápido que el mío. Sentía mi corazón en mis oídos. La sangre corría violentamente por mi cuerpo y me mareaba. Quería decirle todo, pero…¿entendería? Porque realmente, de verdad, quería tomarla toda.

—No soy…

—Te conozco, Greco—me interrumpió—. No me importa que intentes matarte mañana, porque sé que no lo harás. Lo que haces es magia pura. Quieres salvar a mi pueblo.

—No debes hacer esto por gratitud.

Me tomó la cabeza y me obligó a mirarla. Sus ojos eran un mar oscuro de perdición y calentaban cada centímetro de mi entrepierna.

—Me gustas—susurró adornando aquellas palabras con un dulce gemido de miel.

—Tengo muchas cicatrices—advertí.

—¿Quieres ver mi espalda? Apagaré la luz.

—No—la detuve—. Quiero verte.

—Si tú me ves, yo también te veo.

—¿Estás segura?

—Sí—Besó mis labios.

—¿Segura?

—Sí—Besó mi cuello.

—¿De verdad segura?

—Sí—Mordió mi clavícula y levantó mi remera.

Ni siquiera pensé. En ese momento, solo dije lo único que rondaba en mi cabeza.

—¿Me amarías si soy yo, pero no lo que te gustaría que te metan?

Sonrió ¡Sonrió! Sorprendentemente sonrió, acarició mi rostro. Mis ojos estaban por derramar lágrimas. Y me besó.




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