Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 29

AKRAM

-Ahh -Rugí de dolor en cuanto tocó mi hombro izquierdo, ¿cómo es que no lo había sentido antes?

Colocó algo de aceite en sus manos y comenzó a masajear mis hombros, estaba demasiado tenso.

-Relájate -Dijo divertida.

Esas habían sido mis palabras cuando entrenábamos y ahora ella las repetía para mí.

Adrede ejerció mayor presión en mi hombro izquierdo.

-No abuses. -Le advertí conteniendo otra queja.

-No estás en posición de exigir nada en este momento. -Susurró en mi oído.

En más de una ocasión me había demostrado que era una mujer fuerte, pero pocas veces se desinhibía como ahora y era coqueta, me encantaba este lado suyo.

-No duelen. -Le dije tras sentir sus dedos acariciando algunas de mis cicatrices con mayor cuidado.

Sus manos recorrían mi espalda, trazando las líneas que marcaban mi piel. Nunca antes me habían molestado, incluso me sentía orgulloso porque eran la prueba de mi rudeza, batallas ganadas, arduos entrenamientos que otros en mi lugar no habrían soportado, representaban mis triunfos. Sin embargo, por vez primera deseaba no tener tales huellas de crueldad.

-Lo sient…

-No lo sientas, -La corté -pasaron hace mucho, ni siquiera recuerdo cómo me hice la mayoría de ellas -Traté de tranquilizarla.

-¿Cómo te hiciste esta?

Sentí su dedo trazando una diagonal desde el medio de mi columna hacia mi costado izquierdo.

-Tenía doce años cuando pasó, no fui lo suficientemente rápido, estaba en medio de una lección de combate con sable, mi oponente tenía quince, pero no es excusa, me confié cuando lo derribé y le di la espalda. -Recordaba bien el dolor y la fiebre que me produjo tal descuido, estuve dos días agonizante, de no ser por la curandera no estaría aquí ahora, desde entonces me aseguro de que el enemigo esté completamente muerto. -Él aprovechó y me atacó, aun así vencí.

Iba a matarlo, esa sería la primera vez que asesinaba a alguien, pero me detuvieron a tiempo. Nunca supe lo que era ser un niño, tener la posibilidad de jugar en las calles o como mis hermanos, en palacio.

-Tú lo… -Sabía que deseaba saber si había terminado con su vida.

-Por desgracia no, aunque ya le gustaría a él tener solo una cicatriz en la espalda.

Sus dedos viajaron al lado opuesto de mi espalda, trazando las marcas que viajaban desde mi hombro derecho y formaban una diagonal, perdiéndose en mi costado izquierdo, cerca de la anterior.

-¿Cuál es la historia de estas? Se parecen mucho.

-Esas fueron hechas con látigos -Sonreí para mí mismo. -Enfrenté a los que en ese entonces eran mis superiores y fui castigado por ello.

-Un acto de rebeldía, ¿Cuántos años tenías?

-Dieciséis, supongo que nunca me gustó obedecer, sino más bien ser obedecido.

Sus masajes de extendieron a parte de mis brazos, deteniéndose en una marca casi invisible ubicada por encima de mi codo derecho.

-¿Recuerdas esta?

Cómo iba a olvidarlo, era una de las primeras y tal vez la que me hizo saber que jamás tendría una infancia como los demás niños.

-Un perro en un entrenamiento.

-¡¿Un perro te mordió?! -Se escuchaba airada e incrédula -¿Y tu padre lo permitió?

-Los métodos que se utilizan para quitarnos el miedo son un tanto… -Buscaba un término apropiado.

-Crueles, sádicos, excesivos -Me interrumpió.

-Singulares -Concluí. -Te mencioné que la primera vez que me vendaron para aprender a luchar a ciegas soltaron un perro hambriento, no lo estaba inventando, esta es la prueba de ello, me arrancó parte de la piel, pero lo vencí. -Dije orgulloso.

-También mencionaste que eras tan solo un niño cuando eso ocurrió.

-Tenía diez años. -Dije encogiéndome de hombros para restarle importancia.

-¿Cómo es eso posible?

-Ya te lo dije, así debe ser, y de no haber sido de esa forma, hoy no podría enfrentarme con tanta facilidad a la muerte, porque crecí con ella

-Tu padre no debió permitir que pasaras por tales barbaries, ¿Dónde estaban tus otros hermanos?

-En palacio. -Dije evasivo. -No era su destino convertirse en el General del ejército, en cambio, yo nací con ese único propósito.

-No parece justo, deberías ser libre de tomar tus propias decisiones y no ser destinado cual objeto. -Su voz sonaba quebrada.

-Pero así fue Adhara. -Me giré para poder ver su rostro, y grande fue mi sorpresa al encontrar sus mejillas bañadas en lágrimas y sus ojos nublados por las mismas. Casi de inmediato me incorporé para quedar a su altura y con cuidado limpié su rostro de tan valiosas gotas derramadas por algo que no valía la pena. -No llores, por favor, no soporto ser la razón de tu dolor, no lo valgo.

Trató de apartarse y esconderse como siempre lo hacía, pero no se lo permití.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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