Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CPÍTULO 46

ADHARA

Cada vez estaba más convencida de que me encontraba en el lugar correcto, al lado de la persona indicada, y aunque desease que las circunstancias fuesen diferentes, lo cierto es que de alguna forma mi infortunio me había conducido a él, y no era capaz de desear una realidad que no fuese a su lado.

Sus caricias por las noches y besos por las mañanas eran todo cuanto necesitaba.

Tras su partida, rara vez me quedaba rondando por la habitación puesto que me aburría con frecuencia, en lugar de ello, prefería bajar a practicar las técnicas que Akram me había enseñado.

Esta mañana fue muy similar a todas las anteriores, desperté en sus brazos, lo vi marchar, me alisté para un nuevo día de entrenamiento, pero había algo diferente, una sensación extraña e inquietante.

Decidí no hacer caso de la leve alarma que resonaba en mi cabeza. Después de todo, mis días eran relativamente normales aquí dentro. Sin embargo, en esta ocasión además de la cimitarra de entrenamiento, llevaría conmigo la daga que Akram me había regalado, solo para sentirlo cerca y sentirme de algún modo protegida.

Envolví el bello adminículo en un pañuelo para que su filo no me hiciese daño por accidente, y lo coloqué en mi faja, dónde se ocultaba a la perfección sin causarme molestia alguna.

Ahora entendía la razón del por qué los soldados siempre la usaban, y es que la espalda dolía tras levantar constantemente las pesadas cimitarras y demás armaduras, tal molestia se atenuaba con el uso de una faja.

Tomé una lámpara de aceite y bajé para comenzar con mis ejercicios.

De vez en cuando me permitía ir más allá y explorar los pasadizos, eran un entramado semejante a un laberinto, y debía prestar mucha atención a los detalles puesto que era fácil perderse. Aún no había podido encontrar la salida del lugar, tal vez incluso atravesaban la ciudad entra y desembocaba en algún lugar en medio del desierto, no lo sabía.

En ocasiones llegaba a escuchar uno que otro susurro proveniente del otro lado de las pareces, sobre todo de los pasillos que según yo conducían a la cocina de palacio, puesto que se reunían por más tiempo las sirvientas, y por supuesto llegaba a enterarme alguno que otro por menor.

Esta mañana, por ejemplo, supe que habían visto al Príncipe primogénito caminar por el balcón de su casa pasada la media noche, aparentemente molesto. La sospecha era que aún no había podido congeniar del todo con su esposa, ya que esa no sería la primera vez, y temían una pronta separación, lo cual sería deshonroso para la familia real.

En fin, escogí un pasillo silencioso, y que según mi parecer diese a un lugar abierto, o eso era lo que yo creía, ya que no era mi intención el que alguien pudiese escucharme y sospechar de mi presencia.

Todo iba con normalidad, debieron pasar unas cuantas horas, tal vez fuese incluso ya pasado el medio día y decidí subir de regreso para alimentarme un poco y recobrar las energías.

En medio de mi camino me pareció escuchar pisadas y susurros, aunque bien podían provenir de los ambientes exteriores.

Continué caminando, aunque traté de prestar mayor atención para identificar de quienes podría tratarse.

El eco de los pasos era cada vez más sonoro, y la alarma de esta mañana volvió a resonar en mi cabeza.

La llama de mi lámpara se inclinó ligeramente, como si la brisa que corría por los pasillos hubiese sufrido algún cambio, y entonces supe que estaba en problemas.

Apagué de inmediato mi lampara, de manera que no delatase mi ubicación y la dejé en el piso sin hacer ruido, para así tener ambas manos libres y poder blandir la cimitarra correctamente.

Caminé silenciosamente por entre los pasillos y rogué por que la oscuridad me fusionase con las paredes.

-Revisen bien cada pasadizo, las sospechas de nuestro jefe son ciertas, puedo sentir su aroma. -Escuche una voz ruda, aunque algo ronca, debía ser uno de los mercenarios.

Respiré profundamente para calmar mis nervios, lo que menos necesitaba en estos momentos era cometer alguna imprudencia por mi falta de control.

Recordé las lecciones de Akram, cerré los ojos y presté atención a mis sensaciones, cualquier cambio que me dijese en qué dirección se encontraban y hacia dónde iban para poder escabullirme.

Sentí su presencia cada vez más cerca, y a la par que abría los ojos y me apegaba más contra la pared de una especie de gruta oculta, vislumbré el destello de una antorcha. Aún no podía ver con claridad la figura del hombre, pero sostuve con mayor fuerza la khopesh.

Iban a encontrarme, eso era seguro, pero al menos les daría lucha.

La sombra del hombre se hacía cada vez más pequeña, señal de que se estaba aproximando.

Había estado entrenando por casi dos semanas, aún no era una experta, y por supuesto no era lo mismo tener que aplicar lo practicado en la vida real, ni siquiera me habría imaginado con anterioridad que en algún momento tendría que herir gravemente a alguien o incluso matarlo para sobrevivir. La sola idea me hizo estremecer y tuve un instante de duda, aunque casi al instante recordé que estos hombres habían asesinado a sangre fría a muchas otras personas, mis sirvientes, doncellas y padre incluidos, y llena del nuevo coraje combinada con la rabia me preparé para atacar.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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