Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 59

AKRAM

Debía ser más de media tarde.

Habíamos pasado toda la mañana entre caricias, besos, y solo nos levantamos para ingerir algo de alimentos.

La notaba diferente, no podía identificar cuál era precisamente el cambio, se trataba de una combinación interna y externa; tenía un nuevo brillo y sus mejillas sonrosadas le daban un aire tan vivo que me hubiese gustado poder retratarla en ese momento para la posteridad.

-¿Cómo te sientes? -Pregunté una vez terminamos de comer, y al ver que tardaba en responder me puse ansioso -Te… -Carraspeé -¿te duele algo?

Me preocupaba haber sido demasiado brusco, había tratado de controlarme, pero hubo más de un momento en el cual me perdí tanto en ella que tal vez pude hacerle daño.

-Estoy de maravilla. -Dijo tras un tanto más de espera.

-¿Qué tal si damos un paseo? -La invité.

-¿Un paseo por tu maravillosa alcoba? -Dijo con burla. -¿O es que queda algún pasadizo por descubrir?

Ella apenas había siquiera visto la luz del sol a través de las grietas que rodeaban mis aposentos, en estas semanas lo único que tuvo fueron frías piedras y nada más que sufrimiento.

Me sentí culpable, pero no pude hacer más en su momento, en ese entonces primaba su seguridad al ser acechada por un asesino a sangre fría, y aunque ahora también era vigilada por mi padre, lo cierto es que siempre y cuando cumpliese con mi parte del trato ella estaría segura.

¿Qué importaba entonces si salíamos de nuestro enclaustro voluntario y disfrutábamos de las bellas vistas que ofrecía el reino de Bahréin?

De pronto tuve la necesidad de ofrecerle un recorrido completo por aquellas calles que tan poca importancia daba, pero que ahora me parecían atractivas, sentí el deseo por invitarla a un paseo en caballo y llegar al árbol de la vida, mostrarle la colección de reliquias de mi madre o el museo de armas de mi padre, y como no, ofrecer una fiesta para que escuche la melodía de nuestros músicos. Aunque esto último era lo más improbable, todo lo demás si era posible.

Me puse de pie y me dirigí al baúl en el que había guardado los vestidos que le había regalado y tras sacarlos se los ofrecí para que ella misma escogiese cuál deseaba usar.

-No, un paseo real. -Me miró confusa una vez más y no era para menos. -Mi padre ya sabe de ti, y a estas alturas el reino entero, entonces es un despropósito seguir ocultándonos. -La vi dudar y antes de que pudiese rechazar mi invitación la animé. -Hay un lugar que pocos conocen, y donde me gustaría contar con vuestra compañía.

Finalmente accedió, y tras escoger el vestido de terciopelo azul me pidió que saliese para darle algo de privacidad.

Aunque no lo entendía puesto que ya había visto por completo su infinita belleza, preferí no perturbarla en esta ocasión. Mientras tanto, ordené que preparasen dos caballos y que los trajesen a la puerta lo antes posible.

Estaba ansioso y aún desconocía la razón, tal vez temía que alguien la viese y señalase por la calle, atribuyéndole la culpa de lo que había sucedido y de todas las muertes trágicas de hace tan solo unas horas, aunque claro fuese erróneo ese juzgamiento.

Me preguntaba si los cuerpos ya habían sido apilados para luego ser incinerados, debido a las infecciones que podrían acarrear.

Por la mañana había notado algunos rastros de sangre que debieron ser limpiados y de todas formas conocía una ruta hacia el árbol de la vida que no requería atravesar aquel fatídico espectáculo lleno de muerte.

No estoy seguro de cuánto tiempo demoré entre mis cavilaciones, pero el sonido de la puerta me trajo de vuelta al presente, aunque claro, nada podía prepararme para ver tanta belleza.

Era un hombre duro, había matado a tantos otros en batalla, pasé por un entrenamiento en el que creí se llevaron hasta el último rastro de sentimientos, empero aquí estaba, cayendo de rodillas ante ella…

El vestido en si era maravilloso, digno de una princesa, pero no era nada comparado con su belleza natural.

Su figura, discretamente oculta tras esos mantos, ahora tan conocida para mis ojos, lucía elegante.

La fina tela que cubría sus cabellos y envolvía parte de su rostro cubría toda marca de sufrimiento, y se abrazaban a su tersa piel, como intentando darle caricias.

Cómo no rendirse a ella, si con su mirada bastaba, podían condenarme las veces que fueran necesario, y aún así escogería cualquier suplicio si la recompensa era ella.

¿Por qué el destino me había hecho Príncipe?, ¿Por qué me había condenado a tener que vivir sin ella?

Quería gritar en ese momento, un dolor se agolpaba en mi pecho, al saber que las arenas de nuestro reloj caían en contra nuestra, ahogándonos con cada grano, aunque ella aún no lo supiese, comenzaba a despedirme.

Aparté mi mirada, no soportaba más esta agonía, debía recomponerme, y con disimulo fingí que acomodaba a los caballos y los preparaba para que ella pudiese subir en uno de ellos.

Solo cuando me sentí listo me giré para tenderle la mano y ayudarle a subir en el purasangre blanco, tan puro como ella….

Tomé mi lugar en el purasangre negro y nos conduje hacia la salida del palacio.

-Toma las riendas con firmeza -Le instruí. -Sabe que debe seguirme y no necesitará que lo guíes, solo debes mantener el equilibrio.

Había elegido ir en caballos separados porque el camino era un tanto largo, tal vez volveríamos mucho después del atardecer, y sería demasiado agotador para el pobre animal, aunque claro, hubiese preferido tenerla en mis brazos todo el trayecto.

Cruzamos la entrada a la vista de todos, mis escoltas, como no, iban tras nuestro como lo indica el protocolo, y todo aquel que nos veía por las calles le hacía reverencias a ella.

Cuando se trataba de mí, prácticamente huían, o giraban la cabeza y fingían no verme por el miedo que me tenían, pero con ella erra diferente, había cierta admiración en sus rostros ¿No sabían quién era? Debían pensar que en verdad era una princesa, es que era capaz de conquistar a cualquiera solo con la mirada, no los culpaba.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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